Ocurrió en Monte Plata. Debí haber tenido unos seis años de edad.  Era verano y estaba de vacaciones en casa de mis abuelos maternos.  Serían las seis horas de una cálida mañana y me encontraba sentado a la salida de la cocina, que estaba localizada en una pieza separada de la casona, frente al aljibe. Dormitaba, pues a penas despuntaba la aurora y me arrullaba el gorjeo de las aves de corral del gallinero cercano.  Fue en ese instante que recuerdo haber percibido por vez primera el aroma seductor del café.  Antes que yo preguntara de que se trataba, mi abuelita me sorprendió con una taza de café, convidándome a probar su contenido sin quemarme, pues entendía que ya tenía suficiente edad para la experiencia.  El sabor me encantó y su efecto me resultó tan placentero que desde entonces recuerdo muy pocos días de mi existencia en que no lo haya ingerido.

Más adelante supe que ese café primordial era completamente procesado por la familia.  Recuerdo los frutos en los cafetos de la finca de mi abuelo, que luego de cosecharse se traían en sacos a la casona y se secaban al sol en la terraza del patio.  De allí, los granos secos se almacenaban en una habitación llamada troja, donde eran envejecidos.  Para los niños de la familia, esa troja era un lugar mágico que aprovechábamos para "bañarnos" entre los granos secos de café en una versión rudimentaria de las "piscinas de bolas" de hoy.  Luego de añejarse, los granos se tostaban y se majaban en un pilón.  Este café de pilón se preparaba para el consumo de la familia empleando un colador de tela.

La primera noticia que se tiene del café es en Etiopía, hacia el siglo IX.  De allí fue llevado a Arabia.  De Egipto pasó a Venecia y luego al resto de Europa.  Inicialmente, su consumo fue prohibido por las autoridades musulmanas por considerarlo una actividad hereje, pero mas tarde fue aceptado. En Europa, se le identificaba con la religión musulmana y estuvo inicialmente vedado.  Se dice que a principios del siglo XVI el papa Clemente VIII probó café y quedó tan maravillado que abolió la prohibición y lo cristianizó de un plumazo.

El café llegó a America en el año 1720 de la mano de un francés llamado Gabriel Mathieu de Clieu, quien había sustraído dos plantas del jardín del terrible Luis XIV, y las sembró al llegar a Martinica.   De allí, en 1734,  el café pasó a la isla de Santo Domingo.  Menos de medio siglo después, la parte francesa de nuestra isla producía la mitad del café del mundo a expensas de la explotación brutal de los esclavos.

La producción de café también se extendió a Centro y Sur América, además de otras islas del Caribe.  En muchos de esos lugares, el cultivo de café supuso el establecimiento de plantaciones que se asoció con la explotación esclavista, el desplazamiento de las poblaciones indígenas y la deforestación. El café se convirtió así en uno de los cultivos comerciales más importantes de muchos países del Tercer Mundo. Hoy se  estima que la industria del café genera unos 60 millardos de dólares al año. Desde el siglo XIX, Brasil ha sido el mayor productor de café del mundo, generando una tercera parte del mismo.

El café es el estimulante que más se consume en el mundo.  Se le considera la bebida más popular después del agua.  Se estima que el 90% de la población adulta consume más de dos millardos de tazas de café al día.  Se dice que Voltaire llegó a beber hasta cincuenta tazas diarias de café  y que Balzac no escribía sin antes tomar café.  La reputación de las cafeterías o cafés como centros de confabulación de políticos e intelectuales en los diferentes momentos de la historia es proverbial.   La Bolsa De Valores de lo que hoy es Wall Street empezó en un café de New York.

En términos de salud, no existe suficiente evidencia científica para promocionar o desalentar el consumo de café.  El ingrediente activo del café es la cafeína, la cual, luego de ser ingerida se absorbe rápidamente del tracto gastrointestinal y llega al sistema nervioso donde ejerce un efecto estimulante sobre los neuro-transmisores excitativos.  En consecuencia, aumenta la concentración, el estado de alerta y la energía; promoviendo la capacidad de conceptualización, la atención, el razonamiento, la memoria, la orientación, la percepción y el rendimiento atlético.  Además, parece existir una relación inversa entre el consumo de café y la mortalidad en general.  Por otra parte, la cafeína se ha asociado a la ansiedad, el insomnio, la gastritis, el reflujo ácido y el aumento de la frecuencia urinaria.  Su uso excesivo puede conllevar a la cuasi-dependencia y a un síndrome de abstinencia caracterizado por dolor de cabeza cuando su consumo se interrumpe bruscamente.

Personalmente, considero que el café constituye un triunfo entre las costumbres humanas.  Este "néctar de dioses", como lo llamaba Francisco Villaespesa, ha estado presente en muchas de mis experiencias de vida.  Junto a la música y la lectura, el café forma parte de mi armamento indispensable para resistir los embates de la cotidianidad.  Es más, no me cabe duda que sin la taza de café que hace poco libé, no habría escrito este artículo.