La corrupción es una vieja tragedia que el país arrastra y ésta lo lleva al abismo; es tan vieja como la República, pero nunca había estado tan a la vista de todo un pueblo y jamás fue tan abusiva ni descaradamente tan cruel; aunque siempre estuvo en el rumor público, desde el susurro de la vecina en el barrio o en el campo más pobre hasta las grandes ciudades con luces de neón. Por suerte, este mal y maldad, a la vez, siempre ha sacado su cabeza de serpiente, sin que se proponga, a la luz pública. Las posibilidades comunicacionales de los ciudadanos de hoy son mayores y eso nos da las capacidades de información que no se tenía antes. Los daños económicos y morales que la corrupción le ha causado al país son sencillamente inconmensurables.

Aunque vivamos en las mismas casas y asistamos a los mismos espacios educativos, institucionales, laborales y culturales, e independientemente de que tengamos la misma extensión territorial, el país ha sido saqueado de la peor manera y a la franca. Y lo peor de todo es que los saqueadores no se sonrojen al declarar su inmensa e incalculable fortuna saqueada a su propia nación. Que es duro decirlo de esa forma? Lo sabemos! Decir -por ejemplo- que se tiene cincuenta o cien mil millones de pesos, cuando todos sabemos que unos pocos años antes de entrar al Gobierno, andaban descalzos o descalzas y con una mano atrás y otra alante.

El movimiento social en su lucha creó La Marcha Verde y ese formidable espacio cívico y ciudadano tuvo el mérito de denunciar la corrupción y la impunidad en todo el país, movilizando la nación; y lo hizo, a pesar de la fortuna invertida en los medios de comunicación y en las diabólicas bocinas muy bien pagadas por el Gobierno con el propósito de silenciar las voces levantadas por dicho movimiento. Es la nueva forma de hacer fortuna a través de la comunicación al servicio del mejor postor o del que mejor y efectivamente pague bien y más. La Marcha Verde hizo su trabajo y en ella estuvo -y está- lo mejor del país. Su creación y la valentía en la actuación fue, es y será, la mejor forma de militancia en defensa del pueblo frente al abuso de un poder usurpado contra el propio país.

Alicia trajo una primera bomba tan fuerte y tan grande que cupo más en su alma de mujer justiciera, que en su frágil cuerpo de guerrera indomable. Alicia trajo como regalo, a su otra Patria, las pruebas que faltaban para completar el expediente, no para las cómodas y simuladoras oficinas de la injusticia que lo corrompe todo desde el poder usado contra la ciudadanía indefensa, sino para la conciencia cívica de una nación que se levanta invenciblemente contra el oprobio. Lo más importante de las pruebas de Alicia es la tierra o el lugar donde se siembran; las lágrimas convertidas en agua bajada sobre los pómulos que las riegan y el fruto inevitable del presente y del futuro de una cosecha redentora que espera la nación de todos lo que la amamos.

La segunda entrega de Alicia constituye el mejor modelo o método de medida para analizar la gestión y acción investigativa del Ministerio Público, la justicia y el papel del Estado dominicano como responsable y garante del patrimonio de la nación. Por lo sabido -desde antes- en el recorrido por el caso Odebrecht, los estamentos de la justicia dominicana, especialmente el Ministerio Público, no han realizado ninguna acción judicial que pueda ser comparada en forma mínima con ninguno de los países que investigan el caso de corrupción más grande y extremo del siglo. Sin embargo, el país está absolutamente consciente, junto a sus ciudadanos, de que el sistema de justicia del país tiene una alta tasa de rechazo y muy baja de credibilidad. Sus limitaciones son conocidas por todos y sus compromisos políticos con el Ejecutivo están a luz del día. ¡Cuánto peor lo haga, más grande será su condena frente al pueblo y la ciudadanía!