Tras la marcha contra la impunidad, celebrada el pasado 22 de enero, fue llamativa la ausencia de una transmisión en vivo permanente del masivo evento celebrado en la ciudad de Santo Domingo.

A lo sumo, algunos canales realizaron breves coberturas de los hechos, con una descripción insípida asumida desde una falsa neutralidad. No hubo paneles, ni mesas redondas de reflexión, ni largas “transmisiones especiales”, como las realizadas con acontecimientos oficiales.

Llamativo, porque el hecho tenía todas las características de un hecho mediáticamente atractivo y porque dichas televisoras han transmitido de manera directa acontecimientos menos trascendentes para la vida nacional, aunque políticamente menos comprometedores.

Tal vez, este sea el problema. La mayoría de los grandes medios de comunicación responden a la agenda del gran capital, no a los intereses de la ciudadanía. Desde esta lógica, lo fundamental es la propagación de una cultura del entretenimiento alienante que incita al consumo y a la irreflexión, no a la concienciación sobre la necesidad de construir una sociedad donde las reglas de juego sean respetadas por todos.

La consecución de la transformación del modelo económico y político de nuestra sociedad, con sus implicaciones de exclusión social y política, presupone la conformación de una atmósfera de fe en la posibilidad de dicho cambio, la agitación y difusión sostenida a favor del mismo y la justificación ideológica de su necesidad e inevitabilidad. Nada de esto lo realizará la televisión. Por tanto, se hace imprescindible pensar, junto a las acciones de presión social por el adecentamiento de nuestra sociedad, una estrategia de medios alternativos de difusión comunicativa.