Ya conté que fui promovido a militante del Movimiento de Liberación Nacional (MLN-Corecato) en febrero de 1973, mientras el coronel Francisco Caamaño se encontraba en las montañas del sur del país al frente de una pequeña expedición guerrillera. Me sucedió como si a un ciudadano de alguno de los países aliados lo hubieran reclutado para combatir en Europa a comienzos de mayo de 1945, cuando ya Hitler había muerto y Alemania estaba a punto de rendirse; ni siquiera con tiempo para ser entrenado.
Con esa categoría llegué a mi último semestre de estudios en la UASD, y proyectaba graduarme el 28 de octubre de 1975.
Sin embargo, a mediados de julio me informaron que debía entrevistarme con un compañero que me indicaríalas tareas que me aguardaban. Este compañero resultó ser Luis H. Vargas, estudiante de economía en la UASD, con quien hablé en la biblioteca central el martes 15 como a la 1:30 de la tarde. Siguiendo las indicaciones de Luis el jueves siguiente fui al Centro de Planificación y Acción Ecuménica (Cepae) donde me entrevisté con el padre Santiago Hirujo Sosa y con el compañero Max Puig. En total hice dos visitas y una llamada telefónica a Cepae. Max me explicó las instrucciones de parte de la Dirección Centraly los pasos para mi integración como agrónomo al Centro de Promoción Campesina de la diócesis de La Vega.
El sábado siguiente viajé a La Vega con Hirujo. En el trayecto Hirujome “limó” bien sobre lo que hablaríamos con el director del centro. Llegamos y enseguida fuimos recibidos por el padre Fabio Solís Rodríguez, director.
Solís era un sacerdote progresista que había adquirido notoriedad nacional años atrás cuando fue criticado acremente en televisión pública por el presidente Joaquín Balaguer durante un acto de asentamiento de campesinos en el Cibao Central. Solís e Hirujo se conocían entre si y compartían ideas políticas generales, aunque el primero ignoraba las vinculaciones del último con la izquierda.
Mientras tanto, estábamos bajo el ojo avizor de las autoridades eclesiásticas y de muchos sacerdotes locales que abierta o solapadamente diferían del trabajo de “promoción campesina”, lo saboteaban o propagaban chismes que llegaran al Obispo
Formalmente, se suponía que Hirujo me recomendaba para trabajar en el centro, aunque yo ignoraba cómo se tejieron las reales conexiones al respecto. Recientemente, Argelia Tejada me ha revelado algunos pormenores de aquellas gestiones que yo desconocía hasta ahora. Me permito citar estos párrafos de la comunicación personal que ella me remitió hace unas semanas: “…yo hablé con Luis [Vargas] y Ping Sieng[Rafael Sang Ben] para que me buscaran un buen candidato, y ellos te trajeron. Nunca les pregunté si pertenecías al grupo dirigido por Max [Puig] y Miguel[Cocco], quienes fueron las dos personas que me enviaron a Luis y a Ping Sieng de voluntarios. Ni hablé contigo de política. Y fue lo mejor, porque en dos ocasiones [el obispo Juan Antonio] Flores me preguntó si pertenecías al PCD, yyo le dije que no, en otra ocasión me preguntó que a qué partido pertenecías, y yo le dije que no tenía conocimiento de que tú estuvieses en ningún partido. Y no le mentí”.
Tras la conversación con el padre Solís, mi incorporación al equipo de educadores del centro se formalizó el viernes siguiente, 25 de julio. Ese día conocí a Altagracia (Tata) Berrido, miembro del equipo, y a su esposo Carlos Miguel Belliard Valerio. La amistad con esta pareja fue instantánea y ellos me acogieron en La Vega, aunque durante los primeros meses yo me alojé en el centro de Pontón, una enorme instalación de la diócesis a tres kilómetros de la ciudad que también era sede del seminario menor Santo Cura de Ars y del Instituto de Catequesis. Estas instituciones eran dirigidas, respectivamente, por los sacerdotes Fausto Ramón Mejía Vallejo y Pedro Antonio Eduardo con quienes, eventualmente, trabaría amistad.
Nuestro trabajo político, paralelo o sustitutivo de la “promoción”, era complejo y, en muchos aspectos, pionero. El objetivo era captar a los campesinos locales con características de liderazgo, para darles formación al tiempo que se trataba de ayudar a las comunidades a organizarse en pos de sus intereses.No participábamos directamente en la gestión de las organizaciones sino que nos concentrábamos en la formación de los dirigentes y en lo que pudiera ayudarlos como tales.
Mientras tanto, estábamos bajo el ojo avizor de las autoridades eclesiásticas y de muchos sacerdotes locales que abierta o solapadamente diferían del trabajo de “promoción campesina”, lo saboteaban o propagaban chismes que llegaran al Obispo. Otro obstáculo de proporciones no menos considerables era la acción de agentes del bloque de poder que mediatizaban la lucha de los campesinos, haciendo el equivalente de los sindicatos amarillos en el movimiento obrero.
Entre ellas se destacaban la Federación de Ligas agrarias Cristianas (Fedelac), dependiente del partido social cristiano y con la cual simpatizaba la Iglesia pero por su poca efectividad gozaba de poco respaldo; la Federación de Hermandades Campesinas (Fenherca), dependiente del PRD, pujante en los 60 pero ya con poca incidencia a mediados de los 70; las Juntas de Acción Agraria (Junagra) y el Movimiento Agrario Reformista (MAR), dependientes del gubernamental Partido Reformista y bastante dinámicas desde la promulgación de las leyes agrarias en 1972.Por suerte, en el Cibao no trabajaban la USIS y el Cuerpo de Paz, organismos contrainsurgentes de los Estados Unidos.
Pues bien, en pocos días comencé a visitar comunidades campesinas para entrar en contacto directo con la gente: Bacuí, La Romana, Comedero Abajo, La Cana, Jima, Los Capaces, Caballero y otras, del municipio de Fantino, provincia Sánchez Ramírez, fueron las primeras.