El Capital en el Siglo XXI de Thomas Piketty ha sido un gran éxito editorial, convirtiéndose en el más importante "bestseller" de economía de los últimos tiempos. El libro tomó unos 15 años de preparación en los que Piketty y su equipo recopilaron y procesaron datos de más de 30 países para demostrar que el capitalismo genera desigualdad de ingresos y riqueza.
Según Piketty, la desigualdad se produce cuando la rentabilidad del capital (r) aumenta más rápidamente que la del trabajo (g); la llamada “Ley de Hierro” en que r>g. De esta forma los propietarios del capital acumulan más rápido que la mayoría de la población, lo que aumenta la brecha que los separa. De ahí que los ricos se lleven la mayor tajada del crecimiento económico.
De acuerdo al planteamiento, la rentabilidad del trabajo está muy vinculada al crecimiento de la economía en su conjunto, mientras la del capital no está tan correlacionada. Los rendimientos del capital se han estado distanciando del crecimiento de las rentas salariales en los últimos años, agudizando la desigualdad entre los propietarios de capitales y el resto de la sociedad. Según Piketty el patrimonio del 0.1% más rico del planeta ha crecido en las últimas décadas a una tasa promedio anual de 6 %, mientras el resto lo ha hecho a un 2 %.
Además, hay un aumento proporcional de las grandes fortunas basadas en la herencia. Esto implica un regreso a la sociedad patrimonial y de dinastías familiares. Situación que llama la atención en países de base calvinista donde la meritocracia legitima la riqueza obtenida a partir del esfuerzo propio.
Lo anterior se viene acentuando con la expansión de los mercados financieros y el desarrollo de los de alta tecnología. Se ha conformado una plutocracia y un hipermercado global donde las asimetrías favorecen a quienes tienen más recursos económicos. Esto a su vez, ha venido configurando un mundo con enormes disparidades de ingresos y grandes brechas sociales; un planeta de polaridades crecientes donde conviven fortunas inimaginables en medio de la marginación y la exclusión extrema.
En este contexto es que la desigualdad económica se ha convertido en un punto central del debate mundial. La crisis financiera de la década pasada, que aumentó el deterioro de la clase media y la brecha entre ricos y pobres, ha sensibilizado a la opinión pública hasta convertir el tema en una saludable moda global.
Piketty considera que no se puede contrarrestar la desigualdad y producir una redistribución más equilibrada de la riqueza dejando que los mercados actuen sin intervención. En tal sentido, su recomendación fundamental consiste en un impuesto progresivo de aplicación mundial a los activos inmobiliarios y mobiliarios, luego de deducir las deudas; es decir a la riqueza neta de sus propietarios. Igualmente respalda la existencia de grandes cargas impositivas a las herencias y las sucesiones. Cree que estas medidas son mejores que imponer barreras comerciales o controles de capital que pudiesen afectar la apertura de los mercados y la globalización, aunque entiende que pueden ser utópica. Reconoce que en ausencia de una fiscalidad progresiva y de intervenciones redistributivas, la desigualdad terminará convirtiéndose en una amenaza para la sostenibilidad del sistema.
El Capital en el Siglo XXI ha recibido numerosos elogios y reconocimientos, incluyendo los provenientes de los premios nobel de economía Joseph Stiglitz y Paul Krugman. Pero como era de esperarse, sectores conservadores han iniciado una campaña para restarle rigor y desacreditar sus planteamientos y conclusiones. Los ataques han sido de dos tipos. Los primeros, de carácter personal, los cuales buscan descalificar al autor acusándolo de marxista y de haber escrito un sermón ideológico con propuestas no realistas. Sin embargo, Piketty ha aclarado que él es apolítico, que no ha leído a Marx y que no está de acuerdo con sus postulados.
Otros cuestionamientos más significativos pretenden mostrar imprecisiones de su libro. Las más destacadas son: la escogencia selectiva de datos para comparaciones que justifican sus conclusiones, la falta de aclaraciones en algunas proyecciones de épocas que no tienen datos y la utilización de diferentes metodologías para un mismo tipo de cálculo en distintos países. Piketty ha respondido diciendo que los errores son mínimos y que no afectan sus conclusiones.
Algunos aducen que Piketty ha subestimado la desigualdad, ya que no considera en su justa dimensión la riqueza que descansa en paraísos fiscales, en obras de artes y en artículos de lujos, así como los montos de ingresos no declarados y escondidos tras manipulaciones contables. Que se consideren plenamente estos renglones sólo serviría para ahondar la gran brecha económica que separa a ricos de pobres. Más importante que evidenciar la magnitud de la desigualdad, es mostrar la dinámica que la genera.
Pero independientemente de las inconsistencias que pueda tener el libro y de que nuevos errores sigan aflorando, las evidencias de que el sistema mundial está profundizando la desigualdad son incuestionables. Los datos abundan al respecto. El coeficiente Gini revela el aumento creciente de la brecha de ingreso entre los más ricos y los más pobres en Estados Unidos, Europa, América Latina, China y gran parte del mundo. Credit Suisse declaró que el 10% de la población tiene el 86% de la riqueza global. La diferencia salarial de un trabajador promedio y un alto ejecutivo de una gran empresa era de cerca de 30 a 1 en 1970 y en la década actual es de 300 a 1. También es conocido que el 1% de la población mundial es cada día más rico, el 0,1% lo es aún más y el 0,01% lo es mucho más todavía.
El asunto de la marcada desigualdad se está haciendo tan llamativo que inclusive el pasado martes 27 de mayo, nada más y nada menos que Christine Lagarde, Directora del FMI, expresó en la misma City de Londres que: “las 85 personas más ricas del mundo, que cabrían todos ellos en un solo autobús de Londres, controlan tanta riqueza como la mitad más pobre de la humanidad; es decir, 3.500 millones de personas”.
Piketty no descubrió la desigualdad en el sistema, ya que muchos economistas y cientistas sociales habían advertido con asiduidad sobre este fenómeno previamente. Su principal contribución es haber intentado demostrar el origen de la misma a partir de la teoría económica y apoyándose en una gran cantidad de datos y evidencias históricas. Además, trabajó arduamente para que su obra tuviese fundamentos cuantitativos y trascendiera la dimensión ideológica.
Otro legado de Piketty es haber reforzado la idea de que la desigualdad es intrínseca al capitalismo. De su trabajo no se puede deducir que esta haya crecido progresivamente, ya que el libro muestra su disminución en determinados momentos del siglo XX. Sin embargo, en las dos décadas recientes se ha expandido en forma continua y generalizada, haciéndose necesario determinar si se ha hecho estructural en el estado actual. Pero en lo que se aclara este importante asunto, el sistema seguirá reproduciendo un pequeño polo de riqueza aberrante frente a otro inmenso de pobreza indignante.