El modernismo y sus antecedentes crearon un suelo filosófico ligado a la libertad y la independencia. Martí, Silva, Nájera, Nervo, Heredia, Clemente Zenea, Darío y otros, vivieron allí donde los valores de la tradición y los ríos de la ruptura obligaron a redefinir, re-crear horizontes de patria, identidad y pensamiento. Pero el modernismo implica también revolución, política de lo imaginario, espacio del corte, la unidad, la movilidad de la región y la universilidad.
De ahí que aquello que se canta desde el destierro, la resistencia y el movimiento de la reflexión y la independencia cualifique y reconozca los hilos de libertad existentes en lo que podría llamarse hoy la dialéctica de la historia interna de América. Apropiaciones, guerras de independencia y fuerzas de claras decisiones desocultan aquello que muestran las identidades locales junto con los valores universales.
El laúd desterrado es el canto del desterrado, del alejado de la patria y la provincia que no solo canta dolores o tristezas, sino también conciencias, desacuerdos, hombres de vuelo y lenguajes. (Ver, en tal sentido la Edición crítica de Matías Montes-Huidobro: El laúd desterrado, Arte Público Press-Houston, Texas, 1995, 181 págs.)
Según el editor de la obra:
“Max Henríquez Ureña considera que Pedro Santacilia fue el promotor de esta antología poética. El libro se inicia con un comentario previo muy atinado y medido firmado por El Editor, sin indicarse el nombre del mismo, que bien pudiera ser el propio Hernández. Juan J. Remos lo atribuye a Cirilo Villaverde. Lo que realmente sorprende del prólogo es el significado actual del mismo, que hoy tiene vigencia en gran parte de la conciencia cubana”. (Ver, p. V, op. cit.)
El capítulo relativo al modernismo en el Panorama histórico de la literatura cubana (Ed. Arte y Literatura, La Habana, 1978-1979), especifica el aporte de la poesía, la narrativa y el ensayo, toda vez que el mismo Rubén Darío en su España contemporáne a, facilita la apertura a todo un conjunto de formas y fórmulas motivadas por varios niveles de expresión y sentido, apreciables en las prosas que constituyeron el orden focal del modernismo en aquella España contemporánea concentrada en Madrid pero donde la obra de Rubén Darío mira hacia Francia, Alemania, Italia y otros lugares de América.
Todo un espacio para la autobiografía es también construido por los viajes, aventuras, bohemias y políticas de la amistad. Según MHU:
“Al publicar su autobiografía, Rubén Darío anunció la próxima aparición de una novela: Oro en Mallorca, de la cual se conocen fragmentos. Empezó a publicar años antes otra novela, El hombre de oro, en la Biblioteca, de Buenos Aires, que dirigiera Paul Groussac y quedó inconclusa. Diversos trabajos suyos han sido reunidos en volúmenes después de su muerte: así sus Cabezas (Ediciones Mínimas, Buenos Aires, 1916), donde aparecen reunidas las siluetas que sobre Lugones, Rodó, Zorrilla de San Martín, Graca Aranha y otros escritores contemporáneos escribió para la revista Mundial, que dirigió en París…” (Vid. p. 124).
Así las cosas, el efecto modernismo en Hispanoamérica, no sólo tuvo repercusión en América, sino también en la península ibérica, donde Darío y sus seguidores sembraron la idea de la renovación literaria y de los diversos caminos emergentes que prepararon más adelante la vanguardia poética, narrativa y filosófica en muchos países de América.
Pero Darío dio un ejemplo importante con la publicación de sus obras en verso y en prosa. Según MHU:
“Así también algunos trabajos dispersos, compilados en los volúmenes que llevan por título Sol de domingo, El mundo de los sueños y Ramillete de reflexiones (todos publicados en Madrid, 1917) y Prosa política, 1918. También se ha publicado una breve novela que escribió en su juventud: Emelina”. (Véase, pp. 124-125)
¿Qué sucedió en 1896 y en plena creación modernista ya en transición y búsqueda de otros ritmos y fuerzas ideológicas, políticas y económicamente incidentes? ¿Cuál era el panorama entonces? Según nos dice Max en su ensayo en cuestión:
“En 1896, cuando Rubén Darío publicó Prosas Profanas, sus compañeros en la iniciación del modernismo habían desaparecido ya. Julián del Casal había muerto en 1893. La muerte lo sorprendió en la grata sobremesa de un hogar amigo: un golpe de tos, un leve quejido, un gesto de agonía… y el poeta de Nieve dejó de existir. En Nieve había seguido las huellas del parnasismo francés; en Bustos y rimas, que dejó en prensa, alcanzó a revelar mejor su temperamento melancólico, torturado por el dolor de vivir y por “la nostalgia infinita de otro mundo”. (Vid. p. 125)
La información que facilita Max, complementando la idea de formación, símbolo y razón del modernismo acentúa la desaparición de Gutiérrez Nájera como parte de una evocación histórica significativa:
“Manuel Gutiérrez Nájera murió en 1895. En la Revista Azul había recogido el símbolo representado en el título del libro que señaló el advenimiento del modernismo. Aquella revista fue considerada en México como la viviente encarnación del modernismo. Por eso, cuando doce años después de muerto Gutiérrez Nájera, un mercader de la literatura quiso resucitarla para desde esa tribuna, librar campaña contra las nuevas tendencias literarias, gran parte de la juventud intelectual de México se irguió indignada para protestar contra esa profanación”. (Ver pp. 125-126)
En efecto, el modernismo creó una consciencia sociocultural en gran parte de América, que en aquel momento puso empeño en elevar voces y dar pasos movilizadores de otros cuerpos e ideas literarias que también se hicieron sentir cuando se produjo su visita a los Estados Unidos y cuya descripción de su estado es narrado por Pedro Henríquez Ureña en su Epistolario intimo con Alfonso Reyes (Ver Pedro Henríquez Ureña y Alfonso Reyes, Epistolario íntimo, Eds. Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña, Santo Domingo, 1981, Vol. II pp. 239-245), y donde Pedro describe con lujo de detalles los banquetes en su honor, su enfermedad, proyectos de traducción al inglés y su recibimiento en la Hispanic Society of América.
En el caso de la significación de una nueva literatura propia de América, la historia como conjunción, dialéctica narrativa y hazaña a finales de siglo XIX y a comienzos del XX, logró imponer sus cardinales de dominación y hazaña del sujeto, siendo así que el sentido de toda travesía temporal impone e imprime su sello a las acciones llamadas culturales y sociales.
MHU refiere en su análisis dos casos que fueron ejemplares en el tiempo histórico del modernismo. El primero es el de Martí:
“José Martí, que desde hacía años era, más que un hombre, una patria errante convertida en verbo apocalíptico, cayó también en 1895; “¡Yo alzaré el mundo!”, dijo él, que predicó la guerra santa; y fue a ofrendar su vida sobre el campo de batalla, en holocausto por el ideal de la independencia de Cuba, al que consagró su espíritu, su voluntad y esfuerzo”. (Ver p. 126)
El segundo ejemplo que evoca MHU es el de José Asunción Silva que:
“…atenaceado por la angustia de vivir, se despojó de la vida con gesto de fría desolación, en el momento mismo que su nombre trasponía las fronteras nativas para merecer el tributo unánime de la admiración continental”. (Ibídem.)
Luego de tales acontecimientos y liderazgos intelectuales que, sin embargo fueron espíritus trágicos y dramáticos Rubén Darío quedó como el representante y jefe único del modernismo:
“Rubén Darío quedó, entonces como jefe único del movimiento. Las filas del modernismo engrosaban cada día: surgía Leopoldo Lugones, deslumbrador y magnífico; se destacaba Ricardo Jaime Freyre por su fina sensibilidad y su sabio espíritu innovador; esculpía versos impecables Guillermo Valencia; aparecían estrellas nuevas en el horizonte como Julio Herrera Reissig y empezaron a renovar su primitiva manera Salvador Díaz Mirón, José Santos Chocano y Luis Gonzaga Urbina, a la vez que se anunciaba Amado Nervo”. (Ibídem.)
En todo este proceso de consideraciones históricas, críticas y biográficas del modernismo y su líder Rubén Darío, Max destaca el juicio que José Enrique Rodó había escrito en el prólogo a Prosas profanas en 1896 y que según la nota número 17 puesta por MHU en su ensayo: “Por una omisión inexcusable, en esta edición, hecha por la casa Bouret, fue omitido, al pie del trabajo de Rodó, el nombre de su autor. Hubo un escritor que se refirió a él como “el eminente y anónimo prologuista de Prosas profanas”.
El crítico, filósofo y político uruguayo José Enrique Rodó apareció entusiasmado el aporte literario de Prosas profanas y se refirió entonces a la vitalidad y duración de aquello que sostenía el pensamiento y la creación en América. Entendía el maestro uruguayo que la obra publicada por Rubén Darío tenía sus propios valores técnicos y artísticos. (Vid. pp. 126-127)