En una oportunidad compartiendo con Hilma Contreras en su casa de la Urbanización Jardines del Sur, en Santo Domingo, con un aliento exclamativo y doloroso me dijo: "A mí se me ha secado el alma de tanto llorar".

Al volver sobre la obra inédita de Hilma, he vuelto a  preguntarme ¿cuántos dolores y angustias llevó tras sus espaldas, en su alma y en su corazón, como una espartana, mi amiga Hilma, que nunca confesó abiertamente ni aún a los más cercanos.

Las amistades que conocía de ella, a las que más asiduamente visitaba y con las que compartía, me hacían señalamientos como éste: "Hilma siempre ha sido así, una mujer muy reservada; ni aún en los tiempos más difíciles esa mujer se deja vencer por nada. Es como su padre; su carácter lo heredó del doctor Contreras; ella lo quería mucho, lo idolatraba, pero nunca le perdonó que abandonara a sus hermanos con su madre en París, y los dejara solos. Tú no vas a lograr casi nada con ella; no pierdas tu tiempo, eres muy joven; pero ¿Por qué es que tú insistes y te interesas en una mujer como Hilma? A ella le gusta estar sola, no acepta visitas impuestas; sólo un sobrino la va a ver y a buscar cuando ella quiere ir a San Francisco de Macorís, donde  su hermana Rosa Julia (Contreras Castillo, 1919-2000). Te va a dar trabajo convencerla de lo quieres, te deseo suerte, muchacha. Recuerda, a ella le gusta vivir sola, es una mujer de pocos amigos, y de poco hablar; ha sido así siempre. Ni siquiera su mejor amiga, Aída Cartagena Portalatín (1918-1994), logra sacarla de su casa. Tú no ves que ella se retiró. Hilma se hastió del mundo hace muchos años; ese hombre que amó fue su desgracia; doña Juana, nunca iba a aceptar esos amoríos, y más con ese español… Pobre Hilma, a qué regreso a este país, pudiendo quedarse en Europa y desarrollar una carrera como escritora; es que la tierra de uno nos jala, a ella le pasó eso; vivía enamorada del Cibao, de su verdor… en eso fue demasiado romántica. Venir de la civilización a un pueblo atrasado, y del interior del país. Eso es un caso muy grande, pero ella lo soportó; por su madre hacía todo. Hilma vivió para su madre. Yo creo que doña Juana fue muy dura con ella".

Hilma Contreras y su madre Juana Castillo

La  madre de Hilma,  Doña Juana (Antonia) Contreras (1884-1987), falleció a los 101 años.

Quien así me hablaba, es su amiga la escritora Ana Quisqueya Sánchez (1925-2011), la única amiga que ella visitaba dos veces por mes, en su apartamento del Mirador Norte. Esta era una de sus salidas fijas. Tomaba un carro de "concho" en la Avenida Independencia, kilómetro 7,  subía la Avenida Winston Churchill, y luego daba un giro a la Avenida 27 de Febrero, hasta llegar a una calle próxima, desde donde caminaba una cuadra para ascender a este edificio enclavado en la segunda terraza de los arrecifes del Mirador. Allí, las dos amigas, degustaban una de sus bebidas favoritas: una copa de vino tinto,  o bien,  su predilecto aperitivo de Ponche Crema de Oro.

Mientras Hilma no daba riendas sueltas al presente (su presente), en ese tiempo que compartíamos,  Ana Quisqueya vivía  el presente y la actualidad. En su apartamento-estudio se mantenía pendiente a todo lo que acontecía: las estrellas de Hollywood, las mentiras y simulaciones de los políticos, las novelas brasileñas de temporada, los escritos de la periodista Ángela Peña,  el café que le llevada todas las tardes la vecina del segundo nivel, la tortura a la que la sometía un vecino insolente que parqueaba su vehículo debajo de la ventana de su habitación, y tenía en las madrugadas que exhalar contra su voluntad las emanaciones de dióxido de carbono cuando hacía el encendido del automóvil  para ir a su trabajo… en fin, Quisqueya, leía, y releía también…pero con un humor negro estupendo, mantenía con sus contertulios una deliciosa conversación, no sólo de añoranzas, sino de presente inmediato.

Ana Quisqueya fue una de mis primeras cómplices para el "rompecabezas Contreras": me daba acertijos, me insinuaba situaciones del pueblo de Hilma para que fuera armando mi historia; pero siempre me decía: "Si Hilma no te cuenta sus cosas, yo no tengo porque hacerlo; esa es su vida privada. Yo no me meto en eso".

El 14 de julio de 1944, Hilma Contreras escribía una descarga muy emotiva de un párrafo, que era un juicio tajante sobre su presente: "Yo vivo para el presente, esto es, para la juventud que me queda; ella [su madre] para el pasado y en cierta medida para el futuro, un futuro especial, de vejez acomodada bostezando en un escenario elegante. Yo estoy entre sus dos horizontes, un guión, una interrogación, algo descarriado, rebelde, que de su ascendencia sólo recuerda el hervor revolucionario que culminó en la Restauración, y mucho antes, el espíritu aventurero del tatarabuelo y no sé qué amores románticos y no muy santos que, en contadísimas noches, vienen a flor de labios censores en las veladas de la familia, y esto para atraer al buen camino alguna oveja, que por los síntomas,  no  anda muy bien orientada".

Conocer a través del Diario Íntimo (1941-1951) de Hilma Contreras cómo una mujer puede enaltecer la atracción pura  entre las almas, es lo que me ha conducido a reflexionar que más fuerte que el amor no hay nada, ni siquiera la fuerza de un terremoto.

Cuando ocurre el terremoto del domingo 4 agosto de 1946, Hilma se encontraba en la ciudad capital. Su natal San Francisco de Macorís fue prácticamente devastado; la  Iglesia Mayor, la Catedral Santa Ana, las casas republicanas, las viviendas de  mampostería,  las construcciones frágiles, los "bohíos", los caminos… estaban en ruinas.

El terremoto se produjo a las 12.55 de la tarde, tuvo una duración de un minuto, y una magnitud de 8.1 en la escala de Ritchter. La violenta sacudida sísmica  estremeció toda la región del Cibao; se sintió en Moca, Puerto Plata, Santiago, San Francisco de Macorís, además  en el sur y este del país. Hubo 16 réplicas ese día, siendo la más intensa a las 4.00 de la tarde.

La conmoción telúrica provocó "un ras de mar"; el mar penetró  aproximadamente dos kilómetros en la localidad costera de Matanzas, por unos 45 minutos, arrasando con las viviendas de maderas, borrando completamente esa próspera la villa agrícola. Sus pobladores huyeron en romería buscando auxilio, alimento, protección y abrigo hacia San Francisco de Macorís.

El periódico La Nación, del lunes 5 de agosto de 1946, en su página número 3, trajo como titular: "La República sufrió ayer los efectos de intensa sacudida sísmica",  relatando en la primera columna del cuerpo del artículo: "El más violento movimiento sísmico que se ha registrado en la República desde  hace un siglo ocurrió ayer aproximadamente a la una de la tarde variando de intensidad y duración en las distintas regiones del país".

Hilma, una fotógrafa aficionada desde su estancia en París como alumna del Instituto de Arqueología en la década del 30, nos legó dos instantáneas de los derrumbes de la Catedral Santa Ana, que acompañan a este artículo. Además de estas fotografías de nuestra escritora, solo se conoce de otra mujer que registró a través de una cámara Kodak  los estragos del terremoto, ella es: Fanny Schomheyt; datos que encontramos en una crónica del periódico La Nación del 12 de agosto de 1946, en su página número 3.

No obstante, a todas las noticias y cables que se difundían sobre el seísmo, Hilma se las arregló, y corrió hacia Santiago de los Caballeros, ciudad en la cual trabajaba su amante Segundo Serrano Poncela, testimonio que hallamos en su Diario Íntimo, y que presentamos como un texto inédito, único, con un gran valor indiscutible, ya que es uno de los pocos testimonios del terremoto que conocemos escrito por  una mujer, que sintetiza cómo mueve la fuerza del amor.

La fortaleza de temperamento que exhibía Hilma, su sonrisa de corazón alegre que mostraba  pocas veces, el arco de sus cejas, sus ojos llenos de luz, sus párpados enormes, y su mirada radiante, casualmente, expresada en fotografías de esa época, me cautivaron.

La foto de ella que más aprecio es una en la cual la escritora fue captada por el fotógrafo petromacorisano Atilano Sánchez. Está tan bella!, tan ella, tan serena, que llegué a decirle: "Esa es la foto que quiero que me regales; no sé pero hay en ti algo especial en el momento que te la tomaron. Me gusta, deseo conservarla. Tu belleza allí es impresionante. ¿Qué te sucedía entonces, en qué pensabas?" A lo cual ella me doy  por respuesta: -"Lo que pasa es que entonces era feliz".

Esta fotografía estaba colocada en una de las habitaciones de su casa, la misma corresponde al año de 1941, época en la cual inicia su romance con Segundo Serrano Poncela, siendo la misma foto que aparece en el registro-libreta de su inscripción en la Universidad de Santo Domingo para cursar la carrera de Filosofía, de la cual se graduó en octubre de 1947, y en portada en su columna  póstuma de Acento.com.do.

Así la expresión de ella "Aquí me tienes" contenida en el relato de su viaje a Santiago, luego del terremoto del 4 de agosto de 1946, sin importarle el pánico ni el riesgo que corría en esa aventura, es lo que me hace exclamar: ¡Más fuerte que el amor no hay nada!, ni siquiera la fuerza de un terremoto.

Además, su texto  "Silencio, Mar y Tijeretas", donde hace constar que cuando ocurre el seísmo estaba frente al mar en la ciudad de Santo Domingo,  son sus experiencias inéditas que tenemos sobre el este devastador terremoto. Leámosla entonces.  (Ylonka Nacidit-Perdomo).

De mi Diario Íntimo. Agosto 6, 1946.

Por Hilma Contreras

Te escribo en pedazos de papel que acabo de encontrar en mi escritorio y como puedo. Salí ayer de la Capital, precipitadamente, sin tiempo para  prevenirte en ninguna forma. Vine en una camioneta de Obras Públicas, sentada en una silla de guano que saltaba a cada traqueteo amenazando lanzarme por encima de la barandilla de la cama del vehículo. Primero nos cayó un chubasco que nos empapó hasta los huesos y luego nos secó un sol de guasábara, nos tostó  y nos enrojeció hasta desfigurarnos. Aquí me tienes, pues, entre escombros y oscilaciones sísmicas, más triste que nunca, con una insolación que me hace sospechar que no volveré a tener cutis nunca.

Tú, que pasaste por ciudades bombardeadas, comprenderás nuestra desolación. Todo roto, astillado, reventado, agrietado, siniestramente silencioso, donde antes sonreía un hogar! Vivimos como gitanos en casa de mi hermana, sin amplitud para nada, ni siquiera para pensar, sofocados de calor y de preocupaciones.

Comenzar de nuevo es algo violento; destroza a los avanzados en edad, sobre todo sin recursos monetarios ni lejanamente suficientes.

Muy en el fondo me siento reconfortada por mi amor. ¡Qué sería de mí si me faltaras! Si supieras mi alegría cuando encontré mi escritorio en pie, firme en su rincón con todo su tesoro dentro.

Pero el arca de nuestro amor se halla tomada de orín y necesita una limpieza que solo puede darle la mano de Dios.

Templo de San Francisco de Macoris, Terremoto de 1946.
Foto de Hilma Contreras

A pesar del cuerpo quebrantado, mojaste ayer tu pluma en tinta de sándalo para darnos tu "Rosa de los vientos" de este domingo; otro se hubiera tendido en la cama a oír la fiebre latir en sus arterias, y tu, tú has escrito, has tirado de una gaveta clásica con un gesto verdaderamente azoriniano. Y si no, oye esto: "El caballero provinciano, sentado en su sillón frailero, la mano blanca y afilada sujetando la pluma, alza la vista un punto y nos mira". Se siente la presencia de  Don Joaquín Setanti y su recoleta atmósfera, redivivos en este Domingo de Resurrección gracias a ti y a todo el sedimento de ternura agitado en el ánimo por la Semana Santa. He de decirte que viví mi primer Viernes Santo verdadero, en medio de un vasto silencio de casa vacía de gente, con la Biblia y con Cristo; meditando y sufriendo y llenándome de luz a un tiempo mismo. Pero tú has experimentado esta novedad mía en todas tus Semanas Santas.

He presentido a Dios; y he sufrido por él y por nosotros…

Silencio, Mar y Tijeretas. No hay silencio más impresionante que el silencio del mar. Silencio vasto, profundo, que viene rodando desde el más allá.

El vuelo sereno de las tijeretas, silencio. El sol moribundo junto al mar, silencio. Silencio los blancos escalofríos sobre la arena húmeda, y la brisa ligera que llena de sal la cara.  Quietud en movimiento inagotable, oh mar, ¿qué será de ti en el año 2001?

Cuando la tierra bramó yo estaba sola  frente al mar enmudecido. Ahora sé que su pecho se ha dilatado en un sollozo inconmensurable, en el que apenas cabe todo el dolor del mundo.

Sí, oigo tu voz, pero la tierra está bramando y a lo lejos, y no tan lejos tabletean las otras  tijeretas metálicas sembradoras de muerte.

Todo lo hermoso, todos los sueños de purísima luz se han caído al agua. ¿Qué advendrá después de este pavoroso trajín que ya dura 2000 años?