El impacto y la importancia de la educación son innegables en cualquier país del mundo, máxime, en países que están construyendo la zapata de su futuro desarrollo, como el nuestro. Es harto sabido que la educación es algo crucial, no sólo desde el punto de vista económico, sino también social y político. Pese a ello, nos habíamos comportado contrario a esta verdad axiomática, como si la falta de una política adecuada de educación fuese parte de una política educativa implementada adrede.

Sin educación, no hay deseo de superación; sin ella nuestros pueblos no tienen capacidad de cuestionamiento ni plantean resistencia frente al poder que los atropella. Los atrasos que hemos tenido en educación, no han sucedido por casualidad, sino que forman parte de una política del poder dirigida a mantenernos aherrojados en la ignorancia, con el propósito de fomentar la adaptación y aceptación pasiva de los males que nos acogotan desde siempre.

Esto es así, porque un pueblo poco educado es un pueblo fácilmente manipulable y engañable, de modo, que convertirnos en víctimas del atraso y la ignorancia ha sido parte de una política destinada a perpetuar un estado de cosas que se cobija en el subdesarrollo cultural e intelectual de las grandes mayorías.

La sociedad de masas, tan desigual como empobrecida, requiere de un sistema educativo que no la homologue en el atraso

Nuestra poca y distorsionada conciencia cívica, que es indispensable para la democracia, tiene mucho que ver con nuestro índice educativo. Los candidatos que resultaron elegidos y estuvieron entre los más votados, a pesar del señalamiento público, se lo deben a la acriticidad de las masas electorales que pareció no importarles nada. Un pueblo bien educado, es un pueblo en capacidad de pedir cuentas, de premiar y castigar en función de la conducta pública y privada de nuestros políticos.

En esta semana tuvimos la buena noticia de que descendimos muchos lugares en la escala de los países que registran grandes deficiencias en su calidad educativa. En esta nada honrosa especie de lista negra, en un reciente informe internacional se dio cuenta de que estamos mejorando, de que obtuvimos un progreso notable en el ámbito de la formación educacional que se impulsa en nuestras escuelas.

Esto contrasta con el anuncio que hizo el Ministro de Economía, Planificación y Desarrollo, Temístocles Montás, el año pasado, el cual posicionó a la República Dominicana en el lugar 146 en una lista de 148 países con peor calidad en la educación. Tal parece que la inversión del 4% del presupuesto nacional en el área educacional está empezando a dar frutos, lo cual saludamos con mucho regocijo, pero no nos conformamos, pues aspiramos a más. Aspiramos a que el mejoramiento de la calidad de la enseñanza y de los aprendizajes vaya en consonanciacon el nivel de crecimiento económico superior al promedio de América Latina que tenemos.

Mientras nuestra actividad económica crecía a  un ritmo mayor que el resto de nuestros vecinos hemisféricos, el sector educación se parecía como a los cortos brazos de un dinosaurio, es decir, no se correspondía con el tamaño de nuestro crecimiento, y por ende no respondía a nuestras necesidades de desarrollo, quizá porque teníamos un crecimiento deforme y deformador; porque no se explica racionalmente que tuviéramos unos índices económicos envidiables que coexistían con una anemia educacional.

La existencia de tal cuadro planteaba la urgencia de que se reorientara el caudal de los recursos que el 4% proporcionaba hacia la construcción de los pilares fundamentales del desarrollo de la educación, promoviendo una revolución educativa desde las mismas bases de la sociedad.

Esto implica elevar el nivel y la calidad de la enseñanza, preparando mejor a nuestros preparadores, que son los maestros, para que mejoren la formación de los educandos, no haciendo de éstos simples depositarios de conocimientos mecánicos, sino individuos que usan y aplican el conocimiento para resolver problemas concretos de la realidad cotidiana.

La sociedad de masas, tan desigual como empobrecida, requiere de un sistema educativo que no la homologue en el atraso, sino que se convierta en ariete del despegue hacia la sociedad del conocimiento, de la información y de la formación, con oportunidades de progreso democráticamente repartidas.

La educación, entre sus incontables beneficios sociales y económicos y culturales, también incluye el propiciamiento de la cohesión de nuestro tejido social y político, indispensable para empezar a salir del auge de la delincuencia que tenemos, la cual abreva en la falta pronunciada de educación, en este sentido, cada escuela que se abre, significa menos delincuentes en las calles.

Por eso saludamos todo esfuerzo que haga el Gobierno del presidente Danilo Medina en la dirección de colocar la educación en la lista de sus primeras prioridades, en el lugar que se merece nuestro pueblo. Solo así alcanzaremos la renovación social y política que nos coloque en el concierto de naciones civilizadas que hacen de la educación la llave que abre la puerta  hacia el futuro.