La lucha del hombre contra el poder

es la lucha de la memoria contra el olvido.

Milan Kundera

Cuando cultivar la memoria impulsa al odio, al prejuicio y a la violencia; cuando el recuerdo tenebroso incide negativamente en el presente, obstaculizando el futuro; cuando rememorar no es celebración, sino duelo; cuando olvidar- en el sentido de borrar la memoria- no es una opción: entonces lo recomendable es perdonar y/o pedir perdón por los hechos del pasado para construir paz y armonía en el presente, de cara al futuro. Para que no olvidemos, perdonemos; para recordar y no repetir, pedir perdón.

Borrar de la memoria (la primera acepción de “olvidar”) por voluntad propia es una quimera peligrosa, pues no hay garantía de la eficacidad del borrón y cuenta nueva, sobre todo cuando de un colectivo se trata. Suena fácil, pero es traicionero. La sombra del recuerdo desplazado de nuestro consciente puede despertar en cualquier momento de su hibernación en el subconsciente, desatando todos los demonios.

Una segunda acepción de “olvidar” es “no tener en cuenta un hecho”, que suena más fácil de realizar que la primera, pues implica no darle importancia a un acontecimiento sin intentar borrarlo de la memoria. Cuando nosotros nos sentimos agraviados, no dar importancia a los hechos es ser agraviado dos veces. Hay que reconocer los hechos en su justa dimensión, para trascender.

La mejor manera de lidiar con la sombra del pasado en nuestra mente es ir más allá, perdonando y/o pidiendo perdón, reconociendo la narrativa grabada en la conciencia, sin dejar que esa sombra controle el presente y nos impida construir un futuro promisorio por insistir en rememorar obsesivamente. Perdonar es más difícil que “no tener en cuenta” un agravio; pedir perdón es más seguro que ignorar un “hecho del pasado” para seguir adelante.

Al perdonar reconocemos los hechos en su justa dimensión, renunciando a la rabia, al odio y a la venganza. Renunciamos a la justicia, en favor de la paz y el porvenir. Al pedir perdón, no regateamos los hechos, poniéndonos a la merced del agraviado. Damos el primer paso al reconocer el error del pasado y la intención de no repetir el yerro. En ambos casos tomamos la iniciativa, somos proactivos, y rompemos el círculo vicioso de la revancha.

En su más reciente libro, Elogio del olvido Las paradojas de la memoria histórica (en el inglés original, In Praise of Forgetting Historical Memory and Its Ironies), David Rieff a primera vista parece contradecir el poder catártico del perdón, al concluir su ensayo escribiendo:

Los que insisten en la centralidad del perdón tienen razón hasta cierto punto. Pero el perdón no es suficiente porque no puede sustraerse de su propia contingencia. “Yo no hablo de venganzas ni perdones- escribió Borges- el olvido es la única venganza y el único perdón.” Quizá exagero. Aun así, sin la opción al menos del olvido, seríamos monstruos heridos, que no dan ni reciben perdón…y, suponiendo que hayamos prestado atención, seríamos inconsolables.

Sin embargo, al analizar detalladamente las palabras de Rieff, observamos que primero concede razón– “hasta cierto punto”- a los que insistimos en el poder del perdón y el perdonar para lidiar con los recuerdos trastornadores, y después de citar a Borges, termina proponiendo el olvido como una opción, no como cura universal.

El recuerdo es siempre antesala del olvido, sobre todo cuando olvidamos voluntariamente. “No se puede olvidar lo que nunca se ha sabido”, en palabras de David Rieff. Primero existe el recuerdo, luego se olvida. Cuando se borra voluntariamente una memoria, ¿no recordamos haber eliminado el recuerdo? ¿Podemos borrar de la conciencia el acto de borrar un recuerdo? ¿No queda en nuestro subconsciente un recuperable registro del borrón, y posiblemente hasta de lo borrado (aunque sea una tenue copia al carbón), como en el disco duro de la computadora?

¿Cómo borrar de la memoria de los dominicanos el Degüello de Moca”? ¿Cómo olvidar “el Corte de 1937? ¿Y “la Matanza de Palma Sola”? ¿Es el olvido una opción en los casos más difíciles de nuestra memoria histórica? ¿Olvidando la narrativa, desaparecen las actitudes y prejuicios, o se manifiestan posteriormente en la cuenta nueva?

Si en el proceso de perdonar perdemos el recuerdo, borrando lo pasado, que así sea; pues perdonar conlleva no concentrarnos en el pasado (sin restarle importancia), sino vivir el presente y construir el futuro. Pero apostar a olvidar, en el sentido de eliminar adrede el recuerdo del pasado, es una opción que esperamos nunca tener que utilizar mientras exista la posibilidad de perdonar y pedir perdón. Para vivir el presente, pedir perdón por el pasado. Quien perdona el pasado, vive el presente y construye futuro. No es suficiente rememorar como tampoco es olvidar sin perdonar o pedir perdón.

Con la venia de George Santayana, y gracias a la lectura de la provocadora tesis de David Rieff, nos atrevemos a sentenciar:

Aquellos que no pueden pedir perdón por el pasado están condenados a repetirlo”.