Ensayo en varias partes, disertaciones que pasean entre la arquitectura y la presencia onírica en los espacios.

La Carretera (el camino)

“La carretera es un celaje que molesta en el rabillo del ojo”

Mi cuerpo en los umbrales

Siempre hubo carreteras, desde que el hombre decidió moverse de forma terrestre y fue dejando su huella por los caminos más usados y ventajosos. Cuando hablamos de umbrales, la carretera sería el más extenso de todos. Presente o ausente, en su absoluta realidad, según el lugar que ocupemos en su uso, entendiendo que su ausencia, solo existiera en una  que otra mente.

Entre los espacios de su tipo, podría llamársele el umbral por excelencia, sobre todo para aquellos que les interese estar en ningún lugar, o dicho de otra forma, siendo el puro desplazamiento la práctica o el medio para su verdadero y final uso: la unión más rápida (en el uso del transporte terrestre) de dos destinos. A nivel de estudios urbanos, es igualmente su vocación de nexo entre dos urbes, parajes o pueblos, el tópico de estudios acerca de la misma.

Usar la carretera de forma puramente práctica, nos limita a la ejecución o a la preparación previa para la práctica del verbo llegar. Dicha acción, es pensada en un momento, casi siempre de forma planificada, luego, previo a su ejecución definitiva, debe iniciarse el uso del umbral al que nos referimos (el verbo ir). Mencionada en diversas obras literarias, mostrando su igualmente relevante realidad onírica, donde la finalidad de permanecer en estado nómada prevalece, convirtiéndose así en la diosa o “back ground” permanente de los grandes errantes del mundo.

Paisaje

Son infinitos los usuarios de sus extensiones, pocos los conscientes de sus regalos. Contados con la palma de la mano de la tierra, los que en nuestras reflexiones pudiéramos entender que una burda y extensa línea de asfalto fuese capaz de  brindarnos un cielo, unas montañas heridas por ella, la sinuosa existencia de la naturaleza, rota igualmente por ella, llaga interminable, costura infinita: la carretera y su filosa dualidad. Pero siendo indudablemente una herida en el paisaje, es el medio único, del cual se vale el hombre (y la mujer, claro) de la urbe, para integrarse a él y ciertamente en su uso se delata el ser humano contemporáneo y su moderna usanza de la frase “integrarse a la naturaleza”.

La carretera es el umbral más peligroso…Es difícil que nos pase algo al cruzar el umbral de una puerta, no imposible, porque el azar, juega un papel determinante en los accidentes.

La carretera nos hace firmar un contrato que solo la beneficia a ella. Nos da solo dos opciones, aceptando ser usuarios de su finalidad práctica, comprendemos que podemos llegar a nuestro destino o morir en ella. El saber que un día moriremos todos, aleja a la carretera de su culpabilidad. La carretera es una tirana.

Una carretera me robó un día a mi padre. Y sé que fue el simple resultado del destino, también la consecución de decisiones tomadas, una tras otra: querer salir ese día, encender el vehículo y convertirse en su usuario y ella, sin más, brindó las únicas opciones que tenía a la mano. Aunque mi padre haya cambiado de estado usando este umbral, me empreño en sublimar su simple razón de nexo entre ciudades y me permito comprender que es una cicatriz que nos pasea por lo hermoso, que nos lleva en el silencio, que nos acerca a lo virgen, a lo real, lo crudo o a lo amargo.

Mi cuerpo no siente remordimientos cuando está en la carretera, cuando ocupo ese tiempo perdido, solo mirando sus líneas continuas o intermitentes. En ella, hacer nada, aparte de desplazarse, está permitido. La carretera y su monótona extensión, la carretera y sus excitantes vistas, nos acerca a un camino abstracto en el cual podemos pensar en nosotros mismos, cuando somos reflejo de todo lo que a su paso muestra y dejamos atrás.