En los ratos libres, disfruto de breves conversaciones individuales por la red WhatsApp, antes por estar en el extranjero, ahora por la situación aislante de la pandemia. Las procuro cada sábado con una lista corta de personas de mi afecto, a quienes, con la excusa de entregarles cual cartero la saliente edición de esta columna, les robo un saludo y algunos breves intercambios.
Días atrás, durante el paseo con mis amigas Sayi y Toñita, reseñado en una entrega previa, discutíamos que cada vez menos, incluso antes del claustro sanitario, la gente se visita. Esa es un costumbre criolla que pese a la virtualidad voluntaria o forzada, conviene mantener.
No hay servicio en lugar público físico o ventaja de la dimensión virtual que sustituya la calidez que se produce cuando se invita a una persona de nuestro afecto a la mesa donde servimos alimentos a nuestro hijos, o a disfrutar una taza de café en la vieja mecedora de la familia. En tanto, el WSP es un sustituto aceptable para no perder el contacto esencial.
Hace tres años me bebo mi primer café sabatino virtual con Jaime Ángeles. Todavía mi greca está echando humo cuando mi amigo desde los años universitarios me deja saber que abrió el sobre que dejé en su buzón personal, esto es, la nueva edición de esta columna y conversamos por WSP. Yo le pregunto por su mamá doña Migdalia y el se interesa por saber cómo va mi hijo Simón.
A instancias de mi querido amigo acepté algo que eludo, esto es, entrar a algún nuevo chat de WSP. Jaime me instó a entrar al chat de cerca de sesenta abogados, mis pasados compañeros de estudios de la Universidad Pedro Henríquez Ureña (Unphu). Él culminó sus estudios con ese grupo, pero yo solo estuve con ellos tres años antes de cambiarme a otra universidad.
Sin rebaja alguna de mi gratitud por la Universidad Iberoamericana (Unibe) y los lazos de amistad que también me unen en otro chat con el grupo de abogados con el que me gradué de esa casa de estudios, acepté gustosa la invitación de Jaime.
La experiencia ha sido maravillosa. Al igual que cuando tenía dieciocho años, volví a compartir con un grupo tan variado y valioso de dominicanos de mi generación. Somos un grupo formado por hombres y mujeres oriundos de varios pueblos y provincias del país, junto a los capitaleños de esta vieja ciudad, en aquellos tiempos más aldeana y próxima, perfil de la urbe actual que desaparece poco a poco.
Era Santo Domingo en 1982, más pequeña y campechana, mientras las localidades del interior más remotas y desconocidas. Con ellos empecé mi aprendizaje de la adultez, cuando salí del bachillerato. A una gran mayoría en el chat, no los había vuelto a encontrar en décadas.
Al volver a saludarlos a instancias de Jaime por conducto del WSP, hice un inesperado encuentro conmigo misma y constaté la fortuna de haber tenido la oportunidad de conocerlos en mis años de desarrollo profesional y personal. La recepción fue cálida, festiva como la del hijo pródigo del relato bíblico. Entre ellos hay personas con ideas distintas y cada día hay un debate que se extiende desde el alba hasta la noche.
En ese conglomerado íntimo encuentro a la vez una muestra fiel de la dominicanidad. Mis amigos “unphianos” como les digo en broma, me recuerdan lo que Ernesto Sábato dice haber aprendido de su profesor Henríquez Ureña: la unidad dentro de la diversidad.
Esta semana quería escribir de un tema jurídico para el que debo hacer una investigación a fondo. Me pareció buena idea pasar la consulta por ese chat. Acto seguido tuve el enfoque laboral servido por Charles Ureña, el regulatorio por Luis Díaz, el fiscal por Sarah Bachá y el comercial por Jaime Ángeles. Raro que José Cruz Campillo no me mandó un escrito ampliatorio de datos. Andaría ahogado de trabajo como siempre nuestro querido ajo o ajogao.
Ellos tenían días analizando el “otro” tema, el ineludible, el de vacunación. Como todos, andan muy preocupados con la situación actual, agravada por la variante Delta. Mi amiga de larga data Jacqueline Dhimes me pidió que por qué mejor no escribía de eso.
Acto seguido, recibí una biblioteca legal informativa salida de las cabezas de los activos “unphianos” de mi chat, respecto de lo que piensan cada uno de estos experimentados abogados sobre la disposición ejecutiva que obliga a portar la tarjeta de vacunación, sobre si están a favor o en contra de la obligatoriedad de la vacuna, en fin, su versión social y técnica de “el tema”.
Acepto la petición de mis amigos, excepto que no lo haré desde mi capacidad profesional. Trataré de imaginarme de nuevo en el pupitre del Campus II, junto a ellos, escuchando a nuestro maestro de sociología José Alcántara Almánzar, que nos ponía complejos retos de analizar, a nuestra corta edad, los problemas sociales del momento en el país, el salario y condiciones de trabajo de los braseros de la caña, el sindicalismo, el acceso a la educación básica, entre otros.
Disfrutando de esa ventana a la dominicanidad que veo cada mañana despertar en chat de la Unphu, y escuchando en las noticias que efectivamente ha subido el número de personas presentándose en los centros de vacunación, me pregunto: ¿Y si lo logramos? ¿Qué tal si los dominicanos alcanzamos la inmunidad de rebaño pronto?
Al igual que la líder natural de ese chat, la dilecta Sarah Bachá, coincido con mis también queridos amigos Juan Tomás Vargas y Marlene Lluberes, que desde su visión de fe están convencidos de esa posibilidad y me contagian con su optimismo espiritual.
Creo que es posible, y dejo a otros abogados el liderazgo de opinión sobre la legalidad que debe acompañar a toda medida en curso, mientras exploro con mis amigos de ese chat el humanismo utópico que habría que reconocer al pueblo dominicano cuando alcance la meta, una esperanza que debemos abrazar.
Organizar la relevancia de la utopía es tan importante como soñar la utopía misma. Empezar a pensar que lo lograremos, incluso antes que otros países de la región e independientemente de nuestras limitaciones educativas y de desarrollo institucional.
Reducir la mortalidad a causa de COVID-19 y volver a tener cierto grado de normalidad son las motivaciones obvias. Pero ese logro tendrá un significado superior, que en mis palabras simples sería confirmar que este país cambió, tomamos los dominicanos el control de nuestro destino colectivo.
Como me explicó el sociólogo y educador Juan Miguel Pérez, reseñado en otra entrega previa, la idea de que el pueblo dominicano necesita ser acarreado como una mula mañosa por los círculos de poder, siempre ha sido un mito. El pueblo dominicano es capaz de actos de heroísmo me demostró con datos y hechos el investigador.
En la presente coyuntura, se reconocen los liderazgos nacionales, pero con igual entusiasmo hay que aplaudir los que ocurren casi de manera anónima en las pequeñas comunidades sociales, el barrio, la escuela, o en mi caso, en el chat de la Unphu. A inicios de año, la primera persona por la que supe de la variante Delta y qué hacer para reforzar la prevención fue la diligente Lcda. Dhimes.
A mis amigos del chat les dedico las reflexiones que anticipó el humanista a quien nuestra vieja casa de estudios, le rinde alto homenaje. Pedro Henríquez Ureña, hace casi un siglo, tuvo la fe en el porvenir verificable en la presente coyuntura. Basado en ley fundamental de la sociología hostosiana, P. H. U. explicaba que habríamos entendido nuestra sociabilidad, y estaríamos alcanzado, a pesar de nuestras precariedades materiales, un signo del desarrollo omnilateral, simultáneo y concurrente, al empoderarnos de nuestras utopías.
El día que la República Dominicana alcance la inmunidad de rebaño, no importa cuándo, las lecciones de Henríquez Ureña sobre el porvenir social serán verificadas. Estas presumen a un hombre y a una mujer colectivos, a la vez trabajadores completos, en un correcto discurrir, siendo capaces de convertir en realizadores puntuales las virtudes del trabajo y la razón.
Esas utopías me visitan mientras converso virtualmente con mis amigos del chat de la Unphu, en la espera de verlos pronto cara a cara. Una vez los invité a todos a mi casa para descubrir el “Angelito” de las fiestas navideñas de 1983. Éramos tantos, que nos ubicamos en el techo de mi viejo hogar en una escalera externa que improvisó mi papá de ocurrente.
Ahora tendremos que irnos a las fincas donde se criaron algunos de mis compañeros. Estoy segura que, por ejemplo, Annie Valdez Cedano, tendrá un buen espacio al aire libre en Higüey para recibirnos a todos con nuestras familias.
“En nuestro suelo nacerá un hombre libre, el que hallando fáciles y justo los deberes, florecerá en generosidad y en creación” (La Utopía de América, Pedro Henríquez Ureña). Mientras, espero confiada que la ciudadanía entenderá la importancia de la empresa en curso. ¡Vacúnate!