“En lo que respecta a seguir vivos, todos jugamos en el mismo equipo”. –Pagan Kennedy
La tolerancia es un valor imprescindible, consustancial con la convivencia social en libertad. Para el correcto funcionamiento de la democracia, debemos permitir y garantizar la libre expresión pacífica de las ideas y las creencias de los individuos y los grupos, incluyendo las manifestaciones ideológicas, las tradiciones culturales y los ritos religiosos. En la pluralidad y la diversidad están precisamente la salud y la fortaleza de la democracia, y la plena tolerancia es su principal garante. El mejor ecosistema democrático no solo permite la pluralidad, sino que por su consagración a la plena tolerancia fomenta la diversidad.
Tolerar significa no imponer nuestras preferencias a los demás; en cierto sentido es ser indiferente a las ideas y la cultura de terceros, pues no presupone ni siquiera entender y mucho menos adoptar esas preferencias divergentes. En ese sentido, tolerar es una actitud pasiva que no nos compromete a salir de nuestra zona de confort ideológica ni a estar abiertos al cambio de nuestro bagaje cultural. Podemos celebrar la profusión de expresiones ideológicas y culturales con entusiasmo, sin compartir alguna o todas ellas, y ni siquiera interesarnos por ensayarlas. Podemos alegrarnos de la disponibilidad de múltiples tradiciones culinarias en la comunidad, aunque a nosotros- por el momento- solo nos interese la comida criolla (incluido el quipe, el chofán y la pizza), sin tener deseos de probar sushi ni curry. Por tolerantes aprobamos la proliferación de diferentes culturas culinarias, sin por eso probar ni aprobar sus variados ingredientes y exóticos sazones.
Pero hay vida más allá de la tolerancia pura y simple, todo un mundo por explorar y entender y compartir. Aunque la tolerancia es lo imprescindible para el buen desenvolvimiento de la democracia, y no nos compromete más allá, dejamos de aprovechar el tesoro que nos brinda la diversidad resultante cuando nos limitamos a no imponer nuestro criterio a los demás. También dejamos de colaborar y contribuir con todo nuestro potencial cuando, cumpliendo mínimamente con nuestro deber cívico con la democracia, nos mantenemos apáticos a la diversidad circundante. Desaprovechamos la oportunidad de conocer otras realidades y de formar parte de una comunidad más amplia y viva, cuando nos aislamos de los que son diferentes a nosotros.
Más allá de la tolerancia está la empatía, que es la capacidad de ponerse en los zapatos de otra persona temporalmente para comprender su realidad y enriquecernos con ella. Prácticamente todos los seres humanos- y muchas otras especies del reino animal- exhiben empatía con uno o más individuos de su entorno, porque aparentemente la solidaridad es producto de la evolución de los organismos biológicos más complejos en su afán por la supervivencia colectiva. Recordemos que “en lo que respecta a seguir vivos, todos jugamos en el mismo equipo”. Recientes experimentos científicos han comprobado que hasta las ratas son empáticas con sus congéneres y exhiben comportamiento solidario en ciertas situaciones. ¿Qué madre no siente en su alma hasta el mínimo malestar de su hijo y trata de aliviar sus penas?
La empatía es un componente fundamental de la inteligencia emocional. Es un aliado básico de la comunicación efectiva y la colaboración, pues muy difícil es comunicarse y coordinar acciones sin considerar al interlocutor, sin ponernos en su lugar aunque sea momentáneamente. La empatía surge como corolario directo de la autoconciencia y del sentido de pertenencia a un grupo, pero debe potenciarse mediante la formación temprana para hacerla florecer en toda su majestuosidad humana más allá del estrecho círculo familiar y de amistades íntimas. Es un recurso invaluable para multiplicar nuestros conocimientos compartiendo ideas y experiencias, positivas y negativas, de nuestros congéneres.
Además, la empatía es el eslabón que enlaza la tolerancia con la solidaridad. Tolerar es simplemente no imponernos en los asuntos del otro; en cambio empatizar nos lleva más allá, poniéndonos en su lugar para poder apreciar el punto de vista del otro, y con frecuencia impulsándonos a expresar solidaridad al sentir sus emociones como nuestras. Es acompañar al prójimo en sus sentimientos, tanto de alegría como de congoja.
La solidaridad que surge de una profunda empatía es la forma más noble de compartir en los momentos que más hace falta, tanto en la pena como en la gloria. Tanto es así, que nuestra tradición cristiana esencialmente relata la historia de Dios hecho hombre para ponerse en nuestro lugar y solidarizarse con nosotros, y sobre todo con los más necesitados entre nosotros. Jesucristo empatiza con prostitutas y ladrones, en fin, con todos los descendientes de Adán y Eva, y manifiesta su solidaridad absoluta entregando su vida para salvar nuestras almas. ¡Gracias a Dios que el Mesías no se limitó a tolerar nuestros pecados, sino que empatizó y se solidarizó con nosotros, pecadores! Con su ejemplo nos dice que debemos ir mas allá de la tolerancia, empatizando y solidarizándonos con nuestros hermanos descendientes de Adán y Eva. El paradigma de Cristo nos guía mucho más allá de la benemérita tolerancia, a la compasión y la misericordia, atributos casi divinos del ser humano.
Bien lo expresó el sociólogo y sabio, Zygmunt Bauman, en una entrevista del 2006:
“El desafío hoy es pasar de la tolerancia a la solidaridad, que no sólo acepta que la gente puede ser diferente, sino que sostiene que la diferencia es algo bueno, que del contacto se aprende y todos salimos enriquecidos.”
Lecturas:
https://elpais.com/elpais/2017/11/29/opinion/1511973787_924848.html “Empatía”
http://www.igualdadanimal.org/noticias/6480/las-ratas-sienten-empatia-y-son-solidarias
“Helping a cagemate in need: empathy and pro-social behavior in rats” https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC3760221/
https://www.lanacion.com.ar/780816-tenemos-que-pasar-de-la-tolerancia-a-la-solidaridad
https://elpais.com/elpais/2018/02/12/laboratorio_de_felicidad/1518420218_148259.html