¿Por dónde empezamos? ¿Qué les puedo decir que ustedes no sepan?
Las mujeres hemos demostrado que ganamos elecciones, que hacemos un buen ejercicio de la gobernanza, que eficientizamos la inversión, manejamos con mayor transparencia los recursos, pero aun así, en la arena electoral ganar elecciones sigue siendo un desafío para las que participamos en el ejercicio político partidista.
A 78 años de lograr el derecho constitucional de elegir y ser elegidas, las dominicanas seguimos viviendo una subrepresentación en los espacios de elección popular, que no se corresponde con los datos demográficos.
En las pasadas elecciones municipales, estrenamos la ley de partidos y ley electoral, que abrazan de manera explícita el principio de la igualdad expresado en el artículo 39 de la Constitución, al establecer ambas que la representatividad para hombres y mujeres se verificará conel mínimo del 40% y la máxima del 60% en las listas que los partidos han de presentar en las posiciones de elección plurinominales.
Pero, aun vigentes ambas legislaciones, se repite lo que siempre he afirmado: una cuota o una ley que contenga una medida afirmativa a favor de las mujeres no es la zona de confort.
En mi lucha por la igualdad de género, hace un tiempo entendí que no basta con lograr reformas a las leyes pues el sistema legal estructurado es una mesa de tres patas donde la reforma es una, la cultura es otra, y las personas que administran los procesos conforman la otra. Hasta que la mesa no tenga las tres patas al mismo nivel, las aristas de las desigualdades en vez de cerrar, se abren más en el tiempo.
Todos los partidos del sistema han intentado burlar las disposiciones legales en este proceso. Iniciaron poniéndole en el congreso un rabo mal pegado al artículo 36 de la ley electoral; esgrimieron banales argumentos tradicionales como la fábula de que no hay mujeres para ocupar tantas posiciones, alegaron que las mujeres no tienen condiciones, y hasta llegaron a decir que la igualdad perjudicaría las boletas de los partidos.
Al final tuvo una mujer, anónima como las tantas valientes y atrevidas que luchan por sus derechos, decidió elevar una instancia al Tribunal Superior Electoral solicitando que se le resguardaran sus derechos como precandidata. Gracias a ella el TSE decidió que el 40-60 debería aplicarse territorialmente, beneficiando a todas las demás candidatas, y aun así, si revisan la publicación de la JCE, verán que los partidos en algunas circunscripciones no cumplen la representatividad del 40-60.
Hoy tenemos dos boletas, senatorial y de diputados, para elegir y en ellas hay 22 partidos que presentan a 764 mujeres candidatas, que conforman la representación de la participación femenina a cargos de elección popular. No importa a qué parcela política pertenezcan, sus barreras, limitaciones y obstáculos son los mismos en la carrera electoral.
Cada provincia tiene sus candidatas que han construido sus caminos y depositado sus sueños en la esperanza de un ejercicio político diferenciado, más cercano a la gente, más solidario y con mejor capacidad de resiliencia, un espacio donde se feminiza la política con valores basados en la solidaridad, el respeto, la rendición de cuentas y, por qué no decirlo, un ejercicio político basado en el AMOR, para construir una cultura de paz e igualdad para todos y todas.
Ganar esas curules es su meta el 5 de julio, y no es un camino fácil cuando vivimos en un sistema clientelar, donde la cultura del “dame lo mío” es la que prima en la voluntad de muchos votantes, por lo que ejercer el sagrado derecho a elegir y ser elegida es un reto mayor para las mujeres dominicanas, que reciben menos financiamiento y apoyos para su logística de campaña.
Los partidos políticos, instituciones dirigidas mayoritariamente por hombres, manejan recursos económicos que distribuyen de manera inequitativa, pues apuestan y apoyan más a sus congéneres que a las mujeres candidatas, y en este proceso vuelve a ponerse de manifiesto la desigualdad.
Con creatividad, ellas generan su propio sistema de financiamiento y en la actual coyuntura la “covidianidad” les golpea, pues limita su ejercicio de tratar cara a cara con sus electores o de buscar la sororidad necesaria para encadenar votos para el día D.
Es importante destacar que los tres principales partidos llevan mujeres como candidatas a la vicepresidencia, lo cual se está asumiendo como parte de la cultura nacional por la carrera electoral a la presidencia. Y es un buen referente, pues va allanando el camino para vencer el gran desafío de que pronto una mujer sea candidata a la presidencia por uno de esos partidos mayoritarios.
Definitivamente que el proceso de reclutamiento, selección y nominación dentro de las organizaciones políticas es primordial para asegurar contiendas electorales balanceadas en términos de género. La manera en que cada partido establece sus mecanismos de postulación y, al mismo tiempo, cumple con los requerimientos legales establecidos, determina en gran medida la brecha de género entre las candidaturas.
En este contexto, los partidos determinan la oferta electoral que presentarán a la ciudadanía y, consecuentemente, son instrumentales para definir el mapa de la participación y representación de las mujeres.
Soy una convencida de que la estrategia para lograr que más mujeres ocupen posiciones de poder es PARTICIPAR, por eso quiero hacer un reconocimiento público a esas 764 mujeres que se han atrevido a presentarse como candidatas a Senadoras y Diputadas, su coraje, su decisión y su compromiso político las hace merecedoras de recibir el apoyo de las mujeres que simpatizan o militan en sus respectivos partidos políticos y de la sociedad toda.