Al término del homenaje que ofreció el Senado a su familia al cumplir el primer siglo de su llegada al país, a preguntas de los periodistas que cubrieron el evento, don Pepín Corripio alertó sobre el peligro de que la corrupción pueda hacer metástasis en el seno de la sociedad, de tal modo que vaya permeando hacia las demás capas de la población al punto de que lleguemos a tener millones de aspirantes a corruptos.  No es una advertencia vana. 

Después de señalar que es un problema que se está produciendo a nivel mundial, el destacado empresario dijo que el daño mayor es cuando el común de la gente termina por perder la noción de lo correcto y lo incorrecto.  Cuando esa frontera desaparece, la persona termina por envilecerse.  Igual las sociedades cuando lo hacen sus clases dirigentes.  Es un serio riesgo a tener muy presente.

Es de arriba que el ciudadano de a pie recibe las señales que contribuyen  a determinar su comportamiento ciudadano por vía del ejemplo-demostración. Es la gran responsabilidad que acompaña el ejercicio de toda función pública, donde quien la desempeña tiene que ser tan dedicado y diligente como transparente, guiado por el principio de que al Estado se va a servir y no a servirse de el.  No es el que, lamentablemente, determina las acciones de no pocos funcionarios públicos.

El país y el gobierno están en una seria encrucijada en este sentido al momento presente, que puede ser el factor determinante de nuestro futuro.  Los diversos casos de corrupción que han matizado el curso del presente año, constituyen un reto al tiempo que oportunidad.  Comenzando por el escandaloso expediente de soborno de la Odebretch y el sospechoso y abultado sobre costo de las obras ejecutadas y en proceso,  se suman la venta a precio de vaca muerta de  Los 3 Brazos; el inicuo despojo de las multimillonarias propiedades que integraban el patrimonio del  CEA del cual solo quedan migajas;  la OISOE; la remodelación del hospital Darío Contreras; los Tucanos  y el más reciente de la OMSA. Todos son casos que tienen que ser resueltos en justicia con absoluta transparencia, depurando responsabilidades y aplicando la ley sin privilegios ni apañamientos.

Pero Corripio, hizo al mismo tiempo, una sugerencia tan interesante como apropiada, cuando propuso que así como se debe castigar sin contemplaciones a los funcionarios corruptos, es justo exaltar y premiar aquellos otros que en el desempeño de su gestión han dado ejemplo de probidad. 

Hacerlo así es la mejor  señal que se puede enviar y el mejor ejemplo que se puede dar a los servidores públicos de que su honestidad y sus méritos serán debidamente reconocidos y la  garantía de que podrá disfrutar de un retiro sin agobios.   No solo es justo sino inteligente.

Por citar tres referencias de personal conocimiento.  Casos como los de Julio Sauri, a quien retiraron con una pensión exigua de apenas 500 pesos después de haber manejado millones de pesos y dólares al frente de la CDE; el de Jorge Martínez Lavandier, quien dejó igualmente huella de honestidad singular después de haber desempeñado la Dirección General de Impuestos y la Dirección General de Aduanas, terminando su vida en un asilo con una miserable pensión de 8 mil pesos donde lo halló Hipólito Mejía en una visita que hizo a la institución, ocasión en que se la aumentó a 25 mil pesos; o el de Danilo Noboa, con un muy modesto retiro  también después de haber estado al frente de Aduanas. Situaciones como esas envían una señal negativa al servidor público, le provocan  desaliento e incertidumbre y no debiera ser la norma de futuro.

Denunciemos, persigamos, sometamos y sancionemos al funcionario corrupto y obliguémosle a devolver al Estado la fortuna malhabida; pero exaltemos, reconozcamos y garanticemos una vida digna y un retiro sin agobios a quienes por el contrario, han dejado huella  de honestidad sin sombras ni tacha.  Es lo menos.