Las memorias más vivas y felices de mi niñez están en las visitas con mi abuela al antiguo cementerio de San Cristóbal para limpiar la tumba de mi bisabuela Gregoria y luego caminar hacia el mercado municipal a una cuadra detrás del cementerio a comprar la comida del día. Nunca nos imaginamos que el cementerio sería destruido con una gran cantidad de restos humanos sin ser movidos a otro lugar y menos nos imaginamos que un mercado se construiría encima del antiguo cementerio.

Cuando el ayuntamiento cerró el cementerio no hubo tiempo de sacar los restos de mi bisabuela. Nunca entendí la prisa de desaparecer el cementerio, el espacio permaneció vacío hasta que pequeños productores comenzaron a vender sus víveres en ese espacio, el cual limpiaron de huesos humanos y viejas cruces. Más tarde se establecieron colmados, ventas de pacas, botánicas y pequeños restaurantes.  Este espacio se convirtió en una importante fuente de empleo informal–una gran empresa de empleos que tanta falta hacía en la zona rural y urbana de la provincia. Si bien es cierto la desorganización del espacio y la falta de higiene también es verdad que el ayuntamiento o Salud Pública nunca hicieron acto de presencia hasta ahora.

Hoy a golpes de bombas y tiros se dispersan a los vendedores que apropiaron este espacio para ganarse la vida hace más de 30 años. Y todo para aparentemente construir un parqueo municipal, embellecer el pueblo y frenar la expansión del mercado.

San Cristóbal es un pueblo olvidado al cual le han arrebatado su historia, sus tierras, cultura, identidad y ahora una fuente importante de entrada económica. Al San cristobalense le han robado tantas cosas que se pierde la cuenta. 

San Cristóbal fue desde los inicios de la conquista y colonización española la primera plantación de caña del Nuevo Mundo y antes centro de la explotación de las minas de oro. Con el tiempo pasó a ser parte del Partido de los Ingenios de Nigua que formaban varias plantaciones, ermitas y hatos con cientos de esclavos. Durante la unificación de la isla en 1822 los haitianos muchos de ellos mulatos como lo era su presidente Jean Pierre Boyero vieron a San Cristóbal muy parecido a la imagen de los campos de Haití y se mudaron y se establecieron allí y en poco tiempo Boyer la declaró común de la capital.  Hoy nos queda el Fuerte Resoli y los más importantes apellidos de nuestro pueblo. Pero no sabemos su historia.

Pero ya antes San Cristóbal era un pueblo de negros con una cultura arraigada en tradiciones africanas y Tainas. El gran antropólogo San Cristobalense Fradique Lizardo en sus escritos detalla todo el folklor, prácticas religiosas, bailes, instrumentos, festividades todos basados en una fuerte tradición africana. Bibiana de Boca Mana, el Espíritu Santo en Santa María, las celebraciones de los assises en Sainagua, las banderas verdes en nombre de Santa Marta, los pozos de agua en donde viven los indios son solo ejemplos de la tradición cultural de San Cristóbal. Aunque viva hoy se sumerge en el olvido en los salones de clases, medios de comunicación y museos.

Nuestro pueblo es la cuna de la Constitución, pero olvidamos que esa misma constitución ratifica la abolición de la esclavitud y también olvidamos a los generales San cristobalenses que lucharon en la guerra de la Restauración de la República.

Las hermosas casas victorianas como la de los Barinas en la Avenida Constitución, las casas de mediados de siglo XX como la residencia del General Pimentel también en la Constitución fueron destruidas para construir los bancos de Reservas y Scotia Bank. ¿Y quién recuerda los hermosos balcones de la casa en la esquina de la calle Modesto Díaz y Avenida Constitución o al General Pimentel sentado en su galería esperando como el famoso coronel Aurelio?

Solo nos han dejado los recuerdos fabricados por el tirano y su descendencia ideológica. El Colegio San Rafael, el Instituto Politécnico Loyola, la iglesia con su triste panteón, el Parque Piedras Vivas, la Casa de Caoba, la Casa del Cerro, La Toma, la Hacienda María y sus fantasmas, Casa de Najayo, la fábrica de Miss América y la marina ambos en ruinas, la armería convertida en una zona franca, el Parque Radames, las historias de violaciones sexuales y asesinatos perpetrados por el tirano en sus casas, el robo de las tierras de campesinos, y los cientos de hombres y mujeres del Cibao, de Italia, y judíos que trajo el sátrapa para blanquear la provincia que bautizó con su nombre. Eso si se recuerda.

Y hoy quieren arrebatar el mercado a un pueblo que todavía y a pesar de su crecimiento poblacional y territorial tiene una esencia campesina y tiene un alto índice de desempleo y pobreza. Los campos de San Cristóbal producen los vegetales, víveres, frutas, hierbas, pollos, cerdos, vacas que compramos a diario como lo hacía mi abuela quien con gran emoción regateaba con la señora que desgranaba gandules y los vendía por latas. Todavía, hoy cientos de esas mujeres se ganan el sustento en el mercado.

Y todo para construir un parqueo municipal o para embellecer la ciudad. Y me pregunto porque no se utilizan los terrenos del parque Radames, un gran espacio de árboles, basura y guarida de ladrones y violadores. ¿Porque no acabar con la basura y los criminales? ¿Porque no acabar con la sangrienta herencia del dictador y el nombre de su hijo?

Ya en el Parque Radames se han construido algunas oficinas gubernamentales, pero todavía hay espacio para un parqueo y para crear un parque que si embellezca al pueblo. Y encima del antiguo cementerio se puede construir un espacio más organizado y limpio para dar cabida a los cientos de hombres y mujeres que se ganan la vida ofertando al San cristobalense sus productos.

Que ni las bombas, tiros y abusos del ayuntamiento detengan la protesta, que no le arrebaten la fuente de empleo a miles de padres y madres de familias que honradamente ganaban su sustento encima del también arrebatado antiguo cementerio.