Este viaje de retorno al lugar donde pasé más de 30 años de trabajo de campo me permitió también confrontar tendencias en el lugar donde pasé tanto tiempo focalizado y aprendiendo de poblaciones marginales como las que vive en los bateyes, sus formas y modos de vida.

Cuando los investigadores retornan a su lugar de trabajo encuentran muchas cosas que cambian o que no siguieron el camino que se pensó podían condicionar estos cambios producidos. No solo cambian los espacios urbanos y su arquitectura, también las mentalidades, las estructuras familiares, los referentes culturales, las creencias y la cotidianidad de sus pobladores.

Una de las cosas que me ha impactado ha sido el cambio del espacio: vías o calles, callejones, espacios públicos, viviendas, pues encontré un achicamiento de los espacios, de la comunidad que llamé en el escrito anterior arrinconamiento. Es obvio que el terreno adquiere cada vez más valor al poblarse de nuevos habitantes y estrecharse las zonas de expansión del batey dado que en sus inicios el territorio es del estado administrado por el CEA. Al cambiar la relación de importancia del azúcar en la economía dominicana, el batey como unidad habitacional perdió interés, protagonismo y por supuesto esto hizo que cambiara su propia naturaleza.

Por eso explico cómo me parecía estrecho todo lo que en un momento vi como espacioso, distante un lugar de otro, aireado su ocupación humana. Los trazados de calles solo funcionan con una calle principal el resto sigue desordenado y su ocupación territorial aglomerada y sin regulación, que es finalmente lo que denomino un estrechamiento del espacio. El espacio es el mismo, y la cantidad de gente que cada vez se aglomera en sus lugares y sin poder expandirse por el control de sus tierras aledañas, lo cual arrabaliza la comunidad.

Tan importante es el suelo que ya su parte este, deshabitada por mucho tiempo y solo había una finca que bordeaba el mar Caribe y su bella playa, hoy es un complejo turístico que creó de inmediato una barrera para separar una ocupación territorial de la otra.

Luego vemos que todo el entorno del lugar ha adquirido un valor en bienes raíces y por tanto, cada vez más quedan los primeros habitantes cercados por el capital y el desarrollo que los margina y los excluye quedando aislados del mundo, del beneficio del progreso y crea un ghetto, no una comunidad rural informal.

Es innegable la presencia de múltiples religiones cristianas que hacen vida en la comunidad en competencia con el vudú. El catolicismo ha tenido poco interés en hacer expansivo a ellos el mensaje divino, bajo la creencia de que en el batey dominaba el vudú y de vez en cuando pasaba un sacerdote de la iglesia católica para impartir una misa, a veces a hasta tres meses después volvía el cura.

Esta visión no acompañó a los cristianos y sus diferentes cultos, que se hicieron presentes en el batey y hoy comparten el mundo sagrado con el vudú y creyentes católicos, que los hay. Conocemos de antiguos practicantes del vudú que han terminado en estos cultos protestantes por múltiples razones, sea por convicción propia o por la militancia de sus promotores y las facilidades económicas que brinda. Lo cierto es que el cuadro sagrado ha cambiado en estos últimos años en la comunidad del Soco.

El trasiego migratorio de los residentes de los bateyes hoy es más intenso que antes. Varias causas lo explican, por un lado, al perder hegemonía el ingenio, la gente ha buscado otros medios de vida, entre ellos la construcción, la pesca, la pequeña agricultura y he notado en el caso del Soco, la cantidad de gente que trabaja en el hotel vecino, lo cual ha modificado la naturaleza de su mano de obra y de las fuentes de subsistencia de la comunidad.

Esta circularidad poblacional en el batey implica desarticular sus estructuras y formas culturales pues ese movimiento poblacional no permite crear redes sociales, relaciones primarias y de las estructuras mentales producto de las prácticas sociales reiteradas, que es la que crea una cultura propia al batey.

No obstante, quedan los residuos de sus antiguos hábitos culturales y su confrontación con las formas modernas. Chichí mi informante, mantiene su altar, hace consulta y celebra sus ceremonias rituales relacionadas con el culto. Combina para sobrevivir su trabajo con la pesca y la estrechez alimentaria y de circulantes y de bienes de consumo que ha hecho del batey hoy un lugar de amontonamiento de gente, pues no tiene como otras comunidades rurales nuestras, en este caso a la agricultura como estímulo de trabajo o apoyo, aunque en este caso en el batey el Soco, sobreviven dos nuevas formas alternas: la pesca y el hotel turístico generador de fuentes de trabajo.

Al decir de nuestro informante, no quiere compromisos con el gagá pues se ha convertido en una actividad muy violenta y ya no solo es necesario poseer dominios espirituales, liderazgo y poder de convocatoria, sino también controlar los desórdenes que dicen se produce y que prefiere no asumir su convocatoria.

En una ocasión fue tan fuerte el gagá que el batey el Soco llegó a tener dos, algo conflictivo y que rompía la tradición, pues supone dos liderazgos sagrados confrontados a través de esta manifestación socioreligiosa que opone las fuerzas del bien y las fuerzas del mal. Entiendo a Chichí cuando prefiere alejarse de la tradición, pues es el gagá el más complejo de los cultos de la religiosidad popular, pero con un enmarañado tejido místico y ritual, además de secular.

Andrés Molina, físico y matemático, profesor universitario y gran intelectual amigo y acompañante en mis travesías, me decía que siguió visitando al batey, que le ataban vínculos primarios como dice Chichí, informante que ha sobrevivido a la desnudez socioeconómica que le acompaña en su diario vivir.

No se trata de establecer parangones paradigmáticos sobre la verdad y las cosmogonías que nos diferencian, quizás lo más provechoso en todo este trajinar de más de 30 años es comprobar con el tiempo cómo siguen los apegos a creencias, cómo se confrontan las ideas, los modelos, las oponibilidades de mundos y cosmogonías y cómo la gente recurre a sus referentes culturales como mecanismo de reproducción social.

Andrés Molina, es racionalista y lógico en su pensamiento y sensible, humanista y humilde en su grandeza interior, por eso estas visitas a ese destino, nos construyó familiaridades, afectos, racionalidades y flexibilidades, que a la larga nos hicieron más humanistas en la búsqueda de la verdad…que tampoco es absoluta y creo, con riesgo de equivocarme, que estos viajes a ese destino incierto y surrealista, contribuyó a nuestra calidad como seres humanos.

Volver cada cierto tiempo al lugar de trabajo es bueno porque te puede confirmar hipótesis, cuestionar otras o readecuarla. Otras reflexiones podrían venir luego de meditar con sentido crítico, todo lo que allí estudié, experimenté y construí, por eso volver es renacer para repensar, para redescubrirme, para redescubrirlos, para reafirmarme cada vez, en cada experiencia, en cada visita nueva.