Conversaciones con la Diáspora
Ya adulto, casado y con niñas, el ahora Director de Informática del Consejo Nacional de Competitividad e igual consultor de las Naciones Unidas, Unión Europea y el BID, se ve con la propuesta de su esposa de mudarse todos a Estados Unidos. Y aunque resistía a criar a sus hijas en América, cede a la propuesta e inicia el infinito proceso migratorio.
Todo aquel que se embarca en el viacrucis de ser pedido acepta que el resultado de eso está tan lejos, que el aceptarlo es más bien una malla de seguridad de fe para el futuro. Sin embargo, años después, cuando llega la eventual crónica de que salió la residencia y de que es hora de irse, les aseguro que el dato no es tan bien recibido como originalmente fue asimilado. La vida está prácticamente hecha cuando llega la noticia. Esa realidad tardaría 12 años en llegar.
Con la desaprobación y advertencia de la familia ampliada, Raymi, el hijo único de la inquieta ingeniera civil con afán de conocimiento y búsqueda, apenas entrando su cuarta década de vida, acepta el reto por el bien del porvenir de las niñas y a pesar de su resistencia inicial. Guarda el orgullo y comienza a cerrar los proyectos de la ONU y la Unión Europea. Se apoya en el timón de su vida, su esposa, y ambos emprenden la aventura a América, que millones otros ya habían iniciado. Y sin darse cuenta, se visualiza en el sacrificio de su mamá. Se separaría de ella, como lo hiciera en su infancia, en lo que afinaba su desarrollo profesional y lograba estabilidad económica.
El ingeniero nos cuenta: “cuando llegué al Oficial de Migración de EEUU fue que asimilé el peso de la decisión”. Recuerda que sus palabras “una residencia es una residencia, no una visa”, fueron suficiente para entender que había cerrado un capítulo de su vida y estaba iniciando otro. Pero por el equipaje se conoce al viajero y este oficial no se percataba que Raymi Fernández estaba llegando a territorio gringo con 11 maletas y 3 mujeres.
Desde antes de llegar a Estados Unidos, ya Fernández estaba buscando empleo. Incluso en un momento cuando la nación americana estaba pasando por un vacío laboral y en un lugar donde su currículo no era 100% atractivo para las ofertas del Sur de la Florida. Aquí no hay agencias bilaterales ni tampoco es una plaza importante para el mundo tecnológico. Miami es Miami. Una versión mejorada de todas nuestras capitales latinoamericanas. Con sus luces y sus sombras. Aunque no logres verlas cuando vienes de turista. El resplandor mágico y de celebrity que guarda la ciudad oculta el que no sea una plaza de grandes oportunidades ni de sueldos atractivos. Pero ya se había decidido echar el pleito en la capital del sol. Nueva York, la otra opción, nunca le agradó como opción de vida. “Miami está cerca de la isla y de mi mamá”. Noto que lo emite con dificultad. Y hacemos una pausa para distraer el momento emotivo.
“Rodolfo”, me dice. Y parece estar a punto de confesarme algo. “No te niego que en algún momento pensé que el país me quedara grande. Fueron ocho meses arrimados entre una habitación y la sala de las casas de la suegra y el cuñado. Algo que eternamente les agradeceré. Lo que si te aseguro es que nunca pensé que la isla me quedó chiquita. Que el haber salido de ella no fue porque me fallara. Fueron momentos difíciles que me obligaron a recurrir a sentimientos de gran humildad. Y los superé gracias a Zoraya”, su esposa. “Fue un periodo donde tuve que aceptar que había pasado de ser un consultor y técnico especializado a cargo de proyectos de organismos internacionales a ser un tirador de cables”. Entendió, sobre todo, que quien había sido ya no era. Y que las decisiones que un día se toman pueden bien regresar doce años más tarde para impactarte.
Durante siglos, al inmigrante nunca le cuentan que el punto de arranque será cero. Solo le filtran el concepto de que en América no hay techo y que es un lugar de grandes oportunidades. Y es desde allí. Del punto más bajo de su profesión. Le suena el teléfono. Y me lo recita. “305-593-1223.” Un ex colega con quien trabajó en el INDRHI y en proyectos bilaterales, le plantea la oferta de contratación de un año y sin promesa de renovación, para ser parte del Staff de Informática de Carlos Albizu University -CAU, Recinto Florida, en la ciudad de Doral. El reconocido centro superior de estudios, especializados en psicología y en educación semi-presencial. Aunque la oferta es una posición baja, relativa a su experiencia, Raymi acepta la oferta y entra en un entrenamiento intensivo de plataformas educativas, ajenas a su experiencia.
Pasado el año de contratación, su posición se hace fija y aunque aún no se vislumbra que escale, el ingeniero que dejó atrás un futuro promisorio, baja la cabeza, hace su trabajo y sigue con su orgullo en el bolsillo trasero, guardado. Pero el destino siempre premia a los pacientes. A dos veranos de esa realidad, el ingeniero que dejó atrás su estabilidad de primer mundo en una isla del tercer, alcanza el peldaño de dignificación que nunca esperó, pero el que su interior deseaba. El amigo que le traería a la Universidad, acepta una oferta laboral y deja la plaza directiva abierta. Con ellos, se presenta la oportunidad que América le tenía guardada. Una posición superior a la que había dejado en la R.D. Raymi Fernández, el hijo de la ingeniera curiosa y el nieto de la abuela protectora, se convierte en el Director de IT de la Universidad, manejando además de un amplio personal, equipos de última generación y un departamento con más de un millón de dólares en presupuesto. Fernández ha sido uno de los impulsores de la renovación de la entidad educativa. Y para muestra está el hecho de que pocas instituciones estaban preparadas para un “mundo COVID”, como lo estaba CAU.
Coincide conmigo, cuando le expreso que, “la isla tiene décadas que dejó de enviar inmigrantes cuyo único atributo era el ser mano de obra barata. Dominicana tiene décadas, exportando talento.”
Le pregunto que si se visualiza regresando a dominicana, a lo que me responde que sí. Su circuito de continuos propósitos, de inicios y fines, que nunca alteran sus planes, parece estar llegando a completarse. Desde la diáspora que le escogió, me cede, “estoy llegando a un momento en la vida donde los frutos que estoy cosechando quiero regresarlos al país. Creo que en un futuro cercano estaremos viviremos seis meses aquí y seis en Bayahibe”. Ambos sonreímos.
Las hijas de Raymi, el guitarrista roquero, son hoy una joven profesional de la industria hotelera y la menor cursa su tercer año de Medicina. Y su apoyo infinito, Soraya, la que siempre ha podido ver el vaso medio lleno.
Afuera ha dejado de lloviznar o puede que el aguacero haya arrancado más fuerte. Sin embargo, ninguno de los dos lo notamos. Ya no queda más nadie en el establecimiento. Ya no hay empleados, estudiantes ni profesores. Solo quedamos él, yo y la última pregunta. -¿Cuándo fue la primera vez que lloraste al partir de Santo Domingo? Me dice, “cada vez que dejo a mami”. Le aseguro que con dominicanos como él, la Nación que ella soñó aun existe.