¿Eres adicto al “Secreto de Puente Viejo”, ese culebrón televisivo que ha estado de moda en Antena- 3 desde hace casi dos años?

No es Francisca Montenegro, la harpía terrateniente que hace de protagonista, ni tampoco es Mauricio su fiel capataz y al que ella terminará despidiendo. Es la musiquita de fondo detrás de las escenas. Ahí está el secreto. Una musiquita pegajosa y melancólica que aletarga los sentidos. Como una lloviznita insistente, esta musiquita se te mete en los tuétanos y neutraliza tu poder de raciocinio.

Mi amiga Gianni dice que no puede dormir sin ver su programa favorito a la hora de la cena. Está ya endrogada e irreversiblemente atrapada por el culebrón televisivo, como si se tratara de un barbitúrico. Esa es la clave de toda programación mental.

¿Has notado la nueva técnica del retorno al pasado, cuando todas las películas tenían su música y casi en todas las escenas uno de los personajes era presentado fumando o bebiendo alcohol? “Fumar es un placer”, cantaba Sarita Montiel. ¿Por qué ahora nos asombramos por la cantidad de alcohólicos y de pacientes afectados de cáncer de los pulmones, una de las principales causas de muerte prematura?

La composición musical del “Secreto de Puente Viejo” está pautada en la clave de “la mayor”, la nota musical que permea al planeta tierra. Es el sonido “Ohm” que los monjes tibetanos replican constantemente, el sonido “dom” de las campanas de las catedrales góticas. Es el mismo sonido del mar, de las cascadas de agua fresca, de los panales de abejas y de todo lo que existe. Termina adormeciendo vibratoriamente el área cerebral conocida como el área del hipocampo. Te hace emitir ondas “alfa” (14-17 ciclos por segundo en un encefalógrafo).

En otras palabras, que te hipnotizan sin tu apenas darte cuenta y te convierten fácilmente en un zombi ambulante. Es como la endorfina que produce la glándula pituitaria en el área del hipotálamo de nuestro cerebro y que tiene efectos analgésicos tranquilizantes, siempre y cuando no sean más de la cuenta.

¿Por qué crees tú que nuestros niños no pueden vivir sin estar pegados a sus teléfonos inteligentes y a sus i-pads omnipresentes? ¿Piensas que es pura coincidencia? Nos los están programando bajo nuestras propias narices.

El éxito de cantantes como Julio Iglesias, Roberto Carlos y José-José, se debe en parte a que casi todas sus melodías están compuestas en “la mayor”, a pesar de sus voces de tenorinos de poca amplitud y grosura vocal. El secreto está en los arreglos musicales adaptados a sus voces narcolépticas en “la mayor”. Puede que ellos no sean conscientes de esta característica, pero los que componen sus canciones y hacen los arreglos a sus melodías, sí que lo están. Uno de ellos es José Luis Perales (que posee un chorro de voz similar) y cuyas composiciones están fríamente calculadas para estos registros vocales aletargantes.

La exitosa canción de Perales titulada, “¿Y cómo es él?”, es un ejemplo al canto. Él ha compuesto muchas otras canciones (es un compositor aquilatado, como lo es también Roberto Carlos) para otros cantantes (hasta para Rafael de España). Pero esta canción de “¿Y cómo es él” fue la que lo catapultó internacionalmente como “otra” voz arrulladora y romántica. Por supuesto, Rafael es harina de otro costal, con una coloratura y una amplitud de registros vocales mucho más amplios.

Yaqui Núñez del Risco fue uno de los primeros que me hizo consciente de esta peculiaridad melódica. Recuerdo que ambos coincidimos en San Juan de Puerto Rico, cuando él laboraba para una de las aerolíneas y se encontraba allí de paso. De hecho, me resolvió un pequeño conflicto con mi tiquete de viaje. Fue en los tiempos de Marcos Antonio Muñiz, con quien coincidimos en aquella ocasión en el aeropuerto Muñoz Marín. En esa época Marcos Antonio residía en Puerto Rico.

Retornando al tema inicial del manipuleo subliminal (subconsciente), Dylann Roof, el último asesino en serie programado, apenas de 21 años, que asesinó fríamente a nueve personas en una iglesia de Charleston, Carolina del Sur (incluyendo al pastor de la iglesia, Clemente Pinckney), le dijo a una de sus víctimas: “a ti no te voy a matar, para que cuentes la historia”. Es decir, que estaba “montao” y cumpliendo órdenes preestablecidas de antemano y seleccionó su “agente de publicidad”.

Dylann Roof dijo, además, que “escuchaba voces” y que, “en un momento dado, pensó no cometer el crimen, debido a la cálida acogida que le habían dado los miembros de la iglesia…pero que “tenía que hacerlo”. Estaba “programado”.

Otra crónica de otra tragedia anunciada y repetida una y mil veces de asesinatos en masa y a mansalva, tan “normales” en estos años apocalípticos. Jóvenes anodinos, programados a la distancia a matar a otros seres humanos indiscriminadamente.

Lee Harvey Oswald fue el primero de estos  “asesinos anodinos” programados de antemano. La lista es larguísima. Dylann Roof ha sido el último. Dehokhar Tesarnaev del Maratón de Boston es el penúltimo.

Algo muy importante es enfatizar el hecho de que este Dylann Roof pasaba más de ocho horas diarias pegado a su I-pad. Esto es un factor muy característico en todos estos carajitos convertidos de repente en famosos asesinos en serie. ¿De dónde salió este otro monstruo? ¿Quiénes son sus padres? ¿Cuál es su perfil psicológico? Notemos que de esto los medios de comunicación no han dicha absolutamente nada. ¿Son ellos también parte comprometida de la trama? La historia se repite.

A propósito, la ciudad de Charleston es la ciudad donde se puso de moda aquel famoso ritmo del mismo nombre (Charleston) durante la época del jazz típico que bailaron nuestros abuelos (1925) y que Francis Scott Fitzgerald inmortalizó en su novela convertida dos veces en película, “El G,ran Gatsby”.

¡Cuídate de los culebrones televisivos y de la hipnosis cibernética subliminal!

*Refiero al lector a mis artículos publicados en Acento.com: “Control Mental” (13/4/14) y “El Cuco” (6/11/14).