Acabo de regresar de vacaciones en las que tuve una experiencia diferente y muy interesante. Salí del país y a la semana de estar fuera, mi celular desde el bolsillo trasero de mi pantalón se ahogó en el inodoro. Algunos pensarán  que estoy siendo innecesariamente gráfica, pero es adrede para darle intensidad a este hecho.

Regularmente cuando salgo del país por vacaciones intento desconectarme del patio y entrar en otra realidad, es un ejercicio que intento hacer y en la mayoría de las veces lo logro. Esta vez me costó, posiblemente por la cantidad  y características de los temas que estaban generando fuertes debates desde mediado del mes de mayo en el país. Al salir quedaba la estela de las respuestas generadas por la Orden Departamental No. 33-2019 del Ministerio de Educación; luego la aprobación en la Cámara de Diputados de la lectura de la Biblia en las aulas de Centros educativos públicos y privados. Después el caso Jaime Bayly; la muertes de turistas norteamericanos en hoteles del país y finalmente el caso David Ortiz cuyo pesar y preocupación  por su vida llegó hasta el viejo continente.

Con todo esto se me estaba haciendo difícil desconectarme ya que son temáticas vinculadas al trabajo que hago, a la actividad política y a la inseguridad ciudadana. Demasiado para no involucrarme.  ¿Y qué hace la vida? Me deja sin celular. Cuando esto me ocurrió en el baño de un hotel, desde la conciencia de que nada ocurre de manera casual, me detuve, me miré y me pregunté ¿Solange, qué  quiere decirte la vida con este hecho? Inmediatamente pude verlo, sencillamente la Divinidad, me preserva, me ayuda, me colabora o me paraliza cuando no soy capaz de mirar.

A partir de esa toma de conciencia las vacaciones cambiaron, no más Twitter, publicaciones en redes sociales, fotos, contactos por WhatsApp. A través del teléfono de mi amiga avisé  a mis familiares lo ocurrido para que no se preocuparan; le pedí a ella no borrar las fotos hasta no recuperar mis datos y por correo autoricé  a dos personas contactarme por ahí solo en caso de emergencia. Estas pequeñas medidas cambiaron completamente mis vacaciones y pude de verdad hacer lo que la vida me estaba pidiendo que hiciera, vivir el presente, disfrutar, conectarme y dejar atrás todo lo demás. 

Aunque nos cueste creerlo muchas cosas con las que bregamos en el día a día no son necesarias. Sin darnos cuenta vamos atrofiando esa preciada libertad que tanto anhelamos y que nosotras mismas limitamos. Ese fue el gran aprendizaje de esta experiencia. 

Lo hermoso de vivir consciente es que cuando lo olvidamos, la misma vida en su afán de ofrecernos felicidad nos presenta hechos que nos devuelven al principio. Eso fue lo que sentí, un abrazo amoroso de la vida recordándome que lo más importante lo tengo frente a mis ojos en cada momento que vivo, ya que lo material es siempre recuperable.

Luego de llegar al país habían pasado 5 días y todavía seguía sin celular, viví una semana en TBT: usando el teléfono de la casa que pocas veces había estado pendiente de su timbre, aquí descubrí que debo cambiarlo pues el de la cocina no se escucha; me dispuse a preguntar los teléfonos por correo para poder comunicarme, recordando aquellos tiempos en que teníamos libretas de teléfono organizadas alfabéticamente que reposaban en la mesita del teléfono fijo de la casa, la verdad es que casi me estaba acostumbrando a esa pasividad. Llamé a la secretaria del consultorio para coordinar las citas y darle mi teléfono de la casa que era desconocido para ella. Hablé con una amiga que con pesar lamentaba el hecho y me intentaba consolar en el entendido de lo incómodo que ha de haber sido este tiempo sin celular. Con tranquilidad y alegría le expliqué cómo  un hecho tan trivial se había convertido en una experiencia trascendental  hacia el interior y fue en ese momento cuando decidí escribir.

Trabajo con mis pacientes y grupos en talleres esta capacidad de mantenernos en el presente, hago recomendaciones de mindfulness, relajación, respiración y todo lo demás. Esta vez la lección era para mí y pude disfrutar de la complicidad de la vida con mi proceso de crecimiento y desapego. Quise compartirlo pues todas y todos vamos en un camino de crecimiento y de lo que se trata no es de llegar sino de seguir andando. Cuando estamos conectadas con la vida podemos contar con su ayuda pues el universo siempre conspira a favor.