Desde hace algún tiempo el tema del empleo formal se ha colocado en el centro de la agenda pública. Hace unos días este debate se ha intensificado, sobre todo en las redes sociales, con las reacciones a unas declaraciones mías al salir de una visita al Palacio Nacional, en las que respondía a un estudio del Banco Central, donde dije: “…no hay bajos salarios, hay salarios establecidos en el sector formal que garantizan el salario que corresponde a cada trabajador. El salario del sector formal es más alto que el sector informal”.

Desde entonces es mucho lo que se ha opinado y muchas las consideraciones que se han hecho, algunas con indignación y otras de forma abiertamente acusatoria. Creo en el derecho inherente de todo ser humano a expresar sus opiniones e ideas cuando así lo considere, pues estoy convencida que construye y fortalece nuestra democracia. Sin embargo, con lo que no estoy de acuerdo es con expresiones ligeras por desconocimiento que difamen, que incriminen, o que intenten amedrentar a quienes hacen un trabajo en pro del país o un sector de la sociedad. No estoy de acuerdo con el tipo de expresiones que por crear morbo no construyen, y muy por el contrario destruyen.

Como empresaria,  soy parte de un grupo industrial que paga salarios por encima de los establecidos por ley. Mi familia ha realizado importantes inversiones y aportes al desarrollo nacional durante tres generaciones. Miles de hogares dominicanos a lo largo de 75 años de existencia empresarial han podido lograr una vida digna gracias a los beneficios y oportunidades que, consciente y solidariamente, hemos promovido en el seno de nuestra empresa.

Desde la llegada del primer Bonetti en el 1803, mi familia jamás ha abandonado la Republica Dominicana, a pesar de las problemáticas estructurales que mantiene, y si participamos como voceros del sector empresarial, pueden estar seguros de que es el resultado del innato y genuino interés de aportar activamente a que podamos dejar un mejor país para nuestros hijos, nietos y futuras generaciones.  Puedo decir sin temor a equivocarme, que esta última afirmación le aplica a muchas de las familias que desarrollaron las grandes empresas de hoy.

Todo esto lo que demuestra es que no sólo estamos interesados en el “rendimiento de nuestras inversiones”, sino también en la generación de empleos formales y de calidad que garanticen los derechos de nuestros trabajadores, proporcionándoles seguridad, bienestar y prosperidad. También de forma voluntaria impulsamos diversas acciones de responsabilidad social en pro de la educación, la salud, el deporte y otras áreas sensibles.

Dicho esto, me cuesta visualizar una caracterización de frialdad, despreocupación, o desconexión social como algunos han muy elocuentemente articulado. ¿Cuál es el interés de los que  quieren hacer que nuestro pueblo mire a los empresarios como insensibles o culpables de nuestra realidad social?

Me asombra la facilidad con que algunos, escudados en la espontaneidad y apertura de las redes sociales, a través de manipulaciones han pretendido generar  indignación en nuestros ciudadanos de buena voluntad.

Como madre y ciudadana lamento las recriminaciones y las iras acumuladas en los diversos participantes en la discusión. Ha sido  común  que algunos promuevan la idea de que los empresarios carecen de preocupaciones sociales, que están deshumanizados y que no les importan las condiciones de precariedad en que vive la mayoría de la población. En mi caso particular, si esto fuera así, tienen que estar de acuerdo conmigo de que no estaría ejerciendo activamente un rol público en la búsqueda de soluciones a los temas de interés nacional sino mantendría un perfil mucho más bajo que el que por más de 20 años me ha caracterizado.

No se trata sólo de un problema personal mío, de Juan Vicini o del sector empresarial. Como dijo mi amigo y compañero de batalla “nosotros seguiremos luchando mientras el cuerpo aguante para que esa avalancha que se avecina sea un boom de desarrollo y efectiva distribución de oportunidad, bienestar y libertad”.

Es importante abogar por la distribución equitativa del ingreso. Quien tiene su empresa y produce riqueza, y crea empleo, y participa del mercado laboral con los salarios que le es posible hacerlo, contribuye al desarrollo.

Es por todo esto que creo oportuno aclarar el contenido de mis palabras,  que fueron reproducidas de forma corta y descontextualizada.

He dicho, y lo sé bien, que los salarios no son el resultado del deseo de una empresa, de un sector, y ni siquiera de un país. Los salarios responden a una lógica de mercado y son el reflejo de la economía abierta más que de la voluntad de las empresas.

Todos sabemos que en el sector formal e informal establecer altos salarios de ley es un serio problema para la estabilidad del empleo. Las empresas que no pueden cumplir con la ley terminan quebrando o irrespetando la misma. Existe una rentabilidad empresarial, que no necesariamente es aplicable al conjunto de las empresas. Sin embargo, hay una rentabilidad media y sobre esa base se establece el salario mínimo de ley.

En ese sentido, es posible decir que en República Dominicana los salarios responden al mercado dominicano y a su realidad específica. Los salarios bajos, medios o altos no son el resultado de la voluntad de alguien, sino de las posibilidades de las empresas y la propia dinámica del mercado.

Por ello, discutir ahora el tema del salario a partir de una declaración mía fuera de contexto, es ver de forma parcial un tema muy serio, que va más allá del salario y que se vincula directamente con la distribución del ingreso. El Banco Central y el propio gobierno tienen estudios que evidencian la naturaleza de la pobreza en la RD. Hay una distribución no equitativa del ingreso, y le corresponde al Estado actuar para que haya equilibrio.

Sobre esa base es que pedimos a nuestros gobiernos como sector empresarial, crear las políticas que mejoren la formalidad y competitividad de nuestro país para poder incrementar la productividad, porque esta es la forma efectiva de combatir la pobreza, con más puestos de trabajo, mejores salarios, mejores condiciones de vida y de esa manera salir del sub- desarrollo que nos arropa.

En mi quehacer profesional e institucional, no pretendo y nunca he pretendido que todos opinen igual. Siempre he creído que la diferencia de opiniones enriquece los debates y arroja luz al mejor camino. Pero no comparto y nunca he compartido que el irrespeto, la burla, las ofensas y la calumnia tengan acogida en nuestro accionar. Hago un llamado a la reflexión y a la unidad como dominicanas y dominicanos porque los problemas son de todos y solamente juntos podremos ir solucionándolos.