Noche del 30 de mayo de 1961. En su casita de madera de la calle Marcos Adón, de Villa Juana, una zona aún boscosa que comenzaba a urbanizarse, próximo al área del antiguo aeropuerto General Andrew*, Roberto Marcallé Abreu dormía plácidamente en su camita de bastidores sobre un colchón de guata en una habitación aromatizada por el olor a orines que expelía la bacinilla de aluminio –con una costra blanca en el fondo-, casi recostada de una pata de la camita. Minutos después de las 10 y 30 de la noche murmullos de ruidos lejanos de un tiroteo intenso penetraron a su habitación por los mismos intersticios de las viejas tablas que daban paso a rayitos luminosos de la jibosa de luna llena al cien por ciento, que en esos momentos facilitaba la muerte a tiros del emboscado tirano Trujillo Molina, en la hoy autopista 30 de mayo, a unos 4 kilómetros, en línea perpendicular.
Como todas las fiestecitas de entonces, la de su 13 cumpleaños -nacido el 30 de mayo de 1948- había terminado poco antes de las 10 de la noche de aquel martes de presagios, y de inmediato lo habían mandado para la cama porque al otro día tenía que ir al colegio San Juan Bosco, distante a diez cuadras al sur, a apenas unos 300 metros del Palacio de gobierno.
Las diez cuadras de casas de madera y de bloques separadas por callejones repletos de historias infantiles y con sus patios traseros humedecidos por los rigores nocturnos del rocío de aquellos entonces de floradas frescas, las aulas con pupitres que lo aburrían, el patio de recreo repleto de carajitos que como él correteaban, su pertenencia a la última generación de la tiranía trujillista y las casas, aceras, calles asfaltadas y desafaltadas, el mapa humano que las poblaba y la atmósfera barrial toda impregnarían la mente del artista que había en él, y se interiorizarían sus experiencias y recuerdos vaporizados por las canículas dominicanas que años después los exudaría como cuentos y novelas.
…Principalmente en su libro de cuentos Sábado de Sol Después de las Lluvias, una radiografía de aquel mundo huido, el del barrio, el solar baldío ahogado de ojos de gatos, túatúa, anamú, jarros oxidados, rastros de piezas de automóviles y papeles amarillentos, las chichiguas y capuchinos, los perros que meaban con una pata levantada pegada a la pared –dizque para que no le cayera encima-, los gatos trasnochados que desesperados se desgañitaban antes de poseer a las gatas demandadoras, los gritos de vendedores ambulantes, las fritureras gordiflonas y plebes que lidiaban con los tígueres borrachos, los “tipos raros” con sus “sombreritos del SIM” que desde las esquinas acechaban la vida, los aguaceros musicales olímpicos, las teticas y nalgas de las carajitas “en desarrollo”, las peinetas en pelo malo, ratones salidos de las cunetas perseguidos por turbas de tigueritos que gritaban “¡atrápenlos!”, los locos mansos que se creían general Lilís, emperador Napoleón, el descubridor Colón, el genocida Hítler… los velatorios…Todo hasta agotarse en un océano de vivencias barriales, ¿sólo de esos “entonces”?
Por todas esas vainas cachivaches fue que a Marcallé Abreu le otorgaron el Premio Nacional de Literatura el 26 de enero de este 2015…Porque sus cuentos y novelas interiorizan la vida urbana, porque la descubre tan magistralmente que tal vez no la hayan leído los literatos dominicanos…
Y razón tienen: él no es literato. Literatos son ellos. Él es escritor. De pié a cabeza. Y por eso lo he admirado desde su siempre de escritor y lo digo con la sinceridad que se lo he dicho cara a cara a despecho de la sentencia de que tu principal enemigo podría ser el de tu propio oficio.
Muy, pero muy merecido el Premio Nacional de Literatura a este trabajador incansable del “duro oficio de escribir”, otorgamiento que a su vez prestigia al jurado de aquel premio creado por José Luis (Pepín) Corripio y el Ministerio de Cultura, e integrado por representantes de universidades y figuras de prestancia intelectual.
*Un tramo inicial de la hoy avenida John F. Kennedy fue parte de la pista de despegue y aterrizaje del Aeropuerto General Andrews, cuya oficina principal estaba ubicada cerca de la actual confluencia de la Kennedy con la avenida San Martín. Su nombre inaugural fue el de Aeropuerto Limdbergh. En 1942 se le designó Aeropuerto Miraflores hasta que el 3 de febrero de 1944 promulgaron una ley denominándolo Aeropuerto General Andrews en homenaje al teniente general Frank Maxwell Andrews, comandante en jefe de las fuerzas de los Estados Unidos en Europa, muerto en un accidente de aviación durante la Segunda Guerra Mundial. En noviembre de 1959 fue clausurado al inaugurarse meses antes el Aeropuerto Internacional de Cabo Caucedo, hoy Aeropuerto Internacional de las Américas José Francisco Peña Gómez.