Un político no es el Guernica ni el David de Miguel Ángel ni la piedra Rosetta. Sin embargo, malgastamos nuestro tiempo interpretando sus gestos, sus silencios y sus palabras. Como oráculos, como vísceras de ovejas, como posos de café, los interpretamos: Estudiamos, desciframos, desentrañamos, traducimos lo que dicen o no dicen y lo que hacen o no hacen. Quisqueya cuenta con tantos exégetas como habitantes. En Quisqueya pululan diez millones y pico de analistas políticos.
El análisis y la interpretación son actos productivos y necesarios cuando preceden a la acción. Si no, son una verdadera pérdida de tiempo, Si no, no son más que discusiones bizantinas y pajas mentales.
Al análisis debe suceder, la huelga, la manifestación, la desobediencia civil, la interpelación pública, la exigencia de responsabilidades. Pero siglos de caudillismo y dictaduras, han hecho que nos metamos en miedo. En lugar de exigirle responsabilidades a los políticos, callamos. O en el mejor de los casos, les hablamos servilmente. O – como exige el protocolo que los japoneses se dirijan a su emperador – con estupor y temblores.
En verdad, nuestros políticos son más emperadores que el Emperador del Japón. Frente a ellos, la justicia duerme el sueño de los justos y el cuarto poder es en general impotente o cómplice. Durante la “rendición de cuentas” del presidente – el más emperador de todos – el único que se rinde es el congreso.
Nuestros políticos no dan ruedas de prensa ni que los maten. O lo hacen ante periodistas cuya mayoría son borregos que los miran embelesados como si fueran dioses. Nuestros políticos temen a los debates como el diablo a la cruz. Para lo más que dan es para dimes y diretes telegráficos, para chismes telescópicos, para llamarse barriga verde por medio de los periódicos.
A ese placer, inútil y malsano, que consiste en analizar políticos, confieso que me he entregado. Pero no más. En lo adelante, en lugar de analizarlos, me dirigiré a ellos, directamente. De ciudadano a ciudadano. Con firmeza pero sin irrespeto. Con reconocimiento pero sin servilismo. Para denunciar. Para enfrentar. Pero también, si fuera necesario, para felicitar.
Es probable que persistan en su mala costumbre de no responder (o lo que es lo mismo, de ser irresponsables), de no descender de sus pedestales, de guardar silencio: Los políticos dominicanos son como las esperanzas de Cortázar, que, como las estatuas, hay que irlas a ver porque ellas no se molestan.
No importa. Mi ejercicio servirá al menos para que no me incluyan en el rebaño que trasquilan. Mi ejercicio servirá – espero – de ejemplo, a otras ovejas – a otros cronopios -, para que dejen de ser mansas.
En lo adelante, entre mis artículos, aparecerán de vez en cuando algunas cartas urgentes.