“Yo admiro al pueblo haitiano, veo cómo vence y sale de la triste condición de esclavo para constituirse en nación libre e independiente. Le reconozco poseedor de dos virtudes eminentes: el amor a la libertad y el valor…”(Juan Pablo Duarte).
Me duele Haití. Me duele Toussaint-Louverture, el símbolo de su rebeldía y de su libertad.
Me duele su pobreza que desfigura el rostro de sus niños y sus mujeres, y de los hombres que pelean con el sol para sobrevivir en el lastre de la miseria y la carencia. En Haití se sobrevive, no se vive. Vivir es un sueño al que no tienen acceso la mayoría de hombres, mujeres y niños que diariamente discuten con la muerte y conocen las tretas de ésta y también las trampas del infierno.
Me duele Haití, que no sabemos cómo nutre su esperanza ni de dónde alimenta la fe en el porvenir. Y existe allí el porvenir?
No sabemos que toman sus jóvenes para aspirar y soñar con un presente que se viste de frustración y le niega desde que amanece un sorbo de agua y el trozo de un pan envejecido. Le niegan un presente que tiene el rostro más parecido al demonio, a la maldición y al desconsuelo que a la dicha.
Me duele Haití, dónde una oligarquía de hijueputas, más que una avaricia insaciable, negocia con su pobreza y hace canjes y acuerdos comerciales en el exterior, con su miseria. Una élite que mientras hace convenio con el Diablo para un palé, lo divide todo plagándolo de enfrentamientos, sale de paseo por los monumentos y los hoteles de lujos de Paris, Canadá, Estados Unidos y en República Dominicana. Me duele Haití, porque las Ongs de aquí y de allá, utilizan sus poblaciones como conejillo de indias para sus experimentos y ensayos sobre la caridad, la solidaridad y las migraciones forzosas y hacer lobbismo con sus clamores de justicia en foros internacionales, que los ha obligado a vivir de la caridad como si eso fuera un pasaporte visado para el desarrollo.
Me duele Haití, que como Estado sólo existe en la imaginación de la burocracia, en la corrupción política de los carteles que ellos han llamados partidos políticos y de las instituciones que sólo son adornos de la geografía y de la diplomacia.
Me duele Haití, cuyos gobiernos son una estafa constante legalizada, a tantas aspiraciones de un pueblo. Partidos y gobiernos que son una jugada de lotería, que se pela en todos los intentos de la suerte maldita que se baña en la sangre, en el sudor y la burla.
Me duele Haití y sus bosques, saqueados como su bienestar por el amo europeo, desde la época colonial, sin acto de contrición.
Me duele Haití, que con su “jus sanguinis” innegociable, y sus patriotas con anemia esparcidos en sus altares de pueblo, nutre la diáspora en cualquier rincón del mundo como si fuera lo suficiente, para no morirse de hambre.
Me duele Haití, me duele tu dolor y tu sufrimiento y cada una de tus lágrimas. No dejo de amarte. No dejo de sentirte como lo hará el poeta nuestro Franklin Mieses Burgos, en un fragmento de su poema "Paisaje con un merengue al fondo":
Por dentro de tu noche
solitaria de un llanto de cuatrocientos años;
por dentro de tu noche caída entre estas islas
como un cielo terrible sembrado de huracanes;
entre la caña amarga y el negro que no siembra
porque no son tan largos los cabellos del agua;
inmediato a la sombra caoba de tu carne:
tamarindo crecido entre limones agrios;
casi junto a tu risa de corazón de coco;
frente a la vieja herida violeta de tus labios
por donde gota a gota como un oscuro río
desangran tus palabras,
lo mismo que dos tensos bejucos enroscados
bailemos un merengue: un furioso merengue
que nunca más se acabe.