Lejos de nuestro ánimo poner en duda las mejores intenciones que animaron al Canciller Miguel Vargas Maldonado de colocar al gobierno dominicano en posición de mediador con la finalidad de propiciar una salida democrática a la grave crisis de Venezuela.  Un propósito, sin dudas loable y compartido tanto por la gran mayoría del fraterno pueblo venezolano como dominicano,  pero de angustiosas y muy escasas posibilidades, a todas luces ya muy a destiempo y, como se advirtió oportunamente, sin prácticamente la menor posibilidad de culminar en forma exitosa.

Analizado al margen de los buenos deseos  por encontrar un camino por demás de imposible avenencia con el gobierno de Nicolás Maduro,  era una gestión nati-muerta. Se hacía palpable, además, la ausencia, y por tanto el aval, de las principales figuras que representan a la oposición. Entiéndase Hernán Capriles, privado de sus derechos políticos; María Corina Machado, despojada de su investidura como diputada; Leopoldo López, cumpliendo el resto de su condena bajo prisión domiciliaria y Antonio Ledezma el popular  y fugitivo ex alcalde de Caracas acogido al exilio.

Desde antes, podía preverse su fracaso.   Bastaba con repasar el historial previo de las distintas y fracasadas mediaciones anteriores, en todas las cuales se hizo evidente el doble juego del régimen animado del solo propósito de ganar tiempo y dejar que se vencieran los plazos constitucionales para el revocatorio.  Este hubiera obligado a celebrar nuevas elecciones en las que sin dudas, los elevados niveles de rechazo del gobierno le auguraban una derrota tan estrepitosa o peor que la que colocó el control de la Asamblea Nacional en manos de la oposición por mayoría abrumadora.

Maduro no tomó nunca realmente en serio ni mostró la menor consideración por el diálogo, y al hacerlo no solo irrespetó a la contra-parte opositora sino también al gobierno dominicano en la persona del propio  Danilo Medina quien se tomó muy en serio el empeño, participando y presidiendo las prolongadas sesiones, infructuosas en cuanto a conciliar los principales puntos: libertad de los presos políticos y elecciones democráticas con plenas garantías para la oposición y supervisadas por organismos internacionales, requisitos esenciales para una salida pacífica y democrática.

Pruebas hay sobradas.  Mientras en Santo Domingo  se celebraba una de las sesiones, en Caracas, la segunda figura del oficialismo, Diosdado Cabello, sobre quien pesan serias acusaciones de enriquecimiento ilícito y tráfico de drogas, restaba toda posibilidad de avenencia al diálogo, afirmando el carácter irreversible de la mal llamada “revolución bolivariana”.  Luego aparece el mensaje conminatorio de Maduro para que la oposición firmase un supuesto acuerdo al que no se había arribado. Y para no dejar la menor duda de su hipócrita doble juego y el carácter dictatorial de su régimen se produce la ejecución del ex policía Oscar Pérez cuando ya estaba apresado,  y a continuación la convocatoria unilateral a elecciones presidenciales anticipadas, donde Maduro se presentará como candidato.

Ha sido esta arbitraria decisión precisamente la que ha colmado la copa y provocado el retiro de la oposición dialogante y de los  Cancilleres de México y Chile, a los cuales ya se apresuró en llenar de improperios y colgar la clásica etiqueta de “agentes del imperialismo norteamericano” la siempre ácida ex canciller Delcy Rodríguez, la misma que al serle negado acceso a una reunión de UNASUR fue sorprendida tratando de penetrar a la misma trepando una ventana como si se tratase de una vulgar asaltante de residencias.   

Siendo así…¿con quien cuenta el Canciller para continuar el inútil, engañoso y muy desacreditado evento?  ¿Acaso piensa que dispone de la capacidad de convencimiento necesaria para lograr que Maduro desista de la unilateral convocatoria a unas elecciones anticipadas, fraudulentas e ilegales, con las que pretende darle continuidad a su permanencia en el poder desde la cual ha sumido a Venezuela en el más profundo caos? ¿Sin la participación oposicionista que considera “moribundo” el diálogo y únicamente la representación gubernamental? Y ahora que los cancilleres de México y Chile, siguiendo instrucciones de sus respectivos gobiernos, han desistido de seguir perdiendo tiempo y comprometiendo el prestigio de sus países en una gestión que Maduro ha convertido en una vergonzosa comedia ¿con quienes se pudiera continuar como supervisores de la misma? ¿Acaso solo con Nicaragua y Bolivia, aliados ideológicos y estratégicos de Maduro?

Es hora de poner fin a este esfuerzo que el gobierno de Maduro convirtió en farsa. Si carece de veracidad el dicho de que “una retirada a tiempo equivale a una victoria”, por lo menos evita una derrota ominosa.  Y recordando el sabio refrán que postula que “de lo sublime a lo ridículo, no hay más que un paso”, vale advertir que es mucho más corta la distancia que existe entre hacer el plausible cometido de mediador que  el triste papel  de tonto útil, que tan bien le sienta al cada vez más desacreditado ex jefe de gobierno español José Luis Rodríguez Zapatero, convertido en marioneta del pichón de dictador que regentea los destinos de Venezuela para desgracia de su pueblo.  Ojalá no llegar a este punto.