Me rehúso a decir que soy provida por el hecho de ser creyente. Me rehúso a tener una mentalidad tan básica que no vaya más allá de la simpleza de no ponerse en el lugar de otro. Nunca he querido abordar este tema porque confieso que mi debate moral sobre el mismo tiene años en mi cabeza. También debo confesar, que además de pedir a Dios que medie entre mis conflictos como creyente y abogada (que son muy frecuentes), tengo seis meses con estas letras escritas en las notas del celular sin ganas de compartirlas por temor a la crítica.

He tenido esta conversación con muchas personas creyentes, la gran mayoría fervientemente en contra de la despenalización de las 3 causales, pero ¿las tres causales abren abiertamente la posibilidad de realizar abortos de manera desmedida? ¿No está actualmente prohibido el aborto -en cualquier circunstancia- y aún así continúan sucediendo?

La repuesta a esta última pregunta es simple: abortar es y siempre será una decisión de cada persona.  Hacer del aborto un tema religioso, cuando el fundamento de la fe es personal; me parece un acto de injusticia. Decidir por otro en circunstancias tan personales es algo sencillamente inhumano. Por eso, tomaré el coraje de decir: SOY CREYENTE Y ESTOY A FAVOR DE LAS 3 CAUSALES.

Si hacemos del aborto un tema religioso, viéndolo desde el punto de vista pecaminoso estamos olvidando algo básico: pecar siempre será una decisión inherente al ser humano. No hay ley, no hay escritura sagrada que quite al ser humano el derecho de elegir lo que entienda que está bien o está mal. Y en el caso de las tres causales, estamos hablando de tres circunstancias profundamente delicadas en la que el Estado simplemente no puede elegir por la mujer porque tampoco asumiría las consecuencias. Tampoco podemos hacer juicios de valor o imponer nuestros propios criterios morales y religiosos ante circunstancias que sólo el que las padece puede entender la connotación de salud física y mental que acarrea.

Después de la vida, lo único que Dios nos concedió fue la capacidad de elegir. ¿No puso Dios el Árbol del Conocimiento entre el Bien y el Mal en medio del Edén? ¿Por qué le dio al hombre que El mismo creó la capacidad de elegir si Su voluntad era que el hombre no pecara? Con temor y temblor de cuestionar Su Palabra en la que creo profundamente, entiendo que la respuesta es esta:  Dios no obliga a nadie sobre aquello que debe elegir. Desde que nos creó, nos dio el derecho a hacerlo.

Por eso es que los cristianos alejamos a las personas de las Iglesias, porque nos hemos convertido en personas básicas, que no piensan más allá de nuestra propia experiencia, inmisericordes, egoístas y tajantemente radicales en temas tan delicados y personales como este.  Hace tiempo entendí que la religiosidad esclaviza tanto o más que “el mundo” que tanto condena.

Jurídicamente hablando, el aborto es otro laberinto sin salida: en cada escenario una vida se está perdiendo o lacerando.  Desde el punto de vista jurídico, hay varios escenarios donde el derecho a la vida se está violentando con atenuantes o eximentes importantes como la legítima defensa, entonces ¿porqué abocarnos a un debate que no tiene salida? Dejen a las mujeres elegir. Al margen de lo que elijan, en casos tan sensibles y delicados como las 3 causales ¿vale la pena abocarnos a postergar un código tan importante que regulará ilícitos como el sicariato, el enriquecimiento injustificado y otros delitos importantes por algo que simplemente sólo afectará la vida de quien se vea en estas circunstancias?.

Garantizar derechos y libertades no obliga a nadie a ejercerlas. No toda mujer violada debe abortar, no toda mujer está obligada a sacrificar su vida por la de su hijo o traer al mundo un bebé con situaciones incompatibles con la vida. Pero el derecho a elegir es tan inherente al ser humano como la vida misma.