En nuestra última publicación titulada "Menores asesinos y la negligencia persistente", estuvimos abordando el tema de los menores que delinquen a raíz de las "malformaciones emocionales y espirituales" que arrastran desde sus hogares y las sanciones penales que hasta hoy se verifican en el conocido "Código del Menor".

Dicho artículo trajo consigo algunas controversias e interpretaciones de algunos de nuestros queridos lectores, un poco distantes de lo que deseábamos explicar, y es por ello que se impone a toda costa, realizar una reflexión urgente sobre los puntos controvertidos, todo en razón del respeto que tengo a quienes nos aprecian a través del tiempo que dedican a nuestros artículos.

Desde que nos iniciamos en estos aportes, un poco antes de publicar para este portal, hemos sido abanderados "a muerte" del fortalecimiento de los procesos o programas de prevención tendentes a disminuir, por ejemplo, el consumo de drogas, ya que si logramos bajar la demanda a profundidad, tendremos menos narcotraficantes con la boca "hecha babas", queriendo distribuir más y más drogas para enriquecerse. Lo propio sucede con cualquiera de las otras manifestaciones de los crímenes o delitos. Es decir que, una de las salidas a este tipo de problemas que siempre hemos defendido, es la que consiste en la profundización de la filosofía tanto estatal como privada de la prevención mediante los debidos procesos educativos.

Sin embargo, resultaría imposible atacar estos males, sin el endurecimiento de las sanciones penales que sirvan de ejemplo a aquellos que en alguna forma se mantienen en la calle "husmeando" en el crimen o el delito, siempre y cuando las mismas estén acompañadas de un proceso efectivo de regeneración de la persona que delinque, como viene sucediendo con el nuevo modelo penitenciario, el cual deberá ser extendido a todo el país e incluir en el mismo el caso de los menores, como parte de una verdadera estructura de justicia penal juvenil, como ya habíamos especificado.

En el primer párrafo de nuestra publicación ya descrita, cuando nos referíamos específicamente al hecho de que "se están utilizando a menores de edad con el cerebro dañado en peores condiciones que el de un adulto que delinque", lo hacíamos partiendo de la premisa de comparar un adulto "no formado en el delito frente a un menor que si lo ha sido", ya que el narcotraficante eso es lo que busca: un "cerebro empobrecido como consecuencia de una baja, escaza o nula estimulación positiva".

Sólo con el objetivo de plantear un ejemplo, el profesor Benjamín Shannon, del Departamento de Radiología de la Universidad de Washington, St. Louis, y autor principal de un estudio dirigido a los cerebros de los jóvenes que delinquen, partiendo de la posibilidad de que "alguien con 14 años formado en el delito puede estar arruinado de por vida", observó a más de 100 delincuentes juveniles encarcelados en un centro de máxima seguridad, encontrando patrones específicos de actividad cerebral asociada con el comportamiento impulsivo: "los investigadores examinaron a  personas de entre siete y 31 años, y hallaron que los cerebros más jóvenes parecían tener un patrón de conectividad cerebral "más impulsivo"; los cerebros de los participantes mayores parecían tener un "carácter menos impulsivo". Y yo pregunto, conoce usted el poder y alcance de un "impulso", cuando la "razón" anda de compras o se la llevó la guagua?

Sin temor a equivocarme, la conducta antisocial de los jóvenes representa un problema complejo y un reto para la sociedad en sentido general. No es un problema que ha surgido hace algunas semanas y es por ello que contamos con mucha experiencia sobre la forma "errada y jodida" como  se ha enfrentado el problema históricamente. Lamentablemente, los resultados no han sido suficientes y hasta el día de hoy contamos con poco personal calificado en nuestras instituciones, y volvemos a preguntarnos: aunque los jóvenes en las cárceles son los menos, conoce usted las consecuencias del impacto estremecedor que recibe el "andamiaje moral de la sociedad" cuando es un menor el que mata o vende drogas?.

Existen diferentes factores que promueven en los jóvenes la violencia y otras formas de conducta antisocial, en lugar de promover el comportamiento socialmente adecuado. En muchas ocasiones, más horrorosas aún, los titulares de educar y supervisar a los jóvenes son los directos inductores de su conducta delictiva, como ocurre con "bastantes padres de familia, educadores, funcionarios, militares y policías". A veces este fenómeno se presenta como un "hecho muy natural", pero otras veces ocurre como resultado de una llamada "cultura de la corrupción".

A pesar de todo, estas son las "vertientes de la realidad" que debemos transformar y la psicología "como ciencia" ha demostrado que cuenta con alternativas que nos permiten considerar la posibilidad de enfrentar el problema con éxito.

Concluyo sin más por ahora esta urgente reflexión, con una frase del poeta español Juan Ramón Jiménez: "No busques, alma, en el montón de ayer, más perlas en la escoria. La primavera del futuro es toda de hojas nuevas para ti".