Max Henríquez Ureña contribuyó de manera procesual al conocimiento, estudio y evolución de las ideas literarias en la América continental. Los tópicos literarios, culturales e ideológicos hispanoamericanos, asumidos en sus libros, cátedras, conferencias y sobre todo en su práctica periodística, influyeron a generaciones de estudiosos, tanto en el Caribe y Latinoamérica, así como en los Estados Unidos y España.
La información literaria, histórica y política en torno al modernismo, participa de un campo de erudición activo que remite a tópicos biográficos, psicológicos, narrativos sociales y poéticos aceptables en cuanto al tratamiento del ritmo, la textura y los nuevos modos de fabricar el verso y la prosa en Amérca. La historia del modernismo que se ha contado, escuchado e interpretado desde muchos registros intelectuales, justifica un argumento histórico-crítico fundamental que MHU ha reconocido, estudiado y asumido como analista e intérprete de dicha cardinal intelectual.
En cuanto a la práctica de las ideas literarias en la América hispánica Pedro Henríquez Ureña fue uno de los críticos e historiadores que contribuyeron al estudio de Darío y Rodó en el ámbito de las ideas y los proyectos intelectuales hispanoamericanos. En el estudio de las formaciones intelectuales hispanoamericana Pedro Henríquez Ureña, Alfonso Reyes y muchos otros más construyeron serios registros en torno a la perspectiva y desarrollo de las ideas literarias que se originaron con la fundación ideológica modernista.
En efecto, se debe tener en cuenta el argumento crítico presentado por el ensayista y poeta mexicano Octavio Paz, sostenido en su registro histórico-crítico:
“Todo lenguaje, sin excluir al de la libertad, termina por convertirse en una cárcel; y hay en un punto en el que la velocidad se confunde con la inmovilidad. Los grandes poetas modernistas fueron los primeros en rebelarse y en su obra de madurez van más allá del lenguaje que ellos mismos habían creado. Preparan así, cada uno a su manera, la subversión de la vanguardia: Lugones es el antecedente inmediato de la nueva poesía mexicana (Ramón López Velarde) y Argentina (Jorge Luis Borges); Juan Ramón Jiménez fue el maestro de la generación de Jorge Guillén y Federico García Lorca; Ramón del Valle-Inclán está presente en el teatro moderno y lo estará más cada día… El lugar de Darío es central, inclusive si se cree, como yo creo, que es el menos actual de los grandes modernistas”. (Ver, “El caracol y la sirena (Rubén Darío)”, en Cuadrivio, Ed. Seix-Barral, Barcelona, 1991, pp. 8-9).
Paz refuerza y complementa su doxa crítica dándole continuidad a su interpretación y diferencia como conocedor del modernismo y Rubén Darío:
“[Darío] no es una influencia viva sino un término de referencia: un punto de partida o llegada, un límite que hay que alcanzar o traspasar. Ser o no ser como él: de ambas maneras Darío está presente en el espíritu de los poetas contemporáneos. Es el fundador”. (Ibídem.).
El juicio crítico del poeta y ensayista mexicano tiene presente los datos de Max Henríquez Ureña, del que indudablemente se nutre como intelectual (Ver pp. 10-11; y pp. 12-15, y passim.)
La influencia de MHU en otros escritores y maestros del pensamiento latinoamericano se hace evidente en los juicios, visiones e ideas críticas sobre el modernismo y la vanguardia. Todo lo estudiado por Max en este sentido, presenta seguridad como parte de la historia literaria de la América continental.
Un apunte crítico que hace MHU sobre los inicios del poeta nicaragüense resulta significativo para el conocimiento de sus primeras obras:
“El Rubén Darío que aparece en este libro [se refiere a Primeras notas. Epístolas y poemas], es un poeta que aspira a ser elegante y novedoso en la factura, pero que todavía no puede desprenderse del lastre romántico. Faltábale entonces a Rubén Darío, ya buen conocedor de las letras españolas, el contacto con otras literaturas, principalmente con la francesa, cuya influencia fue después decisiva en su orientación literaria. Pero ya en este libro se advierte el intento de adaptar el alejandrino francés al castellano. Esta innovación no fue de Darío, sino de Francisco Gavidia, en unión del cual hizo Darío, de 1882 a 1884, lecturas francesas, pues Gavidia dominaba ese idioma, mientras que Darío ha confesado que todavía algunos años más tarde, su francés era precario. Francisco Gavidia fue el primero en adaptar la forma libre y desenvuelta del alejandrino francés al verso castellano de catorce sílabas, tradicionalmente dividido en dos hemistiquios y sometido a una acentuación rigurosamente uniforme”. (Ibídem. op. cit.)
Para fundamentar y motivar su valoración acerca de los aportes del modernismo y quienes lo han hecho, aparte de Rubén Darío, MHU facilita ideas, datos, argumentos y contextos de información. Nuestro intelectual hace más transparente su juicio sobre la originalidad del modernismo y sus autores.
Según MHU:
“Gavidia adoptó, al hacer una traducción de Víctor Hugo, la misma libertad que en los cortes, en la censura y en la distribución de los acentos tiene el alejandrino francés. (Ibíd. Loc. cit.)
Max reproduce el intento de Gavidia… “al traducir una página de Los castigos, de Víctor Hugo, intitulado Stella…” (Ibídem.)
Max compara y analiza los diferentes ejemplos, entendiendo que “Rubén Darío, guiado por su afán innovador, llevó a su más amplia expresión el uso libre del Alejandrino…” (Ibídem. pp. 116-117). La variedad de ejemplos estróficos conduce al crítico e intelectual dominicano a comparar textos poéticos, del vate nicaragüense y a posicionar la obra como también el lenguaje de signos y tropos, importante para poder concebir el alcance del modernismo en todos sus ramajes visuales.
Sostiene Max que:
“Rubén Darío llevó la innovación más allá de lo que Gavidia pensó. El mismo Gavidia, en un artículo publicado en 1904, defendió la tesis de que el verso que él llamaba “nuevo alejandrino” debía estar constituido por una combinación de heptasílabos del mismo estilo y flexión, tal como él lo había hecho en El idilio de la selva, escrito en 1883, y esto, según puede apreciarse, limitaba considerablemente su innovación. Fundamenta Gavidia su teoría en que es preciso buscar “una conciliación entre los sendos genios de los idiomas francés y castellano”, pues de otro modo algo perdería “la vieja contextura de la frase castellana” (Ibídem. p. 118).
Como comparatista y crítico, MHU introduce una nota al calce (14), donde aporta datos sobre la discutio y la explicatio del argumento en cuestión, mostrando una referencia que valida el elemento comparativo y literario:
“Historia de la introducción del verso alejandrino francés en el verso castellano, por Francisco Gavidia. Este artículo, no muy extenso, fue publicado en San Salvador en 1904 y reproducido en el mismo año en la revista Cuba Libre, de La Habana, que es la que utilizo para esta cita. Véase también como antecedente de la cuestión, el libro de versos de Francisco Gavidia, edición de 1884. Gavidia volvió a tratar el asunto en un extenso trabajo que con el título de Los nuevos versos en América Latina, publicó en la revista Centro-América intelectual” (San Salvador junio-agosto, 1909). (Ver, p. 118).