Una de las experiencias más memorables en mi amplio recorrido por el mundo ha sido el reciente encuentro con el pueblo japonés, una de las sociedades humanas mejor organizadas, que en pocas décadas pudo levantarse de la horrible destrucción que le dejó la mayor conflagración bélica de la historia para construir una nación indisolublemente unida y democrática que cobija a 127 millones de seres humanos en tan solo 378 mil kilómetros cuadrados. Su densidad poblacional es de 336 personas por kilómetro cuadrado, muy superior a la dominicana, que es de 208.
Es impresionante la cortesía de los japoneses que frecuentemente ofrecen atención y ayuda al visitante, cuando advierten que anda buscando alguna dirección en calles, plazas o en los sistemas de transporte. La civilidad salta a la vista cuando nadie cruza una calle hasta que la luz peatonal lo indica, aunque no haya un automóvil a la vista. Hacen fila para todo y dejan pasar al extraño en cualquier circunstancia. El silencio y el respeto por los demás es tal que no utilizan el teléfono celular en lugares donde pueda molestar a los demás.
Impresiona poderosamente la modernidad de las ciudades, la limpieza impecable de las vías y demás lugares públicos, su enorme cantidad de templos y santuarios budistas y sintoístas, que en la antigua capital imperial de Kyoto se cuentan hasta más de dos mil, de todas las dimensiones y belleza. Algunos emblemáticos en enormes bosques y parques que se recorren con el recogimiento de una procesión religiosa.
Tokio está reputada como la metrópoli más poblada del mundo, sobre los 37 millones, incluyendo sus prefecturas y distritos, con una densidad de 15 mil personas por kilómetro cuadrado, pero a diferencia de otras de mucho menos aglomeración, no es una ciudad agobiante, tiene controlada la contaminación ambiental y con tres sistemas de transporte masivo (trenes subterráneos y superficiales y autobuses) la población no precisa de automóviles para transportarse y en consecuencia no se advierten grandes taponamientos.
Viajar en los trenes de alta velocidad ¨shinkansen¨, conocidos como los “trenes balas” japoneses, que alcanzan los 350 kilómetros por hora, es una experiencia agradable, son confortables, seguros y puntuales, movilizando millones de personas, venciendo distancias y uniendo islas.
Durante muchos años tuve prejuicio de viajar al Japón, tomando en cuenta que era uno de los países más caros, lo que cambió en lo que va del siglo, por los ajustes económicos que fueron inevitables, convirtiéndolo en un lugar muy atractivo para el turismo. Tanto que los visitantes pasaron de 4 millones y medio en el 2000 a 29 millones el año pasado, con expectativas de alcanzar los 40 millones en el 2020, cuando Tokio será cede de los Juegos Olímpicos. Le ayuda también su clima benigno casi todo el año.
Japón requiere muchos días para disfrutarlo, porque 11 nos resultaron insuficientes, quedándonos en las grandes ciudades, con sus antiguos palacios imperiales, vestigios de una antigua civilización, los barrios donde todavía se encuentran las legendarias geishas y, desde luego, la visita de rigor a Hiroshima, para resultar conmovido en la plaza conmemorativa del inmenso holocausto con que concluyó la terrible segunda guerra mundial en 1945, tocando la campana de la paz y formulando votos porque jamás vuelva a utilizarse una bomba nuclear. La visita al museo corona una renovación del espíritu de paz y solidaridad humana.
No alcanzamos a recibir asistencia de los robots, que ya hay en hoteles y restaurantes japoneses, pero si a advertir la riqueza tecnológica que han desarrollado y exportado al mundo, gracias a su enorme inversión en educación en todos los niveles y para toda la población. Llama la atención la cantidad de niños y niñas estudiantes que visitan los museos y santuarios.
Pero Japón es mucho más que tecnología, en sobre todo amabilidad de su gente. Los dominicanos que pueden viajar deben visitarlo para multiplicar la afición por el orden social. Durante años nos han invadido con sus automóviles, electrodomésticos y computadoras en una relación comercial muy dispareja, ellos con tres cuartas partes del intercambio comercial directo del 2017, que alcanzó a 3 mil 574 millones de dólares, mucho mayor si le sumamos las compras de productos japoneses que importamos de Estados Unidos o Panamá. Ellos han tratado de compensarnos con programas de cooperación para el desarrollo.