El 13 de mayo de 1916, el ministro americano William A. Russell y el Contraalmirante de la Armada Americana W. R. Caperton le envían una comunicación a los generales Desiderio Arias, Mauricio Jiménez y Cesáreo Jiménez, indicándole el peligro que implica la ocupación de los lugares y posiciones militares estratégicos de la ciudad de Santo Domingo. Por lo cual los llaman a entregar las armas y desocupar los espacios militares dejándole el control al poder militar que, bajo pedimentos infructuosos, le solicitan depongan su ánimo de confrontación contra la armada de los Estados Unidos de América, ya que no se ha podido llegar a ningún acuerdo ni arreglo amigable en tal sentido:
“…los abajo firmados por la presente les intiman el desarme de las fuerzas militares que actualmente hay en la ciudad de Santo Domingo, la evacuación de todas las posiciones fortificadas que existen dentro de la ciudad y la entrega a la custodia de las fuerzas de los Estados Unidos de América de todas las armas y las municiones que haya en la ciudad; y los hacemos a todos y a cada uno de ustedes responsables de las consecuencias que puedan resultar de una negativa a cumplir los términos de esta comunicación.” (Véase, Op. cit. p.103)
En efecto, la comunicación deja claro su pedimento, para que éste se cumpla a la mayor brevedad posible:
“Lo que en esta comunicación se pide debe ser cumplido antes de las seis a.m. del día 14 de mayo de 1916, y debe ser indicado izando banderas blancas en la Torre de la Fortaleza y del Palacio Municipal y en las demás posiciones fortificadas de la ciudad, en forma claramente visible desde el mar y desde los campamentos extramuros de la ciudad; y pedimos formalamente por la presente que, en caso de que no se proceda al desarme indicado, ustedes notifiquen a la población civil, dominicana y extranjera, que debe abandonar la ciudad dentro de las 24 horas a contar de las seis a.m. del día 14 de mayo de 1916, porque a esa hora, es decir, a las seis a.m. del día 15 de mayo de 1916, se empleará la fuerza para desarmar a las fuerzas rebeldes que hay en la ciudad de Santo Domingo y para sostener al Gobierno constitucional.” (Ibídem. Op. cit.)
Las indicaciones del Ministro americano William W. Russell y del Contraalmirante de la armada americana W. B. Caperton, fueron precisas y dirigidas a mantener fuera de peligro a la población:
“Los no combatientes deben salir de la ciudad por la avenida Bolívar (camino de Santa Ana), hasta el punto en que empalma con la carretera del Oeste, o más allá. Los no combatientes que salgan de la ciudad por la vía acuática deben mantenerse fuera de la línea de fuego de los vapores de guerra americanos. Una copia de esta comunicación ha sido entregada a los representantes de las naciones extranjeras y al presidente del Ayuntamiento.” (Ibídem.)
Así pues, y tal como lo refiere Max Henríquez Ureña:
“El presidente del ayuntamiento, Licdo. Manuel de Jesús Troncoso de la Concha, al dar a conocer esta proclama al pueblo lanzó una elocución, en la cual hacía saber que el Ministro Russell, el Contraalmirante Caperton y los comandantes de las fuerzas militares y navales situadas en los alrededores de Santo Domingo le habían declarado que las tropas americanas no realizarían ningún acto hostil si no se las atacaba, y que el ministro había agregado “que el objeto de entrar esa fuerza era para garantizar la libre elección por las Cámara del nuevo Presidente de la República.” (Ver, p. 104, op. cit.)
Pero la puesta en marcha de las acciones a llevarse a cabo, fueron confirmadas por Russell y Caperton en la comunicación del 15 de mayo de 1916, dirigida al Presidente del Senado, M. F. Cabral y al Presidente de la Cámara de Diputados Luis Bernard:
“Señores:
Esta ciudad ha sido ocupada militarmente por las fuerzas norteamericanas. Al tomar esta decisión tenemos el sincero propósito de garantizar una libre e imparcial actuación de las cámaras para la elección del nuevo Presidente de la República. Debido a la situación anormal que de momento crean las presentes circunstancias, suplicamos a ustedes no convocar a sesión por dos o tres días, hasta que la ciudad recobre su aspecto normal”.
La ocupación militar se llevó a cabo tal y como lo había indicado Russell y Caperton, el día 15 de mayo, a las seis de la mañana, según lo describe Max Henríquez Ureña:
“…las fuerzas de Infantería de Marina de los Estados Unidos, que habían desembarcado por la playa de San Jerónimo, a tres millas de las antiguas defensas de la ciudad, hicieron su entrada con numeroso armamento y equipo, avanzando con precauciones militares por las calles desiertas, hasta que llegaron a la fortaleza, que había sido abandonada por el General Arias con toda su tropa.” (Vid. p. 105)
Nuestro autor describe con sobriedad literaria y detalle el momento de la ocupación y el espacio-tiempo de la misma, tal y como fue percibida por la prensa de la época y la ciudadanía asustada, recluida en las pocas casas habitadas entonces en la ciudad.
¿Qué hizo el general Desiderio Arias ante la realidad inminente de la ocupación. Según MHU, en la víspera de la ocupación:
“…el general Arias se había encaminado con su ejército, muy reducido ya, hacia el norte de la República, llevándose la mayor parte del armamento que había en la fortaleza. La ciudad recibió a las tropas americanas, según refirieron los periódicos, sumida en un silencio de sepulcro, único gesto de protesta de un pueblo débil, inerme y dividido por la lucha civil, contra la ocupación de su territorio.” (Ibídem.)
Según describe MHU dicha situación:
“Durante muchos días las calles permanecieron desiertas, y las casas, cerradas y silenciosas, en señal de duelo público. Más que una ciudad, parecía que los soldados americanos habían ocupado un cementerio.” (Ibídem.)
La impresión a nivel nacional sobre esta agresión política, económica y sobre todo territorial tuvo consecuencias a lo externo del país como en todo el contexto interno nacional, debido a que por la intromisión del gobierno de los Estados Unidos, previo a la ocupación, ya se habían tomado las aduanas y la Receptoría nacional, contando el ingreso y el egreso del tesoro público y de las finanzas, bastante maltratadas por la incapacidad de los funcionarios y de los gobiernos que administraban por aquel entonces la “cosa” pública.
“El día 17 de mayo –según narra MHU- se reunió nuevamente la Cámara de Diputados para discutir, en tercera lectura, la ley de designación presidencial. En esta última lectura resultó electo el Dr. Federico Henríquez y Carvajal. (Ibídem. loc. cit.)
Más tarde, luego de acuerdos, debates, propuestas y reparos del gobierno de los Estados Unidos, se llevó a cabo la elección definitiva del presidente el 25 de julio de 1916, fecha en que “puestos de acuerdo todos los partidos, nombraron presidente de la República al Dr. Francisco Henríquez y Carvajal”. (Ver, p. 115, op. cit.)
Es importante destacar que el Gobierno de los Estados Unidos tomó el control de las aduanas y con ello el control de la Hacienda pública dominicana, apoderándose de las rentas incluidas y no incluidas en la convención de 1904. El Gobierno de los Estados Unidos pasaba a fiscalizar la Receptoría nacional y con ella todos los pasos, puntos económicos y financieros de la República Dominicana.