El patriotismo y el patrioterismo no son – siempre es bueno recalcarlo – la misma cosa. Mientras uno es el amor a la Patria, el otro es el odio a las de los demás. Mientras uno es una virtud, el otro es un vicio. Y a pesar de que ambos son sentimientos, sus efectos no pueden ser más distintos: uno refuerza la razón y el otro la nubla. Dice san Agustín: “Ama y haz lo que quieras. El amor es una raíz de la cual solo puede brotar el bien”. Y Maya Angelou: “El odio ha causado muchos problemas en el mundo, pero hasta ahora no ha resuelto ninguno”.

Comparto estas reflexiones luego de haber leído la nota de prensa en la que nuestra embajada en Bélgica condena la agresión racista de que fue victima un joven dominicano. Y, sobre todo, luego de haber escuchado los argumentos patrioteros de un buen amigo (los que no comparto, pero agradezco, pues son fuentes frecuentes de mis artículos semanales).

Resumo los hechos: un joven dominicano, luego de haber sido objeto de los insultos raciales de dos mujeres, fue empujado por un hombre a las vías del tren. Resumo los argumentos de mi amigo: en calidad de naturalizado belga, debo pedir excusas por esta agresión; Juan Bolívar Díaz debe protestar por esta agresión, de igual manera que protesta- según mi amigo – por los abusos de que son víctima los ciudadanos haitianos; a los agresores no les pasará nada…Dicho sea de paso, no hay manera de que entienda de que tiene todo el derecho de reclamar a dicho periodista si entiende que su conducta es reprochable (lo cual no comparto)…

No diré que el odio anima a mi amigo; sin embargo, es evidente que alberga sentimientos que interfieren con su capacidad de razonar. En primer lugar, parece que denunciar el odio es en algunos casos una virtud (si sus victimas son dominicanos) y un pecado (si sus victimas son haitianos). Esta es una muestra evidente de chovinismo. Y de incongruencia, si se toma en cuenta que quien emite estos juicios emigró a los Estados Unidos y que, a pesar de su condición de extranjero, defiende con dientes y uñas las políticas xenófobas de Donald Trump.

Otro ejemplo de interferencia emocional es el pretender que los belgas – incluyendo a quien esto escribe – debe pedir perdón por el acto de estos tres antisociales. Siguiendo estos argumentos, los dominicanos todos debemos pedir perdón por los crímenes de la pandilla “Los Trinitarios” – ¡Vaya afrenta a Duarte! – que asesinan y trafican con drogas en Madrid. La razón dice que debemos dividir la humanidad en buenos y malos. La pasión dice que debemos dividir la humanidad en nacionalidades. Que es preferible a un Félix Bautista criollo que a una Madre Teresa albanesa.

El fanatismo impide entender que se pueda amar, al mismo tiempo, a la patria en la que he nacido y la patria en la que seguramente moriré. Que nada tiene de malo en que me sienta humano primero y dominicano después (belga no me sentiré nunca, aunque ame a Bélgica y tenga una cédula belga). El fanatismo pretende que por el crimen de tres malvados deben pagar once millones de belgas, en su mayoría respetuosos del prójimo.

El fanatismo desecha de un desdeñoso gesto de la mano, el que el odio no tiene fronteras. Y el que, luego de casi dos décadas de ausencia, me siga doliendo el triste destino de nuestro país, como lo atestigua el que la mayoría de mis dos centenares de artículos semanales se refieran al mismo.

El fanatismo se basa, sobre todo, en la ignorancia. Porque pasa por alto el que multitud de funcionarios belgas hayan condenado el hecho. El que algunos de los agresores estaban drogados y borrachos. El que el jefe de la estación donde tuvo lugar la agresión detuvo el tránsito, habida cuenta del riesgo que corría el joven y que dicha acción, sensata y responsable, perturbó los horarios de los trenes de la región. El que el mismo jefe de estación, que seguramente no es ni mulato ni extranjero, fue objeto de un trompón en plena cara del antisocial en cuestión. El que el mismo estuviera en libertad bajo fianza. El que un juez de instrucción dictaminara su encarcelación por al menos un mes y lo sometiera por crímenes racistas. El fanatismo es, en definitiva, una manifestación de pereza intelectual.

La embajada dominicana actuó de manera rápida, eficaz y correcta, y por ello hay que felicitarla. Me llamó la atención, sin embargo, el que se refiriera a los agresores como a “ciudadanos belgas”. Porque, aunque de buena fe, cayó en cierto modo en el error de pensamiento sobre el que escribo. Porque llamar ciudadanos a estos facinerosos es una afrenta a los verdaderos ciudadanos (recordemos que tanto ciudadano como cívico provienen de la misma etimología). Y sobre todo porque la nacionalidad de estos es completamente irrelevante. En ninguno de los artículos que leí se menciona el origen del agredido. Lo esencial es que unos individuos agredieron a otro por el simple color de su piel. Me llamó la atención ya que el actual embajador es un reputado periodista. Pero, repito, su actuación ha sido correcta y este es una consideración meramente intelectual.

Resulta irónico que la embajada agradezca su intervención en el caso al ministro del interior Theo Francken. Aun si en este caso hubiese actuado correctamente, su actitud frente a los extranjeros, así como la del partido al que pertenece es ambigua en el mejor de los casos o belicosa en el peor. Por principios, lo hubiese hecho. Repito, esta es solo mi opinión.

Concluyo argumentando que la razón es el más importante atributo de la humanidad. Que la materia gris es la cúspide del proceso que empezó con el Big Bang hace trece mil millones de años. Y que la misma debe primar sobre el cerebro reptil del que surge el odio y la agresividad. Y poco importa si se trata de dominicanos, belgas, argentinos o croatas.