Desde tiempo inmemorial, la sociedad dominicana ha vivido el peligroso vértigo de las uniones maritales de miles de chicas adolescentes. De ahí que para nadie resultó sorpresivo que el Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA) declarara recientemente que el 37% de las adolescentes dominicanas se casa o se une maritalmente antes de cumplir los 18 años.

Solo nos convertimos en adultos independientes maduros cuando somos capaces de percibir y discernir, con cierto grado de certeza, aquellas acciones o conductas que nos hacen afirmativos de otras que podrían socavar nuestra integridad como individuos en el plano formal. ¿Qué pasa con las adolescentes? Pues no perciben que la huida de casa con un  jovencito o con un tipo 15  ó 18 años mayor, no es la respuesta a las reglas y límites que imponen el hogar o la pobreza. Y tampoco lo es para evadir los manoseos e insinuaciones de un tío, el padre, el padrastro o el padrino.

Talvez  un contexto familiar parecido pudo servir de precedente  al espantoso hecho criminal cometido el otro día por un hombre contra su expareja llamada Yocairi Amarante,  una adolescente que se convirtió en el objetivo de un arma química, conocida  como “ácido del diablo” o “plomerito”. El hecho fue de una magnitud tan oprobiosa que  desencadenó no solo el repudio social sino que motivó noticias todo el día y  también que Diario Libre dedicara su editorial del día 1 de octubre al hecho como un modo de redirigir  la atención de todo el país hacia la tragedia de Yocairi. Diario Libre dice: Los adultos que “se llevan” a esas niñas y los adultos que consienten que “se las lleven” saben perfectamente lo que hacen. Es un problema complejo para la sociedad y una tragedia para las víctimas. Es trata de menores……”

No pocos padres de familia   “se hacen de la vista gorda” cuando un hombre adulto le lleva regalos o le hace invitaciones a la playa a su hija menor de edad. Lo sé porque en una ocasión le llamé la atención a la esposa del conserje del condominio donde resido cuando ella le dijo a su hija de 15 años, quien le pidió dinero para un nuevo celular, “je, pero pídeselo al viejo ese que anda detrá de ti”. Cuando le dije, ¡cómo le va usted a decir a esa niña que le pida dinero a un hombre que no es su papá ni hermano mayor!, aquella madre me respondió con la mayor franqueza: “Ay, dotoi, ella e una niña, como uté dice, pero ya esa dá pa  tó”.

¿Qué es el ácido del diablo?

Como fui profesor de Química durante  muchos años en un liceo, le diré al lector  por qué el ácido del diablo provoca quemaduras tan horrorosas. Los productos químicos limpiadores de cañerías de desagüe y de inodoros se preparan a base de una mezcla de hidróxido de potasio (sosa cáustica) + hipoclorito de sodio + hidróxido de sodio y algunos elementos sulfurosos. El hipoclorito de sodio es un potente blanqueador pero los demás componentes son elementos muy irritantes para la piel ya que el pH de ésta va de 4.50 a 5.50,  pero el pH del ácido del diablo es de 10.50, o sea, que es muy alcalino y por eso  provoca lisis o destrucción de piel, músculos y tegumentos por quemaduras químicas terribles y muy dolorosas.

Sin embargo, los criminales con la intención de causar una lesión aun mayor a su víctima, con frecuencia le añaden amoniaco a la mezcla y también cloro y un poco de ácido sulfúrico con lo que su pH sube a 12.60, y como ahora contiene cloro, pues éste reacciona con los hidróxidos produciendo “cloramina”, una sustancia severamente quemante e irritante de la piel y músculos por lo que literalmente la víctima es desollada viva  Así, cuando le tiran encima a una persona media botella de ácido del diablo, la cantidad de calor que se libera y la profunda quemadura química y  dolor provocados hace que la victima sienta que arde en el mismo infierno del que nos habla la Biblia.

Jacques Lacan (1901-1981), psiquiatra y filósofo francés, dice en su obra Introducción teórica a las funciones del psicoanálisis y que luego transcribe en La familia lo que sigue: “El crimen ni el criminal pueden concebirse por fuera de su referencia sociológica”. Con dicha frase intenta explicarnos que el niño, varón o hembra al crecer,  pone en práctica toda conducta explícita o implícita ejecutada o instrumentada por papá, mamá, tías, hermanos mayores y abuelos; esto significa que ellos tomarán como un modelamiento a su alcance otros comportamientos de recirculación histórica en la sociedad que los rodea. Es decir que aunque no queramos interiorizar que el criminal frecuentemente utiliza como modelo de comportamiento los mismos instrumentos que han utilizado otros miembros de la sociedad, lo cierto es que a medida que crece y alcanza la adolescencia y la adultez joven, sus percepciones, actitudes y sentimientos tienden a reciclar los mismos módulos que observa en el resto de la familia y en la sociedad.

Si una adolescente de 14, 15 o de 17 años es criada en un hogar donde el padre tiene un comportamiento agresivo y despreocupado con ella y con la madre y donde una hermana mayor se mudó cuando apenas tenía 15 con un hombre mayor de 30, quién sabe si por razones de pobreza o violencia o para huir de los manoseos e insinuaciones de un tío,  del padre o del marido de la hermana o  de la madre, pues esa clase de ambiente sin duda la presionará para salir de casa y unirse a un hombre cuyos antecedentes ella desconoce. Una jovencita de esa edad, a pesar del grado de  afectotimia [mostrarse una persona cariñosa, afectuosa y de buen talante con abuelos, tías, sus padres, hermanos y con los particulares] hacia su mamá y hermanos, no lo pensará dos veces abandonar su hogar materno a petición  de un rufián que le prometió llenarle el closet de ropa moderna y hasta de marca y darle una vida marital jubilosa con visitas frecuentes a discotecas y a  hoteles de playa.

Dado  que muchas adolescentes tienden a creer que en la vida marital se puede hacer lo mismo que hizo Beethoven, que de un aria de la ópera  Fidelio hizo trece versiones distintas, pues imaginan que basta con que ellas busquen una nueva versión de hombre que dejaron.  Se separan de él y “en menos de lo que pestaña un pollo”, se guillan con otro similar al primero. Como el macho de nuestros barrios y pueblos a pesar de ser  muy territorial, no puede atacar a todos los machos que andan detrás de su hembra, pues entonces  castiga a su hembra, no matándola físicamente de un balazo o diez puñaladas, si no desollándola viva y desfigurándola para que nunca más sea atractiva para otros hombres. Y para eso, tiene a mano el ácido del diablo.

Ya lo dije una vez y lo reitero ahora, esos hechos tan repugnantes no quedan bloqueados con solo modificar el Código Civil donde se consigne la prohibición  del matrimonio infantil y se persigan las uniones maritales con jovencitas menores de los 18 años. Ayudaría mucho en la consecución de ese objetivo, desarrollar programas dirigidos a disminuir la tensión en las familias y el grado se inseguridad o de acoso que sienten miles de jovencitas en sus  hogares. Si una jovencita “no encaja” en su casa, tal vez la causa sea ver a su padre sin trabajo, borracho o en prisión, o ver a su madre angustiada o aburrida ante las necesidades económicas.