A José García lo mataron en el año 1913, durante el periodo de gobierno también tumultuoso del general José Bordas Valdez. Aunque Antonio Paulino le colocó en la frente la bala que lo despachó al otro mundo, en todo el que conoció el hecho quedó alojado el pensamiento de que el verdadero autor de aquella muerte fue el Diablo, quien parece le había retirado su manto protector a su mimado de tantos años. Según algunos, el hecho se debió a que José había violado un compromiso con quien creía su único dueño. Eso decían. Y también afirmaban que Antonio Paulino y Eligio Vásquez fueron únicamente dos instrumentos de venganza que utilizó el Enemigo Malo, y que éste se combinó de gato y culebra para hacer perder al matón mercenario. Pero digna lo que digan y crean lo que crean, lo cierto es que en el año 1913, por viejas deudas de sangre y falda, algunos de los Burgos le entregaron un caballo y cien pesos a José García para que se trasladara a San Bernardo a darle muerte a don Agapito Paulino, el patriarca de aquel lugar y quien hacía alrededor de dos décadas había comandado al grupo de temerarios que se trasladó a San Ciprián a darle muerte a don Secundino Burgos, también por viejas deudas de sangre y falda.  Desde que recibió el encargo, José García reclutó a sus siete hombres de más confianza para que lo acompañaran en su última aventura sangrienta. La noche antes de partir hacia San Bernardo, José arengó a sus hombres frente a la casa de Eligio Vásquez, y de la forma que siempre acostumbraba antes de emprender alguna de sus memorables hazañas de horror: “Recuerden que yo soy el “perro prieto”, el hijo del gran Can, el ungido por del Príncipe de la Noche; a mí sólo me matan si me ponen la bala en la frente”.

En el eufórico discurso prometió diez pesos a cada acompañante, siempre que se cumpliera el objetivo de tan alta misión. Asimismo dijo que quien tuviera un gato negro amarrado que lo soltara porque era con Antonio Paulino, “La Culebrita”, y con sus hermanos, con quienes se iban a enfrentar.

Silenciado por la humillante impotencia, Eligio Vásquez escuchó la desafiante alocución de su enemigo. No bien José y sus hombres se marcharon, Eligio Vásquez pudo concebir la anhelada forma de su venganza.

Eligio Vásquez

Ya para el año 1910, yo no formaba parte del grupo de malhechores que comandaba José García. Caí en desgracia con la banda el día en que desvalijamos de un caballo y trece pesos a un infeliz bastante entrado en años. Una compasión inusual me dominó y me opuse a que lo maltrataran físicamente y hasta le proporcioné facilidad para que huyera, lo que provocó que José me sepultara en ofensas. Me dijo que yo era un cobarde, una débil mujercita que no merecía formar parte de la cofradía, y que no me mataban allí mismo y en el acto porque mi carne no serviría ni para alimentar a los perros del monte ni a las aves de rapiña. Después de su amplio y desconsiderado discurso, ordenó que me quitaran el caballo y que me golpearan ejemplarmente. Me dejaron maltrecho y tirado sobre el camino, como si yo fuese un despreciable animal. Con suma dificultad regresé a San Ciprián, con el gusano de la venganza desarrollándose en mi interior y comiéndome a prisa.

Aunque todos me maltrataron con pareja violencia, el centro de mi odio era José. Por viejas hazañas compartidas, él sabía que yo no era un cobarde, que me sobraba hombría y que no lo había enfrentado porque siempre andaba acompañado por sus perros. Pero por suerte para mí y desgracia para él, la noche antes de abrazarse con la muerte, les pronunció a sus seguidores el mismo discursito de siempre, esta vez frente a mi casa, con el único objetivo de burlarse de mi impotencia. A las arrogantes palabras de costumbre le añadió la promesa de diez pesos para cada acompañante, y también les dijo que quien tuviera un gato negro amarrado lo soltara porque era con Antonio Paulino (alias Toño, “La Culebrita”) con quien se iban a enfrentar. Él sabía mejor que nadie que Antonio Paulino era el más valiente de los valientes hijos de don Agapito, y también sabía que a “Toño” le habían colocado aquel mote diabólico porque tenía su magia y su preparación. Decían que “La Culebrita” rara vez fallaba un tiro y que siempre colocaba la bala en la cabeza del contrario.

Sólo esperé que aquellos animales de maldad abandonaran el frente de mi casa para iniciar lo que en ese momento se me había ocurrido. Pasé gran parte de aquella noche de inconfesable horror ejecutando el plan que haría que José García descendiera a lo más negro y cálido del infierno.

El encuentro

Alrededor de las seis de la tarde de aquel día de leyenda, José García y sus hombres se presentaron a caballo en San Bernardo. Antes de que pudieran arribar a la hacienda de don Agapito, Antonio y sus hombres le salieron al encuentro. Extrañamente, ambos bandos se detuvieron frente a frente y en estricto orden. Un silencio de tumba imperó brevemente en el ambiente. Luego José y Antonio ordenaron a sus hombres que no intervinieran en aquella querella que el destino había dispuesto sólo para ellos. A seguidas José García dejó oír su vozarrón desafiante: – ¡Antonio Paulino, se murió un guapo! Y Antonio Paulino ripostó: – ¡Se murieron dos!

José García fue el primero en disparar. Una de las balas penetró en el centro del ombligo de Antonio, quien sólo disparó un proyectil que se alojó en el centro de la frente de José, dispersándole en múltiples fragmentos la masa encefálica. El prohombre de la maldad se desplomó como un fruto podrido entre las patas delanteras del caballo de la negra encomienda, sin poder escuchar el lejano pero contundente maullido que atravesó la moribunda tarde. Ante la ruina del caudillo, sus hombres retrocedieron y se dispersaron aterrados.

Cuando en San Ciprián Eligio Vásquez (quien había permanecido encerrado y en vela desde la noche anterior) escuchó el maullido del gato que había sujetado al tronco del naranjo del patio de su casa, supo que habían matado al “perro prieto”. Entonces procedió a liberar al animal.