Resulta interesante cómo la clase política, en su constante lucha por insertarse entre la élite criolla que dictamina lo que debe ser y no debe ser en la colectividad, asume el rol de la memoria y el olvido. Su afán de glorificar el pasado, de instaurar solo un lado de la historia oficial, le lleva al olvido de la violencia o, en una postura menos extremista, a minimizar sus efectos en la historia democrática nacional. Los grupos de poder siempre han impuesto el qué de la memoria, es decir, han dictaminado lo que se puede recordar en el discurso sobre nación y lo que se debe de olvidar, invisibilizándolo, o al menos atenuando los efectos de la violencia como estrategia de dominación.

Lo peor de esta estrategia no es solo el poder de transformarse y adaptarse culturalmente a los tiempos, sino su expansión en todos los ámbitos de la vida social dominicana y en todos los estratos sociales. Puedes escuchar el mismo discurso de legitimación tanto en Gazcue y Piantini como en los callejones de la cañada de Guajimía. Tanto en la radio como en la prensa nacional. Metaforizado o expresado sin ambigüedades, la racionalidad es la misma: solo recordar los aportes positivos y olvidar lo negativo.

Este modelo de memoria sobre el pasado se efectúa tanto en aquellos individuos sin interés público como en aquellos que lo tienen. En el caso de los primeros está normatizada la expresión: «era una persona buena»; en el de los segundos es frecuente escuchar que tuvo «más luces que sombras». Ambos obedecen a un interés básico, y tal vez hasta antropológico, de que prevalezca la luz y no la oscuridad, el bien y no el mal, lo bueno y no malo, Dios y no el diablo. Todos dualismos heredados y esquemas mentales que filtran el modo de aprehender la realidad. Detrás de estos esquemas duales y maniqueístas de ver el mundo y las personas se invisibilizan relaciones de poder ancladas en las «lealtades» de clases y no en los valores ciudadanos.

Recordar, del personaje público, solo lo que un grupo determinado considera como luz, minimizando sus sombras, es una estrategia más de dominación simbólica que refleja relaciones de poder autoritarias contrarias a los valores democráticos que pretendemos defender bajo un sistema republicano. La democracia como forma de vida, que no solo es un atributo del «buen ciudadano» o de la «buena política», está lejos de ser una realidad en las prácticas políticas, pero también en las relaciones humanas habituales. Así impera la cultura autoritaria como forma de vida y esta se encarna en estrategias que legitiman las jerarquías de poder imperantes.

La imposición del qué se recuerda y dónde recordarlo se ajusta a las «lealtades» que emanan de los usos abusivos del poder y de los beneficios recibidos por quienes se sirven del Estado. Pesa más la «fidelidad» a quien se tiene como líder porque está en el poder y ha otorgado beneficios, como una inclinación amorosa y virtuosa de su personalidad «bienhechora», que el apego irrestricto a lo que deber ser según las leyes y la constitución.

Del mismo modo en que se aduce que «los bomberos no se pisan la manguera», los políticos antidemocráticos recuerdan a sus líderes y pretenden imponer «sus memorias» a la colectividad bajo la defensa de que son mayores las virtudes que los vicios. Por esta razón no hay sorpresa en que también aprueben códigos discriminatorios y excluyentes, en que sean intolerantes y prejuiciados frente a todo lo que no queda bajo el prisma de la normatividad moral hegemónica. La cultura política de dominación es una realidad heredada, se impone y lo atraviesa todo.

Hasta que no cambiemos la comprensión de la democracia como una fiesta para elegir candidatos a una noción de democracia como forma de vida no disfrutaremos de una sociedad plural y renovada. Hasta que no cambiemos la lealtad a las figuras, al personalismo, por una lealtad a las leyes y a los principios de una democracia como forma de vida, seguiremos eligiendo a quienes no representan la colectividad y legislan según intereses alejados del bienestar público.

Así nos impondrán qué recordar y qué olvidar como una estrategia más de dominación.