Creo que el Universo está tratando de decirme algo y, a través de mí, a usted, querido lector.

La semana pasada tuve 6 talleres de trabajo por zoom con una interesantísima dinámica, cada uno con alrededor 25 personas. En estos logré que mi atención estuviera donde debía estar, y con ello absorber tanto como fue posible.

El tercer día de los talleres llamó mi atención la dinámica de preguntas y respuestas, sobre todo cuando las respuestas las daba otro y no yo, de seguro por esa verdad bíblica de que es más fácil ver la paja en el ojo ajeno. Estaba tan atenta que pude identificar cuando estas no eran 100% adecuadas a las preguntas, y me inquietó pensar en cuántas veces hago yo lo mismo. También observé cuánta gente generosa deja pasar la oportunidad de denunciar que no ha sido bien entendida y acepta lo mínimo que puede esperarse de un proceso de comunicación.

Pensé en lo que he aprendido en mi trayectoria espiritual sobre los ruidos que llevamos dentro y la necesidad que tenemos, sin saberlo, de regalarnos más silencio. Hice el comentario a algunos miembros de mi equipo, pero sentí que, al hacerlo, estaba medio acusando de no escuchar bien a algunas de las personas más extraordinarias y comprometidas que conozco.

Pues nada, que para no cansarlos les cuento que el lunes me levanté con una faringitis y la prescripción médica fue tres días de silencio, de los que hice dos, pero dos muy juiciosos y con mis ojos puestos en el fenómeno de la comunicación, observándome sobre todo a mí en esa dinámica de resolver problemas y producir ideas de construcciones colectivas. Estando sin voz, esta semana volvimos sobre las grabaciones de las reuniones de la semana pasada y me sorprendió lo poco capacitada que estoy para solo escuchar con atención.

Recordé la frase que me habían compartido recientemente que dice: “El mayor problema de la comunicación es que no escuchamos para entender, escuchamos para contestar”; y agradecí la oportunidad de poder abrazarla sin prisa hasta que se me acomodara dentro.

Con esos ojos vi más clara la oportunidad que puede representar para lograr consensos, el que promovamos una cultura de escuchar y entender, que le perdamos el miedo a que haya un poco de silencio entre preguntas y respuestas, que aprendamos a considerar como una cortesía el que el otro haga una pausa para pensar antes de contestar y que valoremos nuestro cerebro como es, con su intrínseca velocidad de procesamiento.

Mañana vuelvo a hablar y espero realmente haber aprendido algo de estos días para con ello incidir en poner mejores soluciones al servicio del sistema de educación y formación técnica de la República Dominicana.

Ya para nosotros no es un milagro que hasta las piedras hablen, sino que de pronto lo es que alguien realmente escuche. Parecería que el Universo mismo se cansó de esta torre de Babel que hemos construido alrededor del sistema educativo y está intentando mostrarnos nuevas formas de abordar el mismo problema con el que ya llevamos demasiado tiempo. A lo mejor, las soluciones siempre han estado entre nosotros y no ha habido quién las escuche.