Si fuésemos a evaluar los peores asesinatos cometidos, aquellos de una madre a su hijo seguro encabezarían la lista. Andrea Yates ahogó a sus cinco hijos en una bañera en 2001, fue declarada loca. Susan Smith amarró a sus hijos en el auto y luego dirigió el carro al fondo de un río, Deanna Laney los golpeó con una roca… casos realmente imperdonables e incompresibles. Imposible no rechazar la barbarie en los mismos.
En este sentido, hay quienes equiparan en su narrativa a las mujeres que abortan con asesinas y a los embriones con bebés. Y bien que si se piensa que un cigoto o un embrión es un niño, la figura del asesinato aplicaría. No obstante, no conozco la primera iglesia ni persona que exija (ante la mujer que aborta) un castigo como el que corresponde al asesinato de un niño, siquiera si lo hace con una percha. Toda sociedad que condena el hecho, se ha limitado históricamente a darle una categoría especial al definirlo como “Aborto” y reducir las penas que lleva el asesinato.
¿Por qué? Siquiera los defensores de la vida exigen este trato. He visto a algunos rechazar las causales porque “Total, el Estado no las persigue si se cometen”, como si la clandestinidad no pusiera en riesgo vidas ya nacidas. También he visto a otros sugerir de que sean sometidas a la justicia pero que al final se termine por indultarles. ¿Indultar un asesinato? ¿Por qué? Sigue siendo un ‘bebé’.
¿Y por qué las iglesias no les dan un trato similar al de un niño? ¿Por qué no bautizan embriones? (a fines de evitar el purgatorio y el pecado original) ¿Por qué no exigen enterrarles en tierra sagrada? ¿Por qué se permite (con nada de indignación) que un pastor como Tony Flaquer y su equipo arrastre a reuniones antiaborto envases de fetos (lo que entienden cadáveres) mostrando una profanación de tintes necrófilos con total impunidad y sin el debido “respeto, caridad en la fe y esperanza de la resurrección” que llevaría el cuerpo.
En la actualidad, las iglesias luchan por mantener la prohibición total del aborto en nuestro país, manteniéndonos a la par con solo otros 5 países en el mundo. Sin embargo, la agenda real (si son coherentes) debe ser igualarlo con el asesinato. No puede haber medias tintas en esto. Si se cree es asesinato, se debe perseguir y pedir condena de 30 años a la mujer… así como registrar los cigotos en las oficialías, enterrar los fetos en tierra sagrada, bautizar los embriones y hacerle misas de 9 días, aún si este no se ha podido desarrollar de manera natural.
Y si estamos ante un “genocidio” (término que no aplica), tenemos un problema de salud mayor que tampoco nadie defiende, por esas vidas que se pierden de manera natural en los procesos de gestación. Por ejemplo, aquellos embriones (aproximadamente 50% según la Universidad de California en San Francisco) que no logran implantarse en la pared del útero terminando luego desechados por el cuerpo (ni hablar de los in vitro). Lo cual si fuera cierto que son vidas humanas esos embriones, pues merecían otro diseño más justo y de seguro otro trato social.
¿O quizás el discurso difiere de la práctica porque no se trata de un niño ni de un bebé? ¿Quizás sea cierto que hay vida en la fertilización pero también en el espermatozoide y en las células? Cabría entonces la pregunta ¿Cuándo toca defender la vida humana? ¿Necesita un latido? ¿Un sistema nervioso? ¿Un cerebro funcionando? ¿Un alma? O ¿Quizás tocaría defender a la persona cuando esta sea viable y pueda desarrollarse sola fuera de la madre? ¿20 -22 semanas de embarazo?
El hecho de que San Agustín no dedujera que hay vida en el feto de sus lecturas bíblicas, o que Santo Tomás de Aquino estableciera que el alma era infundida una vez formado el cuerpo y no en la concepción, nos dice que estos temas no tienen que estar definidos para todos los feligreses y que la narrativa del Estado (y puede que las iglesias) debería ser más tolerante con las decisiones de las mujeres.
Establecer que los propulsores de estas reivindicaciones son ‘mercenarios’ a sueldo de organismos internacionales y oscuras agendas conspiranoicas, es mejor política para quienes se oponen que enfrentar la realidad. Porque de enfrentarla obligaría a conversar (en nuestro caso) las 3 causales, a sentarse a ver caso a caso y a escuchar a cada mujer, en ocasiones hasta tener que contradecirlas en sus deseos y frustraciones, algo nada empático ni compasivo.
Temer que las 3 causales sean la puerta al aborto libre (concepto que no existe porque en todos lados es regulado) es similar a decir que darle 30 años a la mujer que aborta es el objetivo de la agenda provida. En el trecho hay una sociedad, tradiciones y criterios que no se cambian con solo plantear 3 excepciones muy mínimas al aborto.
Históricamente, la Iglesia ha tenido que reflexionar sobre sus posiciones y elegir sus batallas. Fue así como algunos sectores internos fueron desplazados en su insistencia contra los preservativos, pastillas del día después, restricción del sexo solo para reproducción, restricción del sexo antes del matrimonio, tatuajes, comer algunos tipos de carnes… no obstante, estos dilemas bien puede seguir siendo planteados según sus interpretaciones bíblicas y obedecidos dentro de sus estructuras, aunque dudo generen igual aceptación.
Porque el rol de la Iglesia es educar en sus valores a los feligreses y de rezar porque encuentren el camino los que no, sin tener que obligar al Estado y cuerpos ajenos a sus creencias, sin importar extranjeros ni forzar sus dogmas en los congresos.
No obstante si bien seguiré buscando respuestas a algunas de las dudas aquí planteadas, sé que en el entretiempo esas conclusiones serán personales. Razón por la cual, entiendo que el Estado debe marcar distancia de dogmas que pongan en riesgo la salud pública, así como la salud mental de quienes habitan estas trágicas situaciones. En especial, y aquí si no tengo duda alguna, como cuando entran en juego las mínimas 3 causales.