La política dominicana ha transitado un proceso de deterioro considerable los últimos 20 a 25 años. Tras la desaparición física de los llamados “caudillos ilustrados” del último cuarto del siglo XX –Bosch, Balaguer y Peña Gómez-, quienes disputaron el poder desde diferencias ideológicas, el escenario político nacional se ha degradado en lo que refiere a discursos e importancia de las diferencias de fondo. Se generó, así, un inmenso vacío que fue ocupado por la lógica del marketing donde las diferencias reales son cada vez menores entre partidos y candidatos. Y en ese marco, lo que define quién o quiénes logran más votantes y alcanzan el poder es el clientelismo y la capacidad de publicitarse (venderse) como producto.

Esa primacía de la publicidad como lógica en la política nacional debe preocuparnos mucho. La experiencia latinoamericana y mundial reciente, donde se ha visto una marcada tendencia a los populismos identitarios con sus signos de intolerancia y violencia, así como a los fanatismos religiosos que desde lo moral se plantean como “soluciones” a problemas de inseguridad y desempleo, demuestra que cuando la política se vacía ese espacio que deja es ocupado por los valores conservadores y los extremismos. Necesitamos enriquecer la política con debates, propuestas y diferencias programáticas reales para que la gente, en independencia de las coyunturas económicas o sociales, vote por programas y proyectos en lugar de hacerlo por cuestiones de identidad y moral conservadora.      

Por tanto, en una lectura política amplia podríamos decir que en nuestro país estamos transitando hacia un lugar peligroso en la medida de que cada vez es más vacía e insustancial la política dominicana. Siendo que el marketing, y su lógica de trabajar sobre las emociones, es lo que impera en la disputa política nacional. Emociones que, en tanto resultantes de un vacío, pueden dirigirse hacia extremismos en cualquier coyuntura que para ello sea favorable. Miremos el caso de Brasil, por ejemplo.

La publicidad es, pues, un ámbito de venta de productos a partir del control de la mente de la gente. Que, a su vez, se maneja desde la lógica aspiracional. Es decir, la publicidad del siglo XXI más que productos en sí vende un ideal de vida al cual aspira la gente según el modelo de sociedad dominante. Por eso vemos que en la publicidad se manejan criterios de “belleza” hegemónicos donde siempre, para vender productos como carros, casas o ropa, aparecen personas blancas y “bellas” que proyectan abundancia y felicidad. Porque representan lo que la gente quiere ser: bella, rica y feliz. Esa lógica publicitaria la vemos dominando la política con la irrupción de los políticos “emprendedores” y la gente “linda” ahora de candidatos y candidatas. Detrás de ello lo que hay es esa idea de que, más que un candidato político, se vende un producto. A una población que, comprando ese producto, cree que alcanza un ideal; esto es, que se “realiza”.

¿Por qué la centralidad de las caravanas en las campañas? La práctica de las caravanas tiene que ver, en buena medida, con esa lógica publicitaria. El candidato-producto que va arriba de una yipeta saludando la gente; mirando de arriba hacia abajo. Y la masa en la calle con banderas y voceando mientras pasa su candidato-producto. Es gente que, en parte, quiere ser como esa figura -rico, “emprendedor” y famoso- y por eso compra (vota) el producto. Las caravanas en nuestra sociedad actual tienen, por consiguiente, otro sentido. Hay otros elementos que subyacen. Porque pasamos de la sociedad política de las ideologías, donde Balaguer, Bosch y Peña Gómez disputaban desde clivajes ideológicos, a una sociedad donde no hay diferencias claras entre unos candidatos y otros. Todos prácticamente se mueven en el marco del marketing: de venderse como productos y prometer un mundo de realizaciones individuales a la gente.

Así, llegamos al punto central de esta reflexión. Que es la importancia de que nuestra muy imperfecta democracia tenga menos caravanas (y su lógica publicitaria) y más debates. Como el que vimos la semana entre los candidatos a la alcaldía del Distrito Nacional. En las sociedades avanzadas, los políticos debaten y tienen que mostrar conocimientos y sustancia ante los votantes. Y por supuesto que hay publicidad en la política de esos países, no obstante, no se trata de que no haya publicidad sino de que la lógica de ésta no sea lo determinante en cuanto a la elección de la gente. Cuando hay debates se pueden ver diferencias y los candidatos están obligados a prepararse. De ese modo, es un ámbito donde no manda el marketing aspiracional sino el contenido y la capacidad. Los debates son signo de madurez política pues generan espacios de crítica y reflexión como orientadores de las decisiones electorales. Tras los debates, la gente habla sobre propuestas y porqué éste o aquel candidato(a) propuso mejores cosas o supo explicar con mayor solvencia sus ideas. En cambio, después de las caravanas la gente habla de yipetas y ruido. Nada edificante. Los debates sí construyen ciudadanía y edifican.

Los debates, asimismo, permiten que la ciudadanía conozca perfiles que, en la lógica publicitaria donde sobresale el que tiene más dinero para venderse, no podrían nunca proyectarse. La publicidad es para los que tienen millones para salir en anuncios y vallas. Beneficia la política tradicional de los candidatos apoyados por el gran capital, y esos intereses que precisamente no quieren que cambien las cosas realmente. En ese sentido, los debates tienen un importante elemento democratizador; de quitarle poder al dinero y a los poderosos de siempre. Cuando lo que define una candidatura son las ideas y el contenido programático, y no la capacidad de pagar para salir en anuncios, triunfa la democracia. Y, en buena medida, eso lo posibilitan los debates.

Por un mejor país, más democrático y avanzado, pidamos más debates y menos caravanas.