Para entrar en algunos supermercados, el muchacho te pide el uso de mascarilla. Su entrenamiento ha sido correcto. Como si te defendiera de algo –y así debe ser, te defiende del virus–, le pone un stop a la gente en la puerta del establecimiento. En un momento, las filas en los supermercados eran muy largas. Lo mismo ha ocurrido con la asistencia a los locales financieros.
Obviamente que nadie llevaba la novela de Camus, –La peste, de 1947 en Gallimard– en la mano. La fila se hacía enorme. Concentrada en su diligencia, la gente no comentaba las últimas noticias. Se limitaba a abastecerse de los productos necesarios, entre ellos cualquier desinfectante y artículos de limpieza para la casa.
Ahora mi memoria recuerda que había leído la novela de Camus. Era 1992 y recuerdo haber visto que no era muy larga. Si una persona la hubiera tenido en la mano, se le habría tenido que decir algo referente al título o a su tema: una plaga en Argel, pero más que todo su notable carácter existencialista que gusta a muchos. Era cierto que las ventas de la novela se habían disparado como pan caliente. Sin embargo, las mascarillas le impiden a todo el mundo tener conversaciones profundas. De hecho casi nadie habla en el supermercado. Si vas a buscar un Pinot Noir, entonces le preguntas a alguien, pero en sentido esencial, las compras son silenciosas. Sí, en el pasillo quinto. Gracias.
Alguien me hubiera preguntado: “si mi hermano, pero cuándo encontrarán la vacuna?”. La respuesta era algo incierta. Los laboratorios tienen que trabajar y eso consume tiempo. En algún momento, Fox News había dicho que costaría al menos 18 meses encontrar una vacuna para la humanidad.
Con los celulares usados en todo momento, todo el mundo está hiperinformado. No solo los memes corren por las redes, sino que información que podemos considerar importante. Por ejemplo: en un artículo del periódico El País –de España–, salía la explicación: el cuerpo humano tiene para su defensa a los linfocitos, a los macrófagos y a la inmunoglobulina. De no tener fortaleza en estos tres acápites, la debilidad sería propicia para que el virus hiciera de las suyas. En videos de las redes, se le ha recetado a la gente de todo: gárgaras de sal, bicarbonato y limón. Nada de eso está avalado por la ciencia.
Lo que le había pasado a Néstor Forster era algo de indicar: en la fiesta de la novia del hijo de Trump –la chica se llama Kimberly Ann Guilfoyle, es periodista y ha trabajado en The Five en Fox News–, se había bailado y este funcionario había dado positivo a la prueba. No hemos vuelto a tener noticia de ese funcionario pero debió haberse recuperado porque de lo contrario se hubiera dicho.
En aquella época, Trump había dicho que todo estaba bajo control. Hoy tengo a mano una cifra que deja a la gente estupefacta: 19,000 contagiados en Florida. Las declaraciones de Mike Pence –de hace ya más de un mes–, tenían un carácter premonitorio. El vicepresidente norteamericano había escrito sobre la precaución y la manera en que los ciudadanos de las ciudades norteamericanas debían enfrentar el virus que estaba en su etapa inicial.
Trump ha dicho recientemente que no se lo interpretó de manera correcta –habría utilizado un sarcasmo–, cuando habló del uso del detergente. Había dicho que había que investigar cómo era el asunto de que un detergente podía matar el virus, para que asimismo lo matara –el detergente–, dentro del cuerpo, a lo que los médicos –lo mismo que las empresas productoras–, respondieron que no estaba en lo correcto. Luego Trump se desmintió con varios tuits altamente difundidos.
“Todo está bajo control”, podrían decir los organismos encargados de la administración del delicado proceso. No podemos esperar a que el laboratorio en Estados Unidos –se trata de Johnson and Johnson, con oficinas centrales en New Brunswick, New Jersey–, dé la buena nueva a la humanidad de haber hallado una vacuna. Hay que trabajar día a día con lo que existe, y ya vamos por 6,000 casos.
Se requería el uso de mascarilla, y el uso de guantes para entrar a comprar a los súpers. El muchacho de la entrada, al verte sin mascarilla, podría decirte: “mascarilla, por favor”.
Los que entran al supermercado no tienen interés de sacarle la alfombra al gobierno con relación al manejo de la crisis. En todo caso, algunos sí argumentan que se necesita más información sobre la expansión del virus por todo nuestro territorio. No solo datos, sino planes.