“Ese aeda que abogó voluntaria y definitivamente su voz a los veinte años, es uno de los temperamentos poéticos más extraordinarios y sorprendentes de la literatura de todos los tiempos. Aquel adolescente era, sencillamente, el genio, aunque buena parte de su obra sea boceto, promesa, ejercicio, anuncio”. (Vid. Ensayo citado en Op. cit. p.11)

Así reza la cita de Max Henríquez Ureña para definir y explicar más concretamente el encuadre analítico y crítico del poeta Jean Arthur Rimbaud. Su ejercicio de lectura quiere ser riguroso, concentrado, inmanente y contextual como operación de análisis, dando cuenta de etapas necesarias para la interpretación y comprensión de su vida-obra-lenguaje.

Ahora bien, ¿Qué es un encuadre crítico, tal y como se observa en el contexto de la doxa crítica de MHU? Nuestro autor concentra su juicio general y particular apoyándose en el núcleo temático, trazado formal y el campo estético-interpretativo del autor analizado, justificado en un argumento de trabajo que genera conclusiones de verdad individual y sentido. De ahí que el encuadre Rimbaud se explique mediante una lectura histórico-crítica de la obra literaria, respaldada por su movimiento procesual de enunciación y sentido. Lo que permite organizar en su caso, y en el caso de su lectura de Rimbaud, el universo de autor, el poema como tensión, expresión, experiencia y la organización de una intuición que anuncia y enuncia el sentido mismo de su mundo contradictorio y confluyente como hoja de vida humana.

Según MHU:

“Su Barco ebrio, composición que le dio rápido renombre en los cenáculos literarios de su tiempo, fue la clarinada de una nueva sensibilidad y de una nueva modalidad de expresión. Difícil será encontrar, desde el momento en que fue escrito, 1871, hasta nuestros días, más de tres o cuatro composiciones poéticas que puedan, en las letras francesas, sufrir parangón con el Barco ebrio.  No obstante, como vivimos ahora en plena pesquisa de mitos, se ha dado en la flor de decir que esa composición es un fino ejercicio poético en el que abundaba la imitación y el calco de versos enteros de León Dierx: algunos literatos eminentes como Louis Aragón y Jean Schlumberger, soltaron hace tiempo la especie, y en su libro lo ha repetido Étiemble, el paciente e implacable destructor de mitos”. (Op. cit. pp. 11-12)

La mirada comparativa de Max avanza la idea del cotejo“…de los versos de Dierx con los de Rimbaud”. MHU demuestra en su cotejo que por más que se quiera leer cercanías verbales o estilísticas de Dierx en Rimbaud, las mismas serían insignificantes y habría que someter ambas obras a un análisis, y por lo mismo habría que preguntarse o preguntar en torno a tópicos específicos o diferenciales en tal sentido:

“El cotejo de los versos de Dierx con los de Rimbaud –sostiene MHU- nos da solamente ciertas aproximaciones insignificantes, pero si, aun así, quisiéramos concederles superior importancia, sería forzoso dilucidar primero otras cuestiones…” (Ibídem.)

¿Cuáles son esas cuestiones que entiende MHU que plantearía un análisis  de tipo comparativo, textual y contextual? La respuesta del crítico e historiador dominicano es la siguiente en cuanto a tal encuadre:

“…por alta, por exquisita y refinada que sea la personalidad poética de León Dierx, ¿hay acaso en ella el impulso original de renovación y la riqueza de sugerencias en que es pródiga la obra de Rimbaud? Por incipiente y breve que se la producción poética de Rimbaud, ¿No representa más en la historia literaria que la de Dierx, aunque éste fuera proclamado por Príncipe de los poetas en su ancianidad gloriosa? ¿Hay acaso en toda la obra de Dierx –tan pulida, tan emotiva, tan honda- algo que iguale o supere al Barco ebrio?” (Ibídem. loc. cit.)

¿Cuál es la doxa puntual de MHU a propósito del momento en que apareció Rimbaud?

“Rimbaud, cuando apareció, encarnaba la nueva poesía, como, en cierto modo, la representa aún. Esa oscuridad deslumbradora a que alude elegantemente Reverdy como una revelación, tiene todavía vigencia, aunque los caminos que trilló Rimbaud se hayan multifurcado hasta el infinito y otros modos y modos de expresión nos llevan muchas veces, no a una oscuridad que deslumbra, sino a la tiniebla integral”. (Ibídem.)

MHU señala mediante comparación y oposición la diferencia entre opacidad y transparencia, obscuridad y claridad; imagen violenta, imagen fluida. Lo que quiere decir que:

“En León Dierx, que es la claridad misma –una claridad serena y parnasiana-, buscaríamos en vano las imágenes audaces y las bruscas y tácticas asociaciones de ideas que cada momento brotan en la poesía de Rimbaud. Muchos barcos errantes y fantasmales hay en la leyenda y la literatura, y dentro de ese catálogo puede caber el de Rimbaud, pero ninguno lo iguala en categoría poética, por lo mucho que sugiere y por la tónica brumosa y embriagadora de esa poesía que parece venir de un mundo irreal: a ese mundo nos conduce aquel barco que desciende de los ríos impasibles y es más tarde el juguete del furioso y cabrilleanteembate de las mareas”. (Ver, pp. 12-13)

La lectura expresiva que hace MHU se inscribe en  el perfil estilístico-comparativo de Rimbaud, todo a propósito de la perspectiva de la poesía que “habla” desde sus estructuras de representación simbólica y ritmíca del lenguaje poético. Pero ambos poetas (Dierx-Rimbaud) , han creado sus mundos mediantes imágenes sorprendentes surgidas de la oposición imagen y sentido, finitud e infinitud, allí donde lo advertido como intuición se expresa en tanto que conjunción poética:

Según Max:

“¡Las penínsulas que han soltado sus amarras no han sufrido más triunfante sacudimiento!”. Y de entonces –nos habla el Barco ebrio-, me bañé en el poema del mar, infuso de astros y latescente, devorando los azures verdes donde, flotación lívida y pasmosa, un ahogado desciende a veces, pensativo”… ¿A qué prodigar otras citas? Estamos a distancia estratosférica de la majestad  parnasiana de León Dierx. Hay aquí una inquietud que no comulga con la suave y amable claridad de Dierx, y hay un mundo de alusiones retorcidas que en vano buscaríamos en la obra del mago de los Labios cerrados”. (Loc. cit.)

¿Cuál es el valor, según Max de El Barco ebrio en el contexto moderno de la poesía francesa y europea?

“El Barco ebrio, háganse las salvedades que se quieran, es una de las más notables poesías de Rimbaud, pero no es la única que alcanza alta significación en su obra. Ahí están esas cinco estrofas que ampara un título repelente: Las buscadoras de piojo, a pesar de lo ingrato del tema, Rimbaud logra desarrollarlo sin caer en el feísmo, esto es, en el anhelo de producir la emoción estética por medio de lo repugnante o de lo horrible”. (Ibídem.)

En lo tocante al soneto parnasiano y simbolista legible en Rimbaud, Max identifica un tipo estrófico de arte mayor que alcanzó a finales del siglo XIX una tesitura melódica y rítmica ejemplar:

“Hay sonetos suyos que son joyas, como El armario, o como El durmiente del valle, que se inspira en un cadáver de un soldado tendido sobre el césped. Aun en su primer manojo de composiciones escritas en la provincia natal, hay estrofas tan armoniosas y bellas como Las manos de Juana María y Lágrimas, a las que todavía pueden agregarse: La canción de la más alta torre, La eternidad, La comedia de la sed, Fiestas del hambre”. (Ibídem. Loc. cit.)

La exégesis y el encuadre Rimbaud han desarrollado un catalizador de lenguajes de la modernidad poética europea.

La concentración denominada vida-obra, origina en contexto una visión crítica ordenadora de rasgos, aspectos, ritmos y travesías del poema-movimiento que motiva lo que será más tarde la explosión del inconsciente poético.

De ahí que el núcleo generador de dicho encuadre, marcado por acentos críticos y filológicos del momento estudiado, sea revelador de una doxa como la siguiente:

“Con Rimbaud, ya se ha dicho, lo inconsciente entra, triunfa y se instala en la poesía. Y ese inconsciente aparece quizás en forma aún más característica y representativa, en sus prosas, que al cabo son poesía pura: Una temporada en el infierno y La Iluminaciones. Y bueno es advertir que la prosa de Rimbaud tiene un carácter más auténticamente revolucionario que su verso.  Para hacer triunfar lo inconsciente era preciso poseer una gran fuerza original, un espíritu vidente capaz de penetrar en el mundo de las abstracciones inexpresables. Tal ocurrió con Rimbaud, que se calificó a sí mismo de vidente en una carta, hoy famosa, de sus diecisiete años: “Digo que hay que ser vidente… El poeta se hace vidente por un largo, inmenso y razonado desarreglo de todos los sentidos… así llega a ser entre todos, el gran enfermo, el gran criminal, el gran maldito… ¡Y el supremo sabio, pues llega a lo desconocido…!”(Vid. p. 14)