Tengo más de un mes que no sé nada de Lionel Messi. Durante todo este tiempo, ciertamente que el fútbol, –pasión, fervor y lucha– no ha estado en mis manos. Pero ya me informé que Michele Uva, –presidente– ha dicho que hay que tener cuidado con el fatídico coronavirus.

Las elecciones en Santo Domingo resultaron un fiasco: se suspendieron y la gente salió a la calle a protestar con decididas cacerolas y pancartas democráticas. Fuera de lo que estuviera haciendo Messi, –o Ronaldo o el Cuna–, uno se queda a la expectativa sobre lo que ocurrirá con la política dominicana. Existe una especie de petición ancestral a conocer lo que hay. Lo mismo ocurriría –para irnos un poco al pasado–, en aquella época en que existían los dictadores: Lilís, Mon Cáceres, Trujillo, es decir en 1920, 1930 y antes, en 1880.

Pero qué del presente? No podemos alejarnos –por más que queramos–, de los hechos contemporáneos. Bueno, al menos que tengamos la suficiente plata para irnos a vivir a Santorini, algo que es caro. Un grupo de personas puede tomarse una foto por unos días allí, pero ir a vivir es otra cosa. Ya aterrizados en el país de Zeus, habría que refugiarse en el Bel far niente italiano, aunque estemos en Grecia. Hablamos de la Grecia de los capiteles y astrágalos, las columnas dóricas y jónicas en mármol? Esa misma. Hablamos del Bel far niente italiano –la belleza de no hacer nada–, que denuncia y que vive Elizabeth Gilbert, autora del bestseller Comer, rezar, amar, un libro que en verdad recomendamos, también autora de Comprometida, una historia de amor del 2010 con una indicación interesante: la película sobre el libro de Gilbert fue llevada a la pantalla por Julia Roberts con la dirección de Ryan Murphy y Jennifer Salt en Sony Pictures.

Las decisiones tienen que llegar a nuestra mano como cuando el admirado Messi decidió vivir en Barcelona con Antonella –que no deja de ser espiada por los medios internacionales–, en ese lujoso vecindario que también tiene a otras estrellas del fútbol. Aquí, en nuestro vecindario, si uno mira, el edificio del Palacio de Bellas Artes –y otros– tiene esas columnas dóricas que nos retrotraen a la Grecia antigua como en el Erection de la Acrópolis de Atenas que data del 406 A.C. La decisión en la construcción de esa edificación neoclásica no la habrá tomado Trujillo. “A mí, obligarme a diseñar un palacio?”, quizás hubiera dicho o quizás en el dictador también había un arquitecto, un ingeniero y un artista. Para agrandar el asunto, tenemos una belleza no tan repetida en otros palacios como en el Nacional: las cariátides, unas mujeres que son la columna –como en efecto en la vida–, que sostienen toda la estructura del edificio. 

Vi en Punta Cana a una muchacha italiana –de pelo muy revuelto–, que tenía plena conciencia de lo que hacía; había alquilado una scooter y el tiempo se le iba en una pizzería que ciertamente era de la cadena Hut, y no una de las que ella hubiera encontrado en una intrincada callejuela italiana. Estoy claro que dejaba pasar el tiempo y lo vivía en sublime descanso, como otros tantos turistas. Sin embargo, hay momentos –como este 15 de marzo–, en que otra vez, pese a todo, habrá que dejar el turismo e ir otra vez a echar el voto para que se cumpla aquella sabia moraleja de la firma de zapatillas: Just do it. Se trata del sistema democrático, donde es más cómodo vivir que en otros.