Hace muchos años vino a visitarme un gran amigo, excura, a quien me unían sólidos lazos de amistad. Conversamos sobre muchos tópicos, entre ellos, sobre el matrimonio. Él me decía que el matrimonio como tal era un fracaso, (ya estaba en su segundo). Analizamos y vimos que las estadísticas nos decían que habían más divorcios que matrimonios.
Actualmente es más común ver a los jóvenes emanciparse y mudarse juntos a un apartamento y parece que si la convivencia no funciona, cada cual por su lado y “si te he visto no me acuerdo”.
Hace unas cuantas semanas Bill Gate, quien es una persona tan famosa que ha estado casado por veinte y tantos años, junto a la esposa, han decidido ponerle fin a su matrimonio.
En Argentina también todos los periódicos y programas de televisión hablaban sobre el divorcio de un presentador de cincuenta y un años, con veinte y tantos de matrimonio, éste se ha ido a pique y terminado en divorcio.
He estado haciendo un sondeo entre personas divorciadas y hay un buen número que pasa de los veinte años de casados y hasta treinta, pero a pesar de ese tiempo de convivencia, decidieron separarse.
Es que el amor acaba y… la pasión también.
Los comienzos son maravillosos, hasta el sonido de un ronquido resulta música para los oídos. El chascarse los dedos es una gracia. El tirar la toalla al suelo luego de bañarse es una comiquería, el no levantar la tapa del inodoro y hacer lo que se dice un desastre, es un acto infantil. Eso a principio… Cuando pasan los años, hasta una simple mirada resulta incómoda, un granito de arroz tirado al suelo es falta de educación doméstica. Dejar los zapatos fuera de lugar, es falta de costumbre, en fin, todo lo que fue bonito, se convierte en una tragedia.
Pero recuerdo que en una ocasión alguien decía que cuando un hombre se quiere divorciar, la mujer es vieja, es gorda, no sabe cocinar, es sucia, no se ocupa de la casa, es más, cualquier defecto real o inventado es poco para justificar el quiebre.
He visto matrimonios de pocos años y también de muchos que han decidido poner fin a la convivencia. Generalmente la mujer decide terminar, pero es cuando ya no aguanta más.
Hay también muchos matrimonios duraderos, pero si los analizamos, no están sujetos por ese amor que los unió en un principio. Muchas veces es la costumbre. Lo que queda es un amor fraterno y eso no es el matrimonio.
Una de las causas principales de divorcios es la infidelidad. En nuestro país la masculina es casi un trofeo. Éstas son el pan nuestro de cada día, se conocen y se callan. Pero si las masculinas son muchas, las femeninas son incontables.
Como las masculinas son conocidas, si la mujer tolera y el hombre no decide alzar el vuelo, la convivencia sigue. Pero si son femeninas, éstas son bien escondidas, estudiadas y hacen que el matrimonio perdure por un tiempo más, hasta cuando ella quiera.
Leí en un periódico chileno que una reconocida empresaria, en una entrevista decía que ha tenido un novio por unos dieciocho años “de puertas hacia afuera” que solo iba los fines de semana y no se quedaba a dormir. Ella con un divorcio, una viudez y tres hijos mayores. Todos muy felices. Parece que la convivencia es la que hace que todo acabe. Las relaciones ocasionales y sin compromiso son las que duran, pero creo éstas están basadas en la pasión no en los sentimientos profundos que hemos visto son muy efímeros.
Pero hay otro amor que perdura como decía el escritor y poeta Manuel Mora Serrano en un interesante artículo en este mismo medio, es el “platónico”, que si llega a materializarse, desaparece.
Dice el compositor español Manuel Alejandro: “Se nos rompió el amor de tanto usarlo. Que las cosas tan hermosas duran poco y que jamás duró una flor dos primaveras”.