A la élite u oligarquía haitiana no le interesa promover un desarrollo donde mantener o adquirir propiedad privada dependa de actividades fundamentadas en la competencia y los mercados libres. Mercantilismo, explotar a los consumidores con monopolios u oligopolios que operan bajo amparo legal, es lo que han practicado en la mayor parte de su vida como nación independiente, tanto antes como después del terremoto. Pecado común hacia su oriente y casi todo el continente.
Conozco del viacrucis de un banco local que estuvo tres años tras un acuerdo para establecer una sucursal en ese país, cuando la decisión negativa la tenían desde antes de iniciar el primer contacto oficial. Nunca revelaron en reuniones la intención de preservar allá su banco para sus nacionales. La foto famosa del oficial "pollohuevocida", lanzando del puente al río huevos y aves amarradas por las patas, muestra sus garras para proteger el mercado local, en el momento que la idea de instalar sus granjas propias era tan sólo noticia. Al contar pollitos mucho antes de que los ponga mamá gallina dejan clara su intención de “¡Poulet haitienne pour nos consommateurs!”, similar a una popularizada en el vecino oriental con “El producto nacional para el mercado criollo”.
Como los mercantilistas de todas las épocas, su tiempo debe estar dedicado a cortejar políticos donde éstos administran el poder: palacio presidencial, oficinas del primer ministro, el congreso y centros decisorios distribución de asistencia y ayuda internacional. Caso omiso deben hacer a propuestas internas, que deben existir, para encauzar las cosas de manera opuesta a lo que representa el mercantilismo: libre comercio, competencia, apertura inversión extranjera y gobiernos impedidos de actuar a favor de intereses particulares con controles de precios bienes, servicios y factores; privilegios directos para garantizar sus rentas con monopolios legales; exoneraciones sobre impuestos de aplicación general y subsidios directos; garantías de recuperar 100% de la inversión o seguros implícitos para socializar pérdidas, donde salen compensados con dinero del público y excusados de faltas, porque sus errores se venden a la opinión pública como culpas de terceros.
A la oligarquía económica y política de Haití no les preocupa el éxodo ilegal hacia la parte oriental de la isla. No hay preocupación por “fuga de mano de obra”, porque hay formas relativamente más sencillas de acumular que desarrollar industrias donde les baste un código arancelario con tasa cero. Industrializar en libre comercio, a la taiwanesa, es una tarea más complicada que seguir medrando en los oasis de sustanciales privilegios administrados por el poder político. Y es la vía que tendrían que seguir, industrializar lo rentable a precios internacionales, porque el proteccionismo no tiene una venta fácil con un pueblo hambre. Un guardia fronterizo, sobornado con pocos dólares y amparado en difusión de rumores sobre moquillo que tumba o seca naturaleza, ¿por cuántos días puede mantener su masacre contra pollos criollos, arrebatándolos a punta de bayoneta a famélicos dueños que no entienden lo que pasa? Ese es un ardid de uno o pocos días, insostenible en el tiempo, y el guardia matagallina es el primero que sabe su pellejo está en riesgo. Ya se vio en sueños, amarrado de pies y manos, ojos abiertos por parpados que abre cinta gris pegante, arrojado del puente, hacia las mismas piedras del río que tiño con sangre de pollo ajeno.
Para los políticos haitianos detener la salida de sus nacionales no es una prioridad. Los entiendo. Cada haitiano que emigra aumenta el presupuesto público por cabeza, de manera que hay más para invertir en los que se quedan, y es una fuente segura de remesas a los familiares que dejan atrás. De manera que es un evento de “ganar, ganar”. Ellos así lo han escuchado en seminarios de negocios o de superación personal. También de economistas que los asesoran y dicen que la inmigración ilegal, beneficiosa para los que se van y los que se quedan, es indicativa que Haití no está en un Optimo de Pareto. “En nuestro modelo, la trayectoria de este coeficiente indica que será dentro de 20 años que la pérdida de productividad laboral, con su efecto sobre la reducción de la tasa de crecimiento del PIB potencial, va a más que compensar el impacto en el bienestar de las remesas de los nacionales que se desplazan hacia la parte oriental, que nos fuera arrebatada hacia la mitad del Siglo XVIII”. Más o menos eso es lo que pude traducir gracias a Google y al conserje del edificio.
Ellos también han escuchado de los economistas eso del dilema de la mantequilla y los cañones. Dinero no tienen para, al mismo tiempo, reforzar la frontera con guardias y poner en las escuelas más profesores. El gasto para proteger de manera efectiva una tan extensa, en términos relativos, como la que divide a México y Estados Unidos, es simplemente imposible. Más importante que la decisión entre el fusil y el lápiz es lo siguiente: República Dominicana no muestra niveles de eficiencia de control migratorio o señales económicas que desincentiven la entrada ilegal de los haitianos.
Tenemos una de las fuerzas armadas con más hombres, equipo y presupuesto de Centroamérica y el Caribe. Nuestros impresionantes desfiles militares así lo confirman. Sin embargo, el porcentaje de los ilegales que se atrapan y devuelven en el acto de cruzar la frontera, o en los controles por carretera, es ínfimo. La mayoría burla los controles y, fuera ya de su territorio, al gobierno haitiano no se le puede imputar lo que éstos hacen en nuestro lado. Por ejemplo, las autoridades municipales o policiales haitianas no son culpables de que aquí se ocupen espacios públicos para instalar negocios informales, donde eso está legalmente prohibido. No tienen que solicitar a sus compatriotas que desalojen las aceras de Plaza Lama, en la Ovando, o que detengan la instalación de más paleteras, puestos de frutas, frituras y triciclos de coco en las del Centro Olímpico. Tampoco son responsables de que en semáforos sus nacionales se dediquen a la explotación de infantes para solicitar caridad, que reciben voluntariamente de muchos dominicanos.
Las autoridades ambientales de Haití saben que, en términos ecológicos, debemos vernos como una isla, que cortar sin control bosques dominicanos terminará afectando aún más sus condiciones de pobreza extrema. ¿Tienen ellos jurisdicción para impedir la desforestación por bandas dominicanas, organizadas en nuestro territorio, que contratan sin discriminación por nacionalidad? Con los brazos abiertos, ahí está la prueba del comunicado de COPARDOM, también se recibe a los que se integran, con o sin papeles, a trabajos formales en la construcción, la agricultura y la hotelería. A pesar de que existen normas, que no apoyo, donde se establecen cuotas de participación máximas a la mano de obra extranjera.
Añada a estos imanes migratorios, por limitación de espacio, éste otro: la posibilidad de ser atendido en un servicio hospitalario público, 1000% mejor que el disponible por allá. Las que cruzan para dar a luz lo hacen pensando en recibir la atención médica que mejor garantice su salud y la del bebe. Aunque no lo digan, ni lo reconozcan, su voto al romper fuente indica que la reputan buena, gratis y sin discriminación. Entonces, sin control fronterizo efectivo y múltiples incentivos económicos que mueven a moverse, somos nosotros que servimos a los políticos haitianos la ponchera en que se lavan las manos sobre el flujo migratorio.
En cuanto a los privilegios que demanda su oligarquía mercantilista a un gobierno pobre, mejor no levantar crítica alguna y abandonar los pollos a su suerte. Ellos saben de nuestra Ley de Cine. Un país pobre subsidiando con recursos públicos el 100% de la inversión privada para hacer películas, que disfrutan, más bien sufren, un selecto sector de la clase media. Peor aún, esa actividad en pañales, parasitaria de fondos públicos, monotemática, de comedias sin originalidad, hechas al vapor por gente que ya estaba ocupada en otra cosa, y amparada en el poder fáctico de la alianza farándula y oligarquía, se lanza ahora a representarnos como Marca País, con asesoría de multilaterales y bendición gubernamental. Con este intento para eternizar, con subsidio al ocio, la sangría del generoso descuento al pago de impuesto sobre la renta de las corporaciones, cómo criticar a la casta mercantilista vecina cuándo pida a su gobierno protección contra productos criollos.