Los tratados de libre comercio representan infinidad de oportunidades. Esa es una realidad, a despecho del riesgo que confrontan numerosas empresas dominicanas por el bajo nivel de competitividad que  suponen las desventajas comparativas de nuestra economía.

Esa realidad nos traza deberes ineludibles. En lugar de paralizarnos agregando lamentos, deberíamos asumir acciones que permitan superar esas dificultades. Por supuesto, no se trata de una iniciativa que  sólo competa al gobierno o al sector privado. Es algo que está más allá de las decisiones unilaterales. Se refiere a un compromiso grande que envuelva a todos los sectores importantes de la nación y en el que el Estado asuma con carácter permanente, como una meta de su diario accionar, la parte que a él le corresponde, lo que parece ya estar en marcha.

Más allá de lo acordado se impone que el gobierno, la oposición y  los empresarios se comprometan a impulsar las exportaciones y mejorar la competitividad del sector productivo. Un acuerdo en que los empresarios y la oposición asuman como suyos todas las iniciativas legítimas provenientes del sector público que contribuyan  realmente al mejoramiento de la competitividad de nuestra economía. Es importante dramatizar ese objetivo a fin de crear conciencia clara y amplia de la realidad nacional. Y de hacernos ver en toda su dimensión, los negativos efectos de continuar negando el endoso necesario a grandes e inaplazables decisiones sobre esa gran meta nacional.

La firma de tratados con Estados Unidos, Centroamérica y Europa nos abrió enormes oportunidades que estamos obligados a aprovechar. Oportunidades que la vida y la dinámica de las relaciones internacionales tal vez no nos concedan nuevamente si perdemos el chance de dar ese salto ahora, cuando aún tenemos tiempo.