Ese es el título de un artículo de mí autoría publicado en este diario el 29 de marzo de 2015, en el que tratamos de prevenir a la Policía y todo el pueblo sobre la pérdida de autoridad de nuestros agentes. Y que los delincuentes les perdieron el miedo a los policías a tal punto que tenían la osadía de salir a cazar agentes para robarles su arma de reglamento.
Nuestra idea fue prevenir mediante varios artículos, pero la Jefatura de entonces dirigida por el mayor general Manuel Elpidio Castro Castillo reaccionó con la negación de todo y repetía la mentira más manida de todas las mentiras: “la PN tiene todo bajo control”.
Expliqué que sentía lástima porque mientras se empeñaban en mentir diciendo que tienen el control de la seguridad ciudadana, no pasaba una o dos semanas sin que se ofreciera la triste noticia sobre el asesinato (o heridas) de uno, dos, tres policías o guardias.
Repito textualmente algunas de las cosas que escribí en ese momento: “Lo preocupante es que de la forma alarmante se pone de moda agredir, asesinar a los agentes y la sociedad permanece tranquila como si fuera algo normal. A los lectores que saquen la cuenta desde un tiempo hacia acá (y a partir de hora) sobre la frecuencia con que los delincuentes asesinan a los agentes de forma “natural”. ¿Por qué ocurre esto? Pues está más que demostrado que aquí nadie está seguro: Ni ricos, pobres, policías, empresarios, periodistas…
La prensa registra frecuentemente el asesinato de guardias y policías por dos razones: Por la inseguridad en sentido general y porque, como dice la fiscal Yeni Berenice, en el 90% de los hechos delictivos están involucrados miembros de la Policía u otras agencias de seguridad. Se da el caso de que son delincuentes persiguiendo delincuentes. ¿Cómo reaccionan las pandillas cuando se enfrentan a policías que ellos saben que son tan o más malhechores que ellos?
Lo peor es que nadie ve que el gobierno invierte poco en seguridad ciudadana. Es menester que el gobierno entienda que la inversión en seguridad es tan vital como educación y salud. Un pueblo no puede vivir sin el sosiego de la seguridad. Los turistas no visitan un país inseguro.
No basta con cambiar los jefes de policía cuando se “calientan” por violaciones a los Derechos Humanos o incurren en acciones escandalosas. Estos no son el problema, son parte del problema en una estructura donde todo el mundo “se la va a buscar”. Lo que menos importa es el servicio a los ciudadanos o el mísero salario de un policía. La mejor receta para frenar la corrupción es refundar la Policía, mejorando la condición de sus miembros, estos dan a la sociedad lo que recibe de ella”.