“Toca las campanas que aún puedan sonar, olvida tu ofrenda perfecta. Hay una grieta en todo, así es como entra la luz.” –Leonard Cohen
Antonia Vega, la protagonista de la más reciente novela de Julia Alvarez, Afterlife (o Más Allá, el título de la traducción al español a publicarse en septiembre 2020), ha vivido en su granja de marfil en Vermont siempre obsesionada con el empleo de la palabra precisa y atiborrada de citas literarias que reflejan la vida de una profesora universitaria de literatura durante cuatro décadas, quizás intentando así compensar la vergüenza sentida en su adolescencia al hablar “broken English”, o sea, al haber chapurreado el inglés como inmigrante dominicana. A ella también le disgusta que familiares y amigos utilicen su apodo de infancia, Toni, pero Antonia llama a sus hermanas por los suyos: Izzy, Tilly y Mona o Mo-mo. Pues Izzy no acepta que le digan Felicia, ni Mona su nombre de pila, Ramona. Solo Tilly se siente a gusto con cualquier nombre, incluso Matilda. Es un cuarteto de relaciones complejas en constante evolución.
Una tripleta de choques emocionales en menos de un año resquiebra la rutina y temple de Antonia: su retiro de la docencia y consecuente pérdida de discípulos; la coincidente muerte súbita de su esposo y cómplice del alma, Sam, cuando más lo necesitaba; y la pérdida progresiva de su atribulada hermana mayor, Izzy, que culmina con su muerte por sobredosis de medicamentos, sin las hermanas poder hacer nada para detener su perdición.
Antonia misma se sorprende de su grado de perturbación una mañana al servirse el jugo de naranja en el tazón que contenía su recién colado café: “Ahora está sola con su profunda necesidad de dar con la palabra precisa.” Y cuando al levantarse recita frente al espejo los adorados versos de Rumi, “Hoy, como cualquier otro día, nos despertamos vacíos y atemorizados”, las preciosas palabras, ni siquiera en la perfección del poeta persa del siglo XIII, no le sirven como antes, ya no tapan las grietas de su existencia.
El emotivo prólogo, titulado “Broken English”, relata en frases entrecortadas la experiencia de esperar en su restaurante preferido la llegada de Sam para celebrar el retiro de Antonia de la docencia. Ese episodio termina con la protagonista clamando desesperadamente: “¿Podrían ayudarme a encontrarlo?” La novela documenta la búsqueda de un ser querido más allá de su desaparición física, el duelo, y la consecuente transformación de la protagonista más allá de la muerte de su compañero de vida.
Unos nueve meses después, al mismo tiempo que Antonia se ve compelida a acudir, junto a Tilly y Mona, a la búsqueda y rescate de su hermana mayor en crisis, irrumpe en su duelo una adolescente mejicana, indocumentada y embarazada. Al principio Antonia se siente molesta por la intrusión, pero, con el acompañamiento de Sam e Izzy, la “madre sin hijos” cumple los deseos de sus queridos difuntos y sirve de hada madrina para salvar a Estela y su bebé de los dragones de la Migra. “Un desconocido llega a nuestra vida y sucede que respondemos como hubiera hecho ese ser querido que murió, y no como hacemos siempre…” Antonia descubre paulatinamente cómo mantener vigentes a los idos a destiempo: no permitiendo morir las cosas bellas de sus vidas con su desaparición física, así asegurando que los mejores sentimientos de los amados perviven y tienen vida más allá, continuando sus obras en nuestras vidas. En un momento de aflicción, Antonia le ruega a Sam en la oscuridad de su cuarto: “Si quieres que me convierta en una mejor persona, vuelve y ven a ayudarme.”
Con el apuntalamiento de las voces de los nuevos difuntos, que complementan los ecos de sus poetas de toda la vida, Antonia reconstituye su vida realzando las grietas y cicatrices provocadas en ella por el terremoto emocional que la sacude. Descubre la importancia de la acción justa, porque como ella dice, “La literatura debe tener algún impacto en el mundo real, si no, no nos sirve de nada.” Las palabras precisas y las alusiones o citas literarias son potentes herramientas para impactar, transformar al lector en una mejor versión de sí mismo. No nos sirven de nada las palabras preciosas que no nos brindan la oportunidad de mejorar nuestras convicciones y acciones.
El duelo es un proceso de cicatrización que se nutre de la paciencia y la empatía. No existe un perfecto manual de reglas, ni compendio de buenas prácticas, a pesar de los continuados esfuerzos por sistematizar la experiencia. Sin embargo, queda claro lo que no funciona: volver al estado ex ante de la pérdida. Para superar la muerte de un ser querido es preciso incorporar a nuestra vida esa realidad, sin pretender ignorarla ni regresar al pasado o recrearlo en el presente. No podemos vivir como vivíamos antes, debemos aceptar la continuación de la vida con sus remiendos y cicatrices a la vista, pues tampoco es una nueva vida que empieza de cero. Si el duelo no nos lleva al reencuentro del amado que hemos perdido y nos regresa al presente con una segunda oportunidad de ser una mejor persona, entonces no cesa el dolor de la separación y carece de valor y sentido.
En Más Allá, la protagonista reflexiona sobre su aprendizaje y el impacto en el ejercicio de su arte: “Si alguna vez vuelve a escribir, Antonia quiere que las historias que llegue a narrar, al igual que sucede con los escritores que son sus referentes, surjan de ese lugar profundo y herido. ¿Acaso la tristeza del duelo acabará siendo buena para su trabajo?” Con el apoyo de sus difuntos, Antonia emprende acciones justas, “sin duda alguna, lo que Sam hubiera hecho”, más allá de las citas literarias y palabras precisas.