La cuarentena que estamos viviendo a escala global para enfrentar la pandemia, independientemente de si servirá o no para derrotar la contaminación, ha desatado una rica y variada cartelera de análisis, conferencias, diálogos y exposiciones utilizando las redes sociales y la televisión. Los temas tratados son múltiples, pero usualmente tratan de relacionarlos con la pandemia o el enclaustramiento. Los filósofos no han sido la excepción y vemos una explosión de análisis y diálogos entre colegas del oficio de la lechuza de Minerva. El tema más destacado es la cuestión de si cuando la humanidad concluya con este periodo tan especial seremos mejores o peores. Cuestión difícil de abordar porque demanda unos ciertos dotes para predecir el futuro por un lado y la capacidad para establecer con certeza qué es mejorar o empeorar a nivel social.

Lo primero -capacidad para prever el futuro- siempre lo he considerado una insensatez porque el futuro por definición es indiscernible, aunque pueden considerarse posibilidades en base a tendencias presentes. En este tema me considero convencido -hasta el presente- por los argumentos de Karl R. Popper en su crítica al historicismo. Pedir por tanto una prospectiva a los filósofos me luce natural en términos culturales, pero difícil de ejecutar si nos atenemos a la razón. Si de algo puede servir un pronóstico desde voces autorizados -y ha ocurrido en algunas ocasiones- es impulsar a muchos actores a convertir en realidad ese futuro predicho.

La segunda cuestión es más interesante a mi modo de ver. ¿Qué nos puede hacer mejores? Si nos acogemos a la tesis de que somos esencialmente seres sociales la mejoría implicaría una vida social más armónica y el cultivo de valores como la solidaridad, el diálogo, la equidad y el respeto a la dignidad de todo ser humano. Si se asume la tesis de que la naturaleza humana es radicalmente egoísta y que únicamente unos pocos merecen ser dueños de la vida y bienes de la mayoría, entonces una sociedad más desigual y autoritaria sería la mejoría. Se hace evidente que la mejoría para unos es el empeoramiento para los otros, ya que son dos visiones antropológicas absolutamente opuestas.

¿Seremos mejores o peores? Lo cierto es que no ocurrirá una cosa u otra como un hecho natural, a la manera de que un volcán entra en erupción o un meteorito nos impacta desde el espacio, sino a la capacidad que tengan los defensores de una u otra visión filosófica para influir en la construcción de la economía, la política, la sociedad y las ideologías. Lo que resulte en el futuro será fruto de ese juego de poder entre visiones opuestas de los intereses que benefician a minorías o mayorías. En ese pugilato llevamos miles de años. La presente pandemia no considero que genere una situación especial que favorezca a quienes consideramos que debemos construir una sociedad más decente, digna y socialmente responsable, aunque sí nos permite ver con mayor claridad la naturaleza criminal del poder político, económico e ideológico que nos ha llevado a esta situación. Si el virus es un hecho natural, su propagación y control no lo es, ya que responde a las pulsiones autoritarias que dominan el planeta en este momento. Nos toca a los que queremos un mundo mejor trabajar para que ocurra.