Luego de miles de críticas durante varios años sobre el inicio simultáneo de la remodelación de 56 hospitales a lo largo de todo el país, por fin el Gobierno comienza a entregarlos, mediante la tradicional reinauguración.
Durante su entrega, el presidente Danilo Medina no oculta su satisfacción, mostrando entusiasmo por el logro de esa meta tan prometida, tan demandada y tan esperada por la opinión pública y más de un millón de familias pobres y vulnerables.
Se trata de una satisfacción como la que muestra una familia cuando finalmente recibe la casa nueva de sus sueños, o cuando logra remodelarla, y ampliar los ambientes, para mejorar el confort y la funcionalidad del hogar.
A principios de abril del 1984, me inicié en el área de la salud, como asesor en el IDSS, gracias a una iniciativa de la Dra. Ligia Lereoux, primera mujer en ocupar la dirección General del Instituto.
En los 34 años transcurridos desde entonces, he visto siete remodelaciones y equipamientos del Gautier, todas multimillonarias. Y lo mismo puedo decir, de la gran mayoría de los hospitales del IDSS y del Ministerio de Salud Pública.
Pero, salvo períodos luminosos y fugaces, como norma general, al cabo de unos meses, los resultados han vuelto a estar muy por debajo de las necesidades de la población. Y esto no solo lo digo yo, sino además, lo confirman los propios médicos y pacientes, y los indicadores sanitarios.
Con frecuencia, el personal y los medios de comunicación se han hecho eco de entregas de hospitales remodelados, sin el equipamiento necesario, y/o con vicios de construcción que limitan notablemente la capacidad de servicio. Ejemplo, actualmente, el emblemático Hospital Darío Contreras, presenta serias filtraciones.
El problema real no está en la sábana
A parte de estas deficiencias y vicios de construcción, los servicios públicos de salud adolecen de dos grandes limitaciones ancestrales, a las cuales todavía ningún gobierno ha decidido enfrentar: a) ausencia de autonomía y capacidad gerencial, y b) contratación desvinculada de la dedicación y al desempeño.
Ojalá las autoridades se decidan a enfrentar estos problemas reconociendo que la enfermedad no está en la sábana, y que es necesario evitar nuevos sepulcros blanqueados. No pretendo restarle importancia a las reinauguraciones, pero tengo el temor de que, al final del día, terminemos haciendo más de lo mismo. Ojala superemos esta práctica tan improductiva.
Entonces, ¿por qué, a pesar de estas inversiones multimillonarias recurrentes, el sector privado obtiene mayor aceptación, y mejores resultados, aún entre las familias más pobres? Sencillamente porque aplica modelos de contratación y de gestión más eficientes y cercanos a las necesidades de la población.
En el sector público tradicional, al poco tiempo el impacto de la remodelación, comienza a desvanecerse por los vicios de construcción y la falta de recursos y autonomía para aplicar una política de mantenimiento regular.
Y, además, tiende a decaer la calidad de la atención debido a la baja productividad, al ausentismo y a los paros, fruto de la prevalencia de una contratación que no incentiva la dedicación y el desempeño. Finalmente, la asignación de los recursos no en función de la demanda de la población, sino de criterios políticos ajenos a las preferencias de los pacientes.
En cambio, los hospitales de autogestión necesitan mayores ingresos. Ello explica un mayor cuidado de la infraestructura, sistemas modernos de atención a los usuarios, y sobre todo, contar con un personal más dedicado e incentivado hacia el logro de los objetivos y metas institucionales.