Hemos visto cómo en ensayos anteriores la aproximación de Max Henríquez Ureña a las literaturas y culturas orientales, creó posibilidades de lectura, información y aproximación a un corpus donde encontramos los libros y fondos literarios, culturales y críticos de cierto universalismo originario, lingüístico, de grandes cardinales históricas y “fontales”.
A través de un concepto divulgador del conocimiento literario y cultural enciclopédico, el crítico e historiador dominicano conformó cátedras, lecciones y referencias sobre un tipo de interpretación y comprensión universalista que participa de una lectura interna y otra lectura externa a propósito de la fijación de un canon pre-diaspórico y otro postdiaspórico, habida cuenta de la visión que imperó en el siglo XIX con el descubrimiento arqueológico- literario de manuscritos, textos que originaron una cardinal universal en un primer momento, y en un segundo momento una cardinal de fundaciones nacionales en el ámbito del logocentrismo y el grafocentrismo europeos.
Hacer de la literatura universal un fondo y una via de acceso a través de la formación textual, su ordenamiento y proceso de lectura de fuerzas literarias antiguas y universalizantes implica para nuestro autor la adopción de ideas propias de un tipo de investigación abierta a la enseñanza. El magisterio universalista de Max Henríquez Ureña acoge esta función como parte de un rescate de mundos literarios e idiomáticos.
De esta manera, MHU observa que:
“Nada importante nos ha dejado Caldea, más conocida con el nombre de Babilonia. El nombre de Caldea se aplicó primero al distrito del extremo sur del territorio babilónico y después se extendió a toda Babilonia, que es la faja de tierra encerrada entre los dos grandes ríos del Asia Occidental, el Tigris y el Eúfrates. Los antiguos también llamaron a esa faja: Asiria, aunque le corresponde mejor el nombre de Babilonia”. (Ver Max Henríquez Ureña: Obra y Apuntes, X (I), pp. 4-5)
Los restos arqueológicos de esa antigua Babilonia empalman con la literatura escrita y dicha en hebreo, llamada bíblica, y transliterada y traducida a todos los idiomas del mundo como bien patrimonial de la humanidad y del humanismo cultural. MHU demuestra en estas lecciones un marco de análisis histórico desde la perspectiva de una divulgación literaria en contexto de selección, atribución y puesta en discurso de un territorio literario.
Según Max:
“Todas las obras escritas en lenguaje hebreo, componen esa literatura, aunque incorrectamente se usa la frase como igual a literatura judía, que es la escrita por judíos no sólo en hebreo, sino también en aramaico (idioma de los arameos, tribus semíticas que habitaban en la embocadura del Tigris y el Eúfrates). Fueron dominados por asirios, hebreos, árabes y otras civilizaciones. Hebreo viene del patriarca “Heber”, “israelita” por “Israel”, apodo de Jacob, “judíos” después por el reino de Judá a la muerte de Salomón”. (Ibídem.)
MHU hace un trazado de la literatura bíblica, principalmente de la literatura hebrea como cuerpo lingüístico y textual fundacional:
“La literatura hebrea empieza por el Antiguo Testamento, por menciones hechas por ese mismo texto se ve que hay algunos libros que desaparecieron y no están incorporados allí: El libro de las guerras, el de Jashar, el Canto del pozo, el Canto de Sihon y Moab, el de Lamech y de Moisés”. (Ibídem.)
El concepto de tradición literaria oriental se extiende al producto verbal oral y verbal escrito. Lo que acentúa la tradición en sus gestos, cantos, lenguajes y líneas de creación literaria. Max describe las etapas formativas de la producción literaria bíblica a partir de la Biblioteca de la tradición:
“La tradición ha señalado a Moisés como autor del Pentateuco, o sea los cinco primeros libros del Antiguo Testamento: el Génesis (o de la creación y la historia del mundo hasta que los hebreos se instalan en Egipto), El Éxodo (l huida de Egipto), El Levítico (Libro de prescripciones religiosas), El libro de los Números (especie de Censo del pueblo hebreo y resumen de su historia y esfuerzo) y el Deuteronomio, que completa la historia empezada y llega has la muerte de Moisés”. (Ibídem.)
Según MHU, si el Pentateuco “… hubiese sido escrito por Moisés, tal como se conserva en su forma actual sería el monumento más antiguo de la literatura hebrea; pero la investigación ha demostrado que el Pentateuco es una compilación de varios documentos, encontrados en fechas distintas. La parte principal del Deuteronomio fue encontrada en el 621 A.C. y de igual época son los libros de los profetas Jeremías y Sofonías. Hacia 600 A.C. fue cuando se arregló una compilación mayor y más ordenada de los libros del Antiguo Testamento”. (Ibídem. loc. cit.)
El trazado explicativo que lleva a cabo Max se debe a un magisterio de lectura de mundos, historias literarias, geografías textuales y cuerpos de (civilización) cultura de la palabra escrita a lo largo de períodos surgentes de la tradición o tradiciones literarias del Antiguo Oriente. La cronología que adopta el estudioso dominicano en este caso, muestra una cardinal espacio- temporal evocadora de una literatura bíblica de hondas raíces sociales y culturales, tal como lo sugiere cierta antropología de la palabra histórica y literaria.
“Sólo en el 400 A.C. fue completado el Pentateuco, y tomó su forma actual; pero todavía en el siglo III A.C. se agregaron otros libros al Antiguo Testamento”. (Ibídem.)
A propósito del Pentateuco, Max lanza una hipótesis a propósito de su redacción como conjunto literario:
“Si Moisés, el gran patriarca de Judea, intervino en la redacción de esos libros, sagrados, eso había podido ser en otra forma hoy perdida. La redacción de todo el Antiguo Testamento es mucho más reciente que la que correspondería a la época de Moisés. El Antiguo Testamento, que recibió el nombre de Biblia (o sea, el Libro de los Libros o el Libro por excelencia) y después se completó con el Nuevo testamento contiene los cinco libros del Pentateuco…”. (Ver, p.6)
MHU describe y destaca también la gran Biblioteca de la tradición, conformada con los demás libros bíblicos: El libro de Josué, el Libro de los Jueces, los Cuatro libros de los Jueces, Los cuatro libros de los Reyes, Los Paralipómenos, El libro de Ruth, El libro de Job, El libro de los Salmos, El libro de los proverbios y los Libros de Los Profetas. (Vid. Pp. 6-7)
MHU refiere un dato conocido por los grandes especialistas en el Antiguo Testamento sobre los textos conformadores de esta biblioteca de libros fundamentales de la cultura de la palabra:
“Al formalizarse el contenido del Antiguo Testamento fueron rechazados otros libros declarándolos apócrifos: Algo de estos y de la tradición oral fueron más adelante recogidos en una nueva colección, hecha por algunos rabinos, el Mishnah; todavía se agregaron nuevos libros, y así se formó el Talmud (que quiere decir: instrucción), pero hubo dos talmudes: el de Jerusalén y de Babilonia. Hay hebreos que rechazan el Talmud, aunque ese libro se deba a los rabinos ortodoxos; pero el grupo de judíos que se clasifican como “Karaítas” (creado en el siglo VIII), sólo acepta la libre interpretación de la Biblia”. (Ibídem.)
Ciertamente, y, tal como describe Max el proceso de constitución de los textos bíblicos en tiempo y espacio, la formación del canon literario oriental se orienta hacia una antropología y una historia crítica de la palabra sagrada y profana. Los “apuntes” de MHU se hacen legibles a través de un magisterio explicativo de textualidades tradicionales y un cuerpo de documentos, en este caso fundador y fontal.