Cuando David Azcona me pidió que prologara sus “Memorias de un Abogado Cibaeño”, no lo dudé un segundo. Conociéndolo y habiendo leído sus “Memorias de un Estudiante Cibaeño”, de la que es la continuación lógica, era mi deber el hacerlo. En primer lugar, por las virtudes de David. Y, en segundo lugar, por el valioso testimonio que contiene este libro.
David nunca miente. Ni sobre él mismo ni sobre los demás. La verdad sale de la boca de los locos, y David afirma, con desenfado: “yo no privo en loco, yo nací con mi certificado debajo del brazo que así lo confirma”. Por otro lado, el lector de estas memorias puede estar seguro de que las mil y una peripecias que ha tenido que sortear Azcona, así como las descripciones de aquellos que se vieron involucrados en ellas son auténticamente genuinas, aunque a veces parezcan ser fruto de su fantasía.
David es valiente. Para él, como para su tocayo, el rey aquel, ningún adversario es demasiado grande. Su libro da testimonio de ello. Azcona se ha enfrentado, “de tú a tú”, con ‘honorables’ rectores de universidades, ‘excelsos’ príncipes de la iglesia, ‘preclaros’ directores de periódico, funcionarios prepotentes, líderes de la oposición, hoteleros “malapagas”, riquísimos banqueros, miembros de rancias y oligárquicas familias, todopoderosos fabricantes de cerveza, fanáticos anticastristas, intelectuales de variados pelajes, ‘veraces’ historiadores, mecánicos chapuceros, choferes timoratos, retorcidos especialistas en derecho constitucional, gringas libidinosas, divorciadas calentonas, broncas brigadas de la “Corporación Dominicana de Apagones”, y los ha vencido a todos. Y no exagero. David Azcona es un iconoclasta: para él no hay vacas sagradas. No deja santo en su sitio. Ni recurre a alusiones pusilánimes: llama por su nombre a sus contrincantes, los cita con nombres y apellidos. David Azcona narra en su libro cómo se enfrentó y cómo derrotó al “establishment” de la República Dominicana.
David Azcona se codea, también “de tú a tú”, con presidentes de la república, exitosos empresarios, con los cabecillas de las principales oficinas de abogados. Como en las películas de James Bond, el escenario de “Memorias de un Abogado” es el globo terráqueo, desde Sosúa hasta Miami, desde Nueva York a La Romana, pasando por Alaska, por San Francisco, California; por Azua de Compostela y por Carolina del Sur. No importa donde esté: Se siente en su casa tanto en el Hotel Meliá como en la cárcel de la San Luis, en Gascue como en el barrio de la Gallera de Santiago.
La lectura de Memorias de un Abogado Cibaeño es amena. Azcona aborda temas muy graves con un inigualable sentido del humor. Este sentido del humor es esencial, ya que sirve para contrarrestar el pesimismo que puede provocar la olla, la prángana. David pone de manifiesto la consabida astucia y el descomunal pragmatismo del dominicano a la hora de hacer frente a las desventuras que pueblan sus días. Dice Azcona: “«Yo no me considero un teórico del Derecho, de los que van a Francia y vienen hablando “caballás”. Yo lo único que sé es resolver casos». Azcona prefiere la praxis a los libros.
Por otro lado, contiene anécdotas inéditas sobre numerosos actores de la vida pública nacional: Agripino Núñez Collado, Frank Moya Pons, Aníbal de Castro, Eduardo Jorge Prats, Orlando Jorge Mera, Francisco Domínguez Brito, José Ricardo Taveras, entre otros. Anécdotas todas dignas de ser conocidas.
“Memorias de un Abogado Cibaeño”, es una obra original y audaz, demasiado audaz para que la comercialicen las librerías tradicionales. A pesar de haber evitado los canales tradicionales de distribución, su obra ha sido ampliamente leída, incluso por figuras importantes de la vida pública nacional. Nadie debe perderse la lectura de la obra de Azcona. No podría recomendarla lo suficiente: es una verdadera joya.