El miércoles 5 de noviembre de 2014 tuvo lugar una situación bastante compleja y peligrosa en el polígono central de la capital dominicana.
En los salones de un hotel de lujo, el ex presidente Leonel Fernández era entrevistado por un periodista mexicano. Los comunicadores dominicanos no calificaban para intercambiar con este personaje. Para poder estar allí presente, cada persona tuvo que pagar mil dólares estadounidenses, equivalentes a 117 días del salario mínimo más elevado de un trabajador dominicano. Puede deducirse que quienes compartían con Fernández eran personas adineradas, además de vinculadas a su proyecto político.
Fuera de la torre de lujo de la avenida Tiradentes, una multitud de forajidos, identificándose como seguidores de Fernández, golpeaba con bates de béisbol y otros objetos contundentes a quienes portaban cartelones denunciando la corrupción en sus gobiernos. Nunca discriminaron entre mujeres y hombres. También recibieron su cuota de maltratos los fotógrafos que trataban de recoger imágenes de aquel caos.
Los reiterados abusos fueron realizados bajo la mirada complaciente de irresponsables miembros de la Policía Nacional dominicana, de seguro actuando de acuerdo con órdenes superiores pues contravenían su misión como agentes del orden público. A pesar de la unilateral y generalizada violencia, sólo dos personas fueron detenidas en una típica actitud de esta Policía: las víctimas, los fotógrafos que trataban de cubrir los acontecimientos, quienes habían sido golpeados hasta provocarles fracturas de huesos y lesiones sangrantes.
Poca sorpresa provocó el paradójico contraste entre el narcisismo opulento en los salones del hotel y la brutalidad de los facinerosos seguidores de Fernández. Ya se ha convertido en norma la violencia brutal de los seguidores de este cada vez que, en actividades públicas, es denunciado por sus corruptas administraciones. También se ha hecho costumbre la complicidad de la Policía Nacional en la protección de la versión dominicana de los “tonton macoutes” haitianos.
Tan abominables fueron los abusos de ese miércoles 5 de noviembre de 2014 que la televisión nacional no cesó de presentar en sus pantallas las imágenes de la brutalidad de los paleros y el cinismo del ex presidente Fernández. También en Estados Unidos, la cadena hispana de televisión Univisión, trasmitió en sus noticieros las imágenes de la brutal violencia.
Paradójicamente, al día siguiente, dos de los principales medios impresos del país muy poco publicaron sobre los excesos cometidos por aquellos forajidos en plena vía pública. Tampoco destacaron las graves lesiones sufridas por los periodistas que trataron de captar imágenes. El Caribe y Listín Diario se ocuparon de engalanar sus respectivas primeras planas con imágenes de un Leonel Fernández sonriente, triunfante, rodeado de sus principales favorecidos en dudosas actividades económicas y políticas.
No en balde los accionistas mayoritarios de los insensibles medios estuvieron sentados en la mesa principal: Listín Diario a la diestra y El Caribe a la siniestra de su señor todopoderoso, creador de la riqueza súbita, mientras la violencia tenía lugar. Quizás por eso no pudieron detectar las omisiones de sus periódicos.
La prensa dominicana había sido, desde el ajusticiamiento del tirano Trujillo en 1961, un recurso de los ciudadanos para combatir los abusos de políticos poderosos. Pero desde el primer gobierno de Fernández (1996-2000) muchos medios de comunicación han cambiado de dueños al tiempo que despojan de sentido a las noticias importantes. Abandonan así su función de contrapoder a favor de la ciudadanía. Testaferros aparte, para descubrir la razón de las enormes coincidencias de Leonel Fernández con la estructura mediática que busca eternizarlo en el poder, sólo habría que entrecruzar la lista de accionistas de los principales medios con la de los empresarios más favorecidos con subsidios, contratos de construcción, concesiones, exoneraciones de impuestos y contrabandos consentidos durante sus gobiernos.
Este tipo de complicidad no debía sorprender a quienes hemos vivido en República Dominicana y contemplado como se ha sobornado a periodistas, para que no actúen en función de la ética, sino a favor de los grupos económicos que los tienen secuestrados. De alguna manera la ciudadanía debía actuar para poner en práctica una “ecología de la información” como la llama Ignacio Ramonet. Tenemos que luchar para evitar que las reiteradas mentiras y manipulaciones de los medios tradicionales nos envenenen la mente. Presionar hasta limpiar y separar la información fidedigna de la “ébola” de las mentiras.
La libertad de empresa y la impunidad no pueden, en caso alguno, prevalecer sobre el derecho de los ciudadanos a una información rigurosamente verificada ni servir de pretexto para la difusión consciente de informaciones falsas o distorsionadas a favor de los políticos corruptos.
A propósito: ¿qué ha pasado con la libertad de expresión?