Hay un show de televisión muy famoso que se llama MasterChef, según la información en su página, ha sido producido en más de 50 países, y transmitido en más de 200 territorios en todo el mundo y cuenta con alrededor de 250 millones de televidentes.  Confieso que yo me enteré hace muy poquito de su existencia, porque mi hijo River entró a trabajar en el área de edición. Siempre me había parecido “medio loco” que las personas miraran programas de concursos, pero si a esto se agregaba que fuesen concursos de cocina, mucho más; me decía “pero mínimo se creen que están salvando al mundo”.

Darle seguimiento a esta edición nacional me permitió entender que este tipo de actividades genera, construye y aporta. En todos los lugares que el programa tiene audiencia ya saben que existe un país llamado República Dominicana. Y además la producción internacional certifica que escogen un lugar si tiene el potencial necesario en talento, bellezas naturales, historia y gastronomía de primer nivel, para que fuese posible hacer un trabajo de calidad. 

Estas últimas semanas todos los domingos a las 8pm., en casa hubo “toque de queda” y cada episodio fue de emoción, aprendizaje y mucho disfrute. Casi lloré tanto como el Chef Stassi, hubo muy pocos episodios en el que no derramó sus lagrimitas. Podría hablar aquí de todos los aspectos que identificábamos que deberían fortalecerse, pero estoy segura de que quienes producen el programa tienen claridad sobre sus oportunidades de mejora; Así que me centro en contarles mis impresiones sobre el show en el país. Me encantó que, no solo se ocupa de mostrarte como un grupo de cocineros-as sin escuela, en poco tiempo evolucionan aprenden de alta cocina; sino que propician que salgan las “personalidades” de cada participante (no necesariamente siempre agradables), o quizás, más bien los “personajes” que cada quien ha creado para la ocasión; aunque en momentos de tensión les “brotara” lo que realmente estaban sintiendo o pensando. 

Situaciones chistosas, alegres, de enfado, tristes, que se encargaban de mantener a la audiencia muy divertida. Ejemplos: una participante, en un momento de enojo, de forma peyorativa “acusó” de “maricón” a otro participante abiertamente homosexual; y que, además, vivía haciendo rabietas frente a la cámara; una señora que no había forma de que al cocinar pudiera dejar de lado los plátanos, aunque el jurado se lo advirtiera una y otra vez, en ella el “Plátano Power” entronizado al máximo. Otra que casi siempre estaba “nerviosa” o llorando, y que en un acto de “bondad” o “pendejada” le dieron la oportunidad de “salvarse” hasta el próximo episodio y prefirió escoger a otra persona del grupo ¿en serio?; otro que le asignaron cocinar jaiba, y en una terquedad irracional probó el plato a pesar de que sabía que es alérgico. En fin, un entramado espontáneo y creado para lograr equilibrio en el grupo participante.

Sobre las características de quienes participan he leído comentarios de programas realizados en otros países, en el sentido siguiente: “Eso es planificado, estudian a cada quien antes de escogerlo y deciden tomando en cuenta sus personalidades y origen, no solo que sepan cocinar”; como si esto fuese algo negativo; a mí me parece una muy buena estrategia para lograr crear el clima de entusiasmo y pluralidad. Una mezcla de personas que incluyó chofer, niñera, estudiantes, artistas, profesionales universitarios; gente que se notaba de muy bajos ingresos económicos, gente que se notaba de ingreso medio- alto, y una amplia diversidad generacional. Todo el mundo cocinando, sometido a la misma presión, a las mismas reglas y sus platos les permitían seguir o salir de la competencia.

El domingo fue el último episodio de la primera temporada, estaba supuesto a ser entre dos participantes, pero escogieron tres. Dos mujeres fabulosas, que cada semana mostraron su pasión por cocinar Nikol Morillo y Gina Vicini, y un hombre joven, cuyos platos siempre me impresionaron, Keily Busby, el era mi favorito, pero realizó algunos comentarios “alegando” que un tramo de la competencia ganado por Gina, había sido porque “ta´ buena” y no, porque ella fue la mejor. Así que dejó de gustarme tanto.

Ganó Nikol Morillo, con sus 22 añitos, y su inquebrantable decisión de triunfar. Trabajó duro y creaba historias para sus platos, así que no solamente cocinaba, sino que establecía un concepto y lo desarrollaba. Lo hizo bien, me encanta que ganara, y que sea una chica tan joven. Nikol Morillo, MasterChef RD, felicidades. Y en ti a toda la producción.